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La insignia
21 de febrero del 2007


Perú

¿Está sobrevalorado el sol?


Jürgen Schuldt
La Insignia. Perú, febrero del 2007.


Desde la semana pasada, han aparecido los más diversos comentarios que expresaban su preocupación por la creciente revaluación aparente del sol respecto al dólar, lo que estaría mermando la competitividad de nuestra economía en el mercado mundial y, por tanto las ganancias de los exportadores. En tal sentido, desde el ministro de Producción, pasando por Pedro Pablo Kuczinsky, hasta el nuevo presidente de ADEX, han insistido en la necesidad de "evitar una mayor caída del tipo de cambio". Incluso se ha afirmado "que uno de los problemas más urgentes de solucionar para el sector exportador es el tipo de cambio (y que) el Estado debería tratar, por lo menos de mantenerlo estable, y si es posible hacer que el tipo de cambio suba" (Gestión, febrero 5, 2007; p. 24). A lo que otro de esos expertos añadió que el precio del dólar por ningún motivo debería caer por debajo de los tres soles con veinte centavos, piso que no entendemos de donde salió y que sería el precio de la divisa que -sospecharíamos- aseguraría el equilibrio de largo plazo de la balanza de pagos.

Lo primero que llama la atención de estas afirmaciones es el hecho de que esos representantes notorios de la "tendencia pro-mercado" del manejo de nuestra economía busquen la 'ayuda del gobierno' para evitar la caída del tipo de cambio nominal y, peor aún, que no dejen que las fuerzas de mercado actúen libremente, con lo que intentan convertirlo cándidamente en un 'precio político'. En contraposición a esas opiniones, el FMI le ha 'sugerido' la receta ortodoxa al gobierno peruano, con el asentimiento firmado -en la 'Carta de intención' del 5 de enero- por el ministro de Economía y el presidente del BCR, conminando a éste último para que limite "sus intervenciones en el mercado cambiario a (fin de) evitar una volatilidad excesiva y al aumento de las reservas internacionales, contribuyendo a que los agentes económicos internalicen mejor los riesgos cambiarios" ("Memorando de políticas económicas y financieras para el periodo 2007-2008"; Acápite 13, p. 7). Por el momento no parece que dicho compromiso se esté cumpliendo, dado que en lo que va del año -apenas seis semanas- el Banco Central ha tenido que comprar algo más de 700 millones de dólares para evitar el desplome de la divisa, que hoy se encuentra por debajo -a 3,18 soles por dólar- del imaginario e ingenuo 'piso'.

En tal sentido, todos los que intentan sostener el tipo de cambio no parecen ser coherentes con su dogma liberal, lo que ciertamente es comprensible al momento que piensan pragmáticamente en la presión política ejercida por ciertos intereses particulares, porque la plena libertad del mercado cambiario llevaría el precio a 2,80 o menos por dólar. El excesivo calor de este verano los ha vuelto, pues, heterodoxos... lo que ciertamente festejamos.

Un análisis algo más serio del tema debería partir de un cálculo de las tendencias del tipo de cambio real, en vez de fijarse solo en el nominal, como aparentemente lo vienen haciendo los peritos mencionados. Si sólo nos fijamos en este último es evidente que da la impresión que el sol está sobrevalorado, ya que si tenemos presente -por hacer una comparación extrema- que su precio era de 3,62 soles por dólar a fines de setiembre del 2002 y que hoy en día equivale a 3,19, alguien podría decir ingenuamente que -respecto a aquel mes- hoy en día los exportadores estarían perdiendo 43 centavos por cada dólar exportado. Lo que equivaldría a una revaluación del sol en 12% y, por tanto, un subsidio escondido a los importadores por esa tasa. Pero ahí el error que se comete es que no se toman en cuenta, entre otros elementos, las tasas de inflación relativas de nuestro país con las de los países con que comerciamos y los múltiples tipos de cambio que se ajustan entre sí permanentemente.

Veamos, pues, lo que ha sucedido con el tipo de cambio real, para detectar si efectivamente se puede afirmar la hipótesis de que está sobrevaluado el sol. Para estimar el tipo de cambio real en su forma más burda se toman en cuenta la inflación del Perú y la de Estados Unidos, así como el tipo de cambio soles-dólar, lo que se denomina tipo de cambio real bilateral (graficado en el diagrama adjunto en azul). Si repetimos el ejercicio contemplando todos los países con los que comerciamos (ponderando adecuadamente su peso relativo), se le denomina tipo de cambio multilateral (línea celeste en el gráfico), que sería el índice más adecuado para determinar el 'grado de paridad'. Finalmente, otra forma sencilla e igualmente simple para calcular el tipo de cambio real, consiste en dividir el índice de precios al consumidor de los bienes transables entre el de los bienes no transables (curva en rojo). La conclusión a la que llegamos es que el tipo de cambio real se ha mantenido prácticamente constante a lo largo de los últimos tres años. De manera que no existiría motivo para la queja.

¿A qué se debe, por tanto, el desesperado clamor por sostener (o devaluar) el tipo de cambio nominal? ¿Por qué se pide que el BCR siga interviniendo (comprando dólares), que las Asociaciones de Fondos Privados tengan un margen aún mayor de asignaciones en el exterior, que los impuestos se paguen en dólares, que se reduzcan aún más los aranceles, que se intensifique la lucha contra el narcotráfico y el lavado de dinero, etc.? La respuesta es que los márgenes de ganancia de los exportadores 'no-tradicionales' vienen cayendo, ya no porque el sol está sobrevaluado, sino porque la demanda y los precios internacionales -especialmente de las exportaciones agroindustriales- vienen cayendo. Y esto es consecuencia de la 'competencia de fondo de pozo', consistente en el hecho de que estamos exportando los mismos productos que venden cada vez más eficiente y baratamente otras economías que se están también globalizando a pasos acelerados y se han venido especializado en bienes sencillos similares a los nuestros, que además no tienen mucho futuro (desde alcachofas, pasando por polos, hasta llegar a cerámicas).

Lo que es consecuencia, ya más de fondo, de que no estamos diversificando suficientemente nuestros productos de exportación y nuestros mercados de destino y que no estamos aumentando nuestra competitividad a través de la I&D y de la innovación en los campos de la tecnología, del diseño y de nuestra megabiodiversidad. Lo que evidentemente exige una visión de largo plazo que aparentemente no posee gran parte de nuestros grandes empresarios, probablemente contagiados por la propia visión cortoplacista del gobierno. Por tanto, lo que se busca -una vez más- es incrementar la competitividad espuria de nuestra economía a través de la subvaloración del tipo de cambio y de una 'flexibilización laboral' que permita reducir aún más los de por sí paupérrimos salarios reales, intento que afortunadamente ha fracasado por el momento.




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