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La insignia
20 de julio del 2007


Sarkozy, Gramsci y la empresa


José Luis López Bulla
Metiendo Bulla / La Insignia. España, julio del 2007.


En unas declaraciones al diario Le Figaro, el flamante presidente de la República francesa afirmaba que "en el fondo he hecho mío el análisis de Gramsci: el poder se gana por las ideas. Es la primera vez [añade] que un hombre de derechas asume esta batalla". Nuestro amigo piamontés, por otra parte, nos explica hasta qué punto la dirección de Fiat ha incrementado, a su favor, el consenso del conjunto de los trabajadores de la empresa. Esquemáticamente, pero no de manera impropia, se podría decir que la dirección de Fiat asume gramscianamente el concepto de hegemonía. Toda una situación sobre la que nuestros maîtres à pensar podrían cavilar. Y, ni que decir tiene, provoca a las izquierdas (así, en plural) de manera superlativa. Entiéndase, no sólo a las izquierdas políticas, también a las que, por comodidad, llamamos sociales. Vayamos por partes.

Me permito un ligero matiz a lo que afirma Raimon Obiols sobre la frase de Sarkozy: la primera afirmación -digo yo- es aproximadamente cierta. Porque no siempre el poder se alcanza mediante las ideas. La segunda parte de la respuesta del mandatario francés es -afirma Obiols atinadamente- es falsa. Repase mentalmente el lector la historia reciente y caerá en la cuenta de que hay otros antecedentes de reapropiación, pro domo sua, de las derechas de un importante ramillete de ideas gramscianas. Es decir, ha habido antes personalidades de las derechas (políticas y económicas) que han leído gramscianamente los retales de los diversos `sentidos comunes´ confeccionando un traje, digo, un proyecto que ha generado un amplio consenso de masas. Obiols cita los casos más recientes de Reagan y Thatcher.

Un servidor señala, asumiendo el riesgo de repetir el ejemplo, el caso del taylorismo y el fordismo. Porque es uno de los casos donde, de manera más extendida y potente, se consigue una poderosa hegemonía por parte de las derechas. El taylo-fordismo se extiende como una mancha de aceite por los centros de trabajo más culturalmente influyentes, como es sabido. Pero se introduce en los tuétanos mismos de las izquierdas, sociales y políticas. Lenín lo asume, Gramsci (con perdón) lo justifica y hasta el sindicalista revolucionario francés Rabaté lo bendice, argumentando que Lenin le ha dado sus bendiciones. Una anécdota curiosa: el pintor mejicano Diego Rivera, tras volver de su viaje a los Estados Unidos, éxplicó en el comité central del partido comunista mejicano que "Marx puso las ideas, Lenin las trasladó a la política y Henry Ford las llevó a la producción". Hay que leer bien este planteamiento y obviar la sospecha de que Rivera tenía dos copas de más, dado que es dudoso que se presentara en dicho organismo con el cerebro en poder de las uvas.

Cuando llegue la ocasión de hablar de las palabras sobre la Fiat se ampliará lo que ahora apuntaré brevemente: el consenso y asentimiento de la plantilla de la factoría turinesa hacia los planteamientos de la dirección tienen un antecedente clarísimo: la gestión del ingeniero-director general de Fiat, Vittorio Valletta, a lo largo de la década de los cincuenta del siglo pasado. Que era un amplio elenco de tapas variadas -unas viejas, como el paternalismo y su combinación con medidas fuertemente coercitivas; otras nuevas, orientadas a la lectura que Gramsci dejó escrito sobre la hegemonía- con la idea de anular el poder contractual del sindicalismo, dentro y fuera de la fábrica. Valletta, como es sabido, derrotó sin paliativos a la CGIL en Fiat (1955).

Aprovecho la ocasión para corregirme. Hablando por teléfono con Antonio Baylos -y con Miguel Angel Zamora, que le acompañaba tomándose un café con leche a eso de la una del mediodía-- le dí una apresurada opinión de la actual situación en Fiat, según el artículo del amigo turinés: "Antonio, eso da la impresión de que es neofordismo". Ya lo explicará en su momento, es simplemente `valletismo´, la filosofía del antiguo ingeniero con una cara más risueña, aunque no menos eficaz. Ahora bien, lo que importa resaltar, de momento, es la estrábica situación: Sarkozy con Gramsci -repito, pro domo sua- y el tropel de las izquierdas en formación, naturalmente, dispersa: una parte que se popperiza; otra que viaja incansablemente a la búsqueda de la perdida y hallada en el templo; unos buscando el ontologismo de lo que pudo haber sido y no podía ser; y otros intentando paciente y fatigosamente encontrar el gran qué de la cuestión. Sarkozy, interpretando en su favor las patologias sociales con la idea de no darles la vuelta; las izquierdas cada una en su casa y Dios en la de todas. La dirección de Fiat leyendo la interpetación de Valletta sobre Gramsci y el sindicalismo de la FIOM en el quicio de la entrada del infierno dantesco.

Me permito una brevísima observación a los jóvenes: procurad leer lo menos posible lo que otros han escrito sobre Antonio Gramsci, hay que hacerlo directamente. En eso hay que tener en cuenta a Sarkozy, a menos que este hombre se haya tirado un pegote.

Nota totalmente prescindible a los efectos de este ejercicio de redacción. Fue un placer hablar ayer con Miguel González Zamora, un prestigioso jurista, aunque es inconcebible que antes de comer se tomara un café con leche: son las inevitables cosas de los genios. Recuerdo el viaje que hicimos al congreso de los sindicatos angoleños en la primavera de 1983. Allí nos envió Marcelino Camacho. Y en Luanda escuchamos el informe del secretario general del sindicato que -atención a la novedad-- cada media hora era interrumpido por una banda de cornetas y tambores, ofreciéndonos diversos conciertos, ya digo, en pleno informe general. La explicación era, naturalmente, que tal informe duraba unas siete horas y, por lo tanto, había que amenizar "el análisis de la situación y las perspectivas de lucha" con varias interrupciones de un cuarto de hora. Que yo sepa, esto no tiene nada que ver ni con Sarkozy, Gramsci o Valletta.


Más información

Giorgio Araudo (en Metiendo Bulla): Palabras sobre la FIAT
Raimon Obiols (en Noucicle): Gramsci y Sarkozy



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