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La insignia
24 de julio del 2007


Entrevista con Óscar Terán*

«Cada quien lee la historia en la que cree
y así tiene la historia que se merece»


Esteban Brizuela
La Columna. Santiago del Estero (Argentina), 12 de julio de 2007.

Edición para Internet:
Club de Cultura Socialista / La Insignia


LC: ¿Siente algún tipo de nostalgia por los años 60? Le pregunto por haber leído un artículo suyo sobre la noche de los bastones largos en el cual era evidente cierto fervor que compartían los jóvenes de aquella época.

Terán: La nostalgia remite a una dolorosa sensación de pérdida de un objeto amado. Debo confesar que en ese sentido mi respuesta es negativa. Al menos, no siento hacia esos años más que las remembranzas en general habituales hacia los años que coincidieron con nuestra juventud. Pero precisamente en este cruce (años sesentas y juventud) existe una zona de mi memoria que fácilmente se comunica con un clima de estudiantina, experimentación, novedad y, para decirlo de un modo amplio, erotización de la existencia e intensidad de las vivencias.

Pero usted sabe que la memoria personal es un testigo infiel. De manera que algunas de dichas saudades deben ser puestas en entredicho y bien pueden ser atribuidas a la señalada mirada que desde los años viejos se dirigen hacia el pasado.

LC: Pero enfocada la época desde la perspectiva del historiador, ¿se puede constatar que se vivió un período de grandes cambios sociales y culturales?

Terán: Existe una memoria colectiva y una indagación historiográfica (de la que he participado) que en algunos aspectos permite verificar que efectivamente en aquella década se produjo una ofensiva modernizadora que penetró en muchos de los estratos de la vida cotidiana al menos de las clases medias argentinas a las que yo pertenecía. Esa modernización arrastró modificaciones que llamaría estimulantes y a veces sorprendentes en costumbres ancestrales (piense simplemente en la moral sexual), aquí como en tantas partes del mundo.

LC: Lo que convirtió a los 60 en años inolvidables.

Terán: Debo confesar que no estuvo mal ser joven en esos años. Pero esto no significa, por una parte, que añore esa época con la descalificadora expresión del "yo entonces, a tu edad"; que entre otras cosas conduce a una desvalorización en bloque de todas las épocas que la siguieron. Y por otra parte, también creo que sobre esos años se operó un memorización mitificante que exageró sus aspectos positivos, aunque asimismo es cierto que fue resaltada por las épocas oscuras que la siguieron a partir de la década siguiente.

En cuanto a los fervores, es verdad que se trató de un período de optimismo generalizado en el mundo, pero aun en los tiempos nublados que corren no quisiera descartar nuevos fervores.

LC: Beatriz Sarlo dijo en una entrevista publicada el último domingo en Perfil que la dictadura significó un quiebre no sólo en su vida personal sino también en sus concepciones como intelectual. Es más, no considera demasiado relevante lo que escribió antes de esta transformación. ¿Le sucede lo mismo a usted?

Terán: En mi caso, más que un quiebre en mis concepciones como intelectual, significó mi plena identificación con la vocación intelectual, hasta entonces combinada primero y subsumida luego por la política.

LC: ¿Qué aspectos positivos rescataría de sus años de exilio en México durante la última dictadura militar?

Terán: Debo decirle que es a partir de mi arribo a ese país en 1977 cuando retomo cabalmente mis estudios de filosofía, realizo mi master en estudios latinoamericanos y me aboco plenamente a la docencia, la investigación y la escritura. Sin ir más lejos, es allí donde edito mi primer libro sobre José Ingenieros. México es así un nombre complejo en mi memoria, pero nunca agradeceré suficientemente las condiciones institucionales que me brindó -como a tantos exiliados- que me permitieron dedicarme con intensidad a cultivar esa otra alma que había quedado obnubilada por los fragores (es la palabra) de la política.

LC: ¿Qué le ha parecido esa discusión entre intelectuales durante y después de la dictadura acerca de los que se habían ido y los que se habían quedado? ¿No considera un poco infantil ese debate teniendo en cuenta que cada uno hacía lo que podía y que la vida era lo que estaba en juego?

Terán: Parafraseando a Mallarmé, diría que son las disputas de la tribu. Se desencadenó entonces una suerte de competencia de victimización y heroificación. Es cierto que siempre podrá uno preguntarse ¿a quién le fue mejor, a quién le fue peor; quién estuvo más a -como se dice- "la altura de las circunstancias"? No me opongo a que quienes deseen formularse esas cuestiones se las formulen. Sólo que a mí me parece que es una cuestión excesivamente expuesta a los narcisismos y, sobre todo, que hay preguntas más urgentes e interesantes para plantearnos.

LC: ¿Qué opinión le merece el proceso actual de construcción de la memoria con respecto a lo que ocurrió durante los 70?

Terán: Como usted dice bien, se trata de un "proceso", de un conjunto de intervenciones y discursos en movimiento, activados a partir del Juicio a las Juntas militares iniciado en 1985. Este proceso ya ha atravesado diversas etapas y visiones dominantes: desde la centrada por el informe de la CONADEP en la llamada teoría de los dos demonios hasta la actual activada desde el gobierno del presidente Kirchner.

LC: ¿Qué características tuvieron esas distintas "etapas" a las que hace referencia?

Terán: Si en la primera predominaba la visión de un enfrentamiento entre dos fuerzas polarizadas (fuerzas armadas, fuerzas insurgentes) ante una sociedad pasiva e inocentizada, en la actualidad se ha producido una torsión por la cual las fuerzas armadas de entonces han quedado instaladas justamente en el banquillo de los acusados como responsables fundamentales de la barbarie de esos años. Junto con ello, la sociedad comienza a ser presentada en aquellos aspectos menos nobles de sus conductas ante el operar militar (pienso entre otros ejemplos en una película como Juan, como si nada hubiera sucedido, así creo que se llama, o en la novela de Martín Kohan Otro día de junio). Y por fin, se ha operado un rescate de las subjetividades revolucionarias, esto es, una restitució ;n de los objetivos que se plantearon quienes entonces formaron filas en los agrupamientos revolucionarios político-militares, frente a la primera visión que los definía por diversas razones como jóvenes idealistas despolitizados.

LC: ¿Cómo calificaría el discurso actual?

Terán: En este último aspecto, ha reemergido un discurso heroificante de estos combatientes. Y también algunos equívocos. Fundamentalmente, una superposición de objetivos revolucionarios con defensa de la democracia, se dice, que habría definido el contenido político de los grupos armados. Y bien, cualquiera que recuerde o que simplemente visite los documentos de la época (y los hechos) comprobará que la democracia no formaba parte de los valores de los mismos, puesto que esa democracia era condenada como "formal" y al servicio de los intereses de la burguesía y el imperialismo. Esto es, que los revolucionarios de entonces querían, efectivamente, hacer una revolución.

Creo que este último movimiento de construcción de la memoria se está cerrando, luego de haber acumulado una masa documental realmente excepcional en términos testimoniales. Y se ha iniciado ya una reconstrucción de ese pasado un tanto más distanciada y hasta instalada en sede académica. El tema sigue abierto, y es bueno que así sea, aunque parecería que comienzan a escucharse voces de hartazgo en algunos sectores de la sociedad y del arco político por lo que algunos consideran un exceso de memoria.

LC: Y también, no son pocos los que señalan la mezcla de mezquinos intereses políticos con los anhelos de justicia.

Terán: Lamentablemente, la mala politización de esta cuestión sólo puede contribuir al descrédito de la misma. La intervención desde el Estado resultó positiva en las primeras instancias, pero luego ha seguido un curso que amenaza con malversar la causa de los derechos humanos. Me refiero a la incorporación de figuras conspicuas de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo al proyecto gubernamental, con la consiguiente pérdida de autonomía de un movimiento que surgió de la sociedad civil y allí debió permanecer.

También se ha iniciado un proceso de revisión crítica de la actuación de los movimientos armados en aquel período, que deberá contribuir a una mirada más objetiva sobre lo realmente ocurrido. Por el contrario, sigue conspirando contra la elaboración de una memoria y una historia más comprensiva e informada el silencio entre arrogante y rencoroso de representantes del poder militar de aquellos años, en una actitud que reniega del formidable documento autocrítico del general Balza de abril de 1995 (exactamente diez años después de los juicios a las Juntas).

LC: Hablando de debates, hago referencia a uno actual, que se acrecentó con la victoria de Macri en la ciudad. Me refiero a la discusión con respecto a los "90" en Argentina. Pareciera que esta década condensa todas las tragedias argentinas y que muy pocos fueron los que formaron parte de esa etapa. ¿Considera exagerada o justa esa imagen que se construye de los años 90?

Terán: Hace años la historiadora Diana Quatrocchi caracterizó a la Argentina como "un país enfermo de su memoria", y ese diagnóstico sigue siendo válido. Los hechos al respecto son irrefutables, y basta con recordar las cifras de adhesión a las sucesivas elecciones a las que se presentó el doctor Menem. No una ni dos, sino tres veces obtuvo la mayoría de los votos en elecciones presidenciales, hasta que su fortuna política se apagó. Siempre podrá apelarse al recurrido "me engañaron", pero de lo que se trata no es de ingresar en el deporte demasiado argentino de la culpabilización del otro, sino de la necesidad de que una sociedad se sincere consigo misma para mirar de frente su rostro también desagradable, con el objeto no de maquillarlo sino de asumirlo para modificarlo.

LC: En los últimos años (sobre todo después de 2001) se ha notado un cierto interés de parte de la ciudadanía por el pasado nacional. ¿Piensa que ha surtido efectos positivos este interés, o más bien ha sido aprovechado por algunos para ofrecer una imagen escueta y absolutamente simplificada de la historia?

Terán: El relato histórico, la historia, ha formado parte sustantiva desde hace mucho de los intereses ciudadanos en nuestro país. Por suerte, porque ha contribuido a que se tenga conocimiento del pasado. Por desgracia, porque la historia se convirtió en un tipo de argumentación al servicio de las luchas políticas inmediatas.

Incluso el florecimiento de la divulgación histórica reciente no escapa a este carácter. Y no es que esté mal en definitiva aceptar que cada historiador escribe inexorablemente desde una constelación de valores. Tampoco que lo haga en términos comprensibles para la mayor cantidad de personas posible, si ello se consigue sin bastardear el producto historiográfico.

LC: ¿Qué aspectos serían criticables de este florecimiento de la divulgación?

Terán: Lo que sí está mal es que las versiones históricas que así se ofrecen falseen el pasado mediante una esquematización simplista donde se desarrolla una lucha anacrónica, atemporal, entre partidarios del progreso y la revolución, por un lado, y aviesos retardatarios al servicio de malas causas, por el otro. Estos esquemas son reconfortantes precisamente por su simplicidad y porque nos invitan a creernos siempre del mejor lado de la historia. Tienen el único inconveniente de vaciar de sentido y de autenticidad al pasado. Pero en fin, cada quien lee la historia en la que cree y así tiene la historia que se merece.


(*) Óscar Terán es investigador del CONICET y profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Quilmes (Argentina).



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