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La insignia
7 de junio del 2007


Literaturas africanas


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, junio del 2007.


Los inicios son siempre míticos, la memoria es débil y falible y es bien fácil cambiar los hechos. En el principio fue El corazón de las tinieblas, la genial novela de Joseph Conrad que nos perdía por las selvas congoleñas en busca del fantasma de Kurtz mientras Marlow iba desgranando sus recuerdos, sus miedos, su vida en medio de una selva tan espesa como el lenguaje de Conrad. Al final nos encontramos con el horror que surge de la pérdida de la vida o de la cultura que nos rodea. En la novela todo va adquiriendo una apariencia más inhumana conforme nos vamos adentrado en la jungla.

Resulta extraño que una novela tan ambigua como El corazón… fuera el inicio de una pasión duradera por la literatura africana. Conrad nunca fue uno de los apologistas del imperio británico, aunque algunos como Chinua Achebe hayan detectado en sus novelas el racismo subyacente propio de los victorianos (propio pero en él en menor medida). Dudo a veces si es "racismo" lo de sus novelas o reflejo de la ideología de entonces sin que por eso él la acepte.

Para un europeo, el interés por la literatura africana (que es tan amplia como el propio continente, y por lo tanto tan variada que puede resultar impropio hablar de una única literatura y sí más adecuado hablar de las literaturas africanas), el interés puede estar influido en cierta o gran medida por el exotismo o por la imagen de continente incognoscible, representado por el color negro, que nos han repetido tantas veces. El exotismo actúa de manera diferente a como lo hace el caribeño (aunque haya algunos puntos comunes) y nos atrae por lo que tiene de desconocido y de nuevo: el continente (de letras) que vamos a descubrir.

Las literaturas africanas tienen una característica que las diferencia, al tiempo que las une, del resto. La lengua en que se escriben es a veces la lengua, o por mejor decir, una de las lenguas del país, pero en gran cantidad de casos es la de los colonizadores europeos: inglés, francés, portugués, etc. La escritura en la lengua nativa reduce el número de lectores, sobre todo a inicios del siglo XX e incluso todavía mediado el mismo. La utilización de lenguas internacionales los acercan a otros lectores muy alejados geográfica y culturalmente, pero los aleja de quienes en un principio (y subrayo lo de "en un principio") podían ser sus lectores naturales. Así, la carrera literaria de Ngugi wa Thiongo evoluciona desde el inglés hasta el suahili con el único objetivo de acercarse más a los keniatas. Hay quien duda de la posibilidad y la autenticidad de la expresión de una experiencia indígena en una lengua extranjera, en este caso el inglés o el francés (lo mismo podríamos decir del árabe, que no es lengua africana hasta que los árabes conquistan el Magreb y la imponen como lengua, al tiempo que también lo hacen con unas costumbres y una religión). Se afirma que cada lengua va asociada a una cultura y su separación significa empobrecimiento; pero que esta sea la milonga que los nacionalistas nos quieren endilgar no significa que tengamos que creérnosla. Es más, la realidad desmiente la aserción. La riqueza de las comunidades bilingües nos enseña que no hay lenguas asociadas unívocamente a las culturas. Tampoco es una asociación de exclusividad.

Las novelas escritas por Chinua Achebe, nigeriano que ha elegido el inglés como su lengua literaria, o las escritas por Ben Okri, otro nigeriano que vive a caballo entre Gran Bretaña y Nigeria, o las primeras novelas de Ngugi, por no citar otras tantísimas, nos enseñan que la lengua es un medio de comunicación flexible en la que los elementos espiritualistas y limitadores están ausentes. Por si fuera poco, el ejemplo de Okri, quien ha elegido vivir entre dos continentes, al igual que otros muchos, Ngugi entre ellos, nos debería espolear para que dejáramos de contemplar con anteojeras las relaciones entre etnia, lengua y cultura.



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