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La insignia
11 de julio del 2007


España

Llegó el estío y con él la fiesta


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, julio del 2007.

Fotografía de Selénia Granja


Cada estación tiene un ritmo diferente, una manera propia causada por el clima, sin duda, pero también retocada por lo que esperamos de ella. En otoño nos aborda la melancolía; en invierno esperamos recogimiento y en primavera volvemos a las andadas, como si con la floración regresaran las risas. Del verano esperamos la tranquilidad de las vacaciones, aunque cada vez sean más breves, la dulzura del tiempo sin prisas en la noche, el picante del sexo y, por encima de todo, la algarabía de la fiesta.

En el estío los pueblos y las ciudades se transforman en un inmenso jardín temático del jolgorio. Quizás el pistoletazo de salida lo den los sanfermines, fiesta de renombre mundial y calificación reservada, en el que una marea humana se dedica durante nueve días a beber todo lo que sus cuerpos aguanten, mientras bailan, dan vivas al patrón ignorado, y por las mañanas corren los toros, como han venido haciendo en años anteriores porque es lo que manda la tradición. No es la única celebración, pues por el territorio hispano se suceden las fiestas y romerías, con sus vaquillas y tomatadas, sus cencerradas y rapa de crines, sus litros de vino, zurracapote, calimocho o cualquier otro combinado y una sensación de diversión brutal que se remonta a la noche de los tiempos según pretenden documentar los cronistas de la villa, la ciudad o incluso del barrio, que tampoco hay barrio en ciudad que se precie que no celebre su festividad, a veces instaurada pocos años atrás, pero ya sabemos cómo es la tradición, que enseguida se instala como si estuviera en su casa y simula que ha estado ahí desde siempre, inmóvil e invariable en su esencia.

La España de charanga y pandereta, que escribió D. Antonio, tan citado y de tan flaca influencia. No hay población que no festeje sus tradiciones porque, contra lo que algunos quieren hacernos creer, España es conservadora, como demuestran tantas fiestas y tradiciones que perduran y otras que surgen al socaire de cualquier excusa mínima e intrascendente.

Ahora que vamos hacia la confederación y cada uno quiere ser distinto del vecino, ahora que reivindicamos e inventamos nuestras memorias y nuestras tradiciones, ahora, digo, podemos fundar nuestra nación de naciones en la afición común a la juerga y a la tradición, a la fiesta pueblerina y a las romerías, con sus santos, sus vírgenes, sus capeas y su milenaria antigüedad.



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