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La insignia
4 de julio del 2007


Theodore Hall: El espía de Los Álamos


Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia. España, julio del 2007.


Theodore Hall falleció el 1 de noviembre de 1999 a los 74 años. Hall había pertenecido al grupo de científicos que en la década de 1940 pasaron información a la antigua Unión Soviética sobre los planes nucleares de su país. Al igual que Saville Sax y otros intelectuales estadounidenses, Hall consideraba que el monopolio de Washington sobre las armas atómicas podía ser peligroso para la paz mundial y que se debía evitar a toda costa. «Yo no era el único científico que mantenía ese punto de vista -declaró años más tarde-. Tanto Albert Einstein como Bohr opinaban que lo mejor que se podía hacer, desde un punto de vista político, era alcanzar un acuerdo con los rusos.»

Desde su juventud, Hall había demostrado un gran talento para las matemáticas y la física. En 1940, con sólo catorce años, consiguió una de las notas más altas jamás logradas en el examen de acceso a la Universidad de Columbia, pero la dirección del centro lo rechazó por ser demasiado joven. A pesar de ello, dos años más tarde comenzó sus estudios sobre la teoría de la relatividad en Harvard y no tardó en convertirse en discípulo de John Van Vleck, uno de los expertos en mecánica cuántica más importantes de la época. La casualidad estaba a punto de jugarle una mala pasada al gobierno de EEUU.

A principios de los cuarenta, el físico nuclear Robert Oppenheimer había reclutado en secreto a Van Vleck para que trabajara en el diseño de la bomba atómica, dentro del Proyecto Manhattan. Vleck pensó que Theodore Hall podía ser de gran utilidad en el proyecto de Washington y lo recomendó para trabajar en las instalaciones nucleares de Los Álamos. Hall, que para entonces ya era un joven activista de izquierdas, sólo supo que se trataba de un proyecto altamente secreto e importante para la campaña militar estadounidense en la II Guerra Mundial.

Al parecer, Hall todavía no había considerado la posibilidad de pasar información a la URSS. Su oportunidad llegó en 1944, cuando lo ascendieron y comenzó a dirigir el equipo que se encargaba del diseño del dispositivo de implosión de una de las bombas experimentales, que se probó con éxito en el desierto de Nuevo México en julio del 45. A los dieciocho años, y en compañía de su amigo Sax, tomó una decisión que probablemente cambió la historia de la humanidad.

Meses después de recibir su ascenso, dio el primer paso: un supuesto viaje de placer a Nueva York para visitar a sus padres, que en realidad ocultaba la decisión de entrar en contacto con el espionaje ruso, tal y como confesó cincuenta años después a Marcia Kunstel y Joseph Albright.

A pesar de los recelos iniciales de los rusos, logró hablar con Sergei Kurmalov, periodista soviético que trabajaba en Nueva York y que respondía al nombre en clave de Bek en las comunicaciones internas de la KGB. Kurmalov tenía los conocimientos científicos necesarios para comprender que la información de Hall era sumamente importante, y sus dudas desaparecieron cuando Hall le entregó una lista con los nombres de los científicos que trabajaban en el centro de Los Álamos.

Sax lo organizó todo para encontrarse con Hall en Albuquerque, la localidad más cercana a Los Álamos. Hall debía entregarle los documentos sobre la bomba experimental que finalmente se arrojó sobre Nagasaki, y su compañero se encargaría de transmitir la información al servicio de espionaje soviético en Nueva York. El interés ruso aumentó sustancialmente cuando el gobierno estadounidense lanzó los ataques nucleares contra Japón, que causaron la muerte de cientos de miles de personas. La misión de Hall era tan importante que la KGB decidió destinar un agente en exclusiva para que sirviera de contacto: Lona Cohen, esposa de Morris Cohen, quien había combatido en la Brigada Lincoln durante la guerra civil española.

Tras una de las reuniones en Albuquerque, Cohen se llevó una sorpresa desagradable. Cuando llegó a la estación de ferrocarril para tomar el tren a Nueva York, vio un control militar. Los servicios de seguridad de EEUU sospechaban del grupo de científicos de Los Álamos, pero la experiencia de la espía soviética salvó la situación; con la excusa de buscar su billete en el bolso, Cohen le pidió a un agente que le sostuviera un paquete de pañuelos. El agente revisó el bolso, y cuando Cohen estaba a punto de subir al tren, se acercó a ella y le devolvió los pañuelos. En su interior se encontraban los últimos secretos atómicos de Hall.

En 1947, Meredith Gardner, funcionaria estadounidense del proyecto Venona, dedicado a interceptar las comunicaciones diplomáticas soviéticas, consiguió descifrar un mensaje basado en un documento escrito por el científico alemán Klaus Fuchs que sólo conocía un pequeño grupo de personas. Fuchs pertenecía al grupo de agentes británicos del MI5 que trabajaban para la URSS, junto a Donald McLean, Guy Burgess y Kim Philby. Philby pudo avisar a sus compañeros, pero el MI5 interrogó a Fuchs antes de que pudiera escapar.

La caída de Fuchs alertó a la Agencia de Seguridad Nacional y al FBI, que comenzó a sospechar de Hall y lo puso bajo vigilancia. Los servicios secretos estadounidenses no disponían de información exacta y decidieron interrogar a Hall y a Sax. El FBI no logró ninguna confesión de los científicos y tuvo que cerrar el caso en 1951.

Theodore Hall mantuvo el contacto con el espionaje soviético durante algunos años, aunque su rechazo por las aplicaciones militares de la física nuclear lo empujó a renunciar al empleo. Se marchó a Gran Bretaña y empezó a trabajar en el centro de investigación médica del Instituto Sloan Kettering, hasta que en 1962 lo invitaron a entrar en el laboratorio Cavendish, de Cambridge. Para entonces ya había roto sus lazos con la KGB.

Es posible que la historia no reserve un espacio al hombre que entregó los planos de la bomba atómica a la Unión Soviética e impidió que se repitiera la masacre de Japón. Parafraseando a Markus Wolf, antiguo jefe del espionaje exterior de la República Democrática Alemana, hombres como Kim Philby y Ted Hall trabajaron para un sistema que comprometió el futuro de la izquierda. Pero evitaron una catástrofe: la III Guerra Mundial se quedó en guerra fría.


Publicado originalmente el 17 de noviembre de 1999.



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