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La insignia
16 de febrero del 2007


Un país de décima


Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia. España, febrero del 2007.


Parece ser que Finlandia es un país saqueador y terrorista; de décima categoría, en contraposición con Uruguay y Argentina, que son de primera. Es lo que decía un panfleto que se iba a repartir el pasado día cinco en Montevideo, y que al final no se repartió porque sus autores, un grupo de argentinos, fueron insultados y agredidos por contramanifestantes uruguayos.

Si no han entendido nada, los invito a entender menos: los argentinos eran ambientalistas con intención declarada de «unir a los pueblos» y los uruguayos no pertenecían a ninguna asociación de amistad con Finlandia. De hecho, un semanario de Uruguay generalmente recomendable insinúa que el enfrentamiento se produjo, precisamente, porque los argentinos no tuvieron ocasión de repartir el panfleto. «El mensaje no llegó y el acercamiento se interpretó como provocación.» Por supuesto. Si el mensaje hubiera llegado, los unos y los otros podrían haber odiado alegremente a los finlandeses y se habría creado un ambiente de sana camaradería.

Todo el asunto viene a cuento del famoso conflicto de las papeleras. La primera, de capital español, se retiró hace unos meses; la segunda, de capital finlandés (Botnia), sigue adelante. A Uruguay, país soberano, llega una oferta que su gobierno, también soberano, acepta. Bajo las leyes ambientales del país, con el sistema fiscal del país, sin que exista presión conocida -ni desde luego, presión insuperable- por parte de Finlandia ni, con anterioridad, de España. Es decir, un problema uruguayo, que afecta al país vecino por sus consecuencias ecológicas y donde todos sus responsables se encuentran en el Cono Sur. Sin embargo, los ambientalistas argentinos creen que la culpa la tienen los finlandeses. Como antes la teníamos los españoles y los quinientos años, faltaría más. El enemigo externo. La antipatria. O Yoko Ono, según Def Con Dos.

¿Cómo se llega a tal grado de estulticia a partir de un desacuerdo bilateral común y corriente? En otros pagos, la cosa estaría clara. Patrioterismo, nacionalismo, xenofobia indisimulada: características de la extrema derecha. Pero América es América, con lo que el patrioterismo, el nacionalismo y la xenofobia sin disimulo se deben dar por sentados en cualquier ecuación. Son elementos centrales del discurso dominante. En todo el arco político, en toda clase social, en toda etnia.


Imperialismo de provincia

Uno de los profetas del discurso del «sur», Pérez Esquivel, títula su último artículo: «Las Malvinas son argentinas; y la Argentina, también». No seré yo quien niegue la razón jurídica del Estado argentino en el caso de las Malvinas, algo menor, pero en todo caso indiscutible, que la razón jurídica de España en el caso de Gibraltar. El único problemilla es que ni los malvinenses quieren ser argentinos ni los gibraltareños, los llanitos, españoles. Independientemente de lo que signifique ser argentino, inglés o español. Independientemente de a qué argentinos, ingleses y españoles en concreto pertenecen Argentina, Gran Bretaña y España. Pero Pérez Esquivel, como otros colegas de su grupo, no se plantean esas sutilezas. Miran con las gafas del nacionalismo y alimentan el discurso del nacionalismo.

Casi todos los países americanos tienen el común denominador de ser países exportadores de materias primas. Y nada más. No tienen economías reales. Durante mucho tiempo, la «política progresista» consistía en aumentar los impuestos de tal o cual mineral o producto agrícola. Y nada más. Cuando lo que se produce es petróleo y los precios son altos, la chapuza funciona (Venezuela); cuando no es así, los presupuestos nacionales son necesariamente ridículos y apenas hay margen para políticas asistenciales menores. Pero en lugar de hablar de propiedad pública y privada, de modelos fiscales, de impuestos, de grandes corporaciones y de pymes, de estructuras internacionales más justas, de modelos más o menos sostenibles en función de su valor laboral o incluso ecológico, la izquierda racial habla de nación, de patria, de «soberanía» sobre la tierra y hasta sobre la sangre. Por eso, el principal enfado de Esquivel es la venta de empresas y terrenos a extranjeros. ¿Sería mejor si fueran argentinos? ¿Hay alguna diferencia entre un explotador argentino y uno estadounidense? ¿Qué contamina más, una papelera finlandesa o una latinoamericana? Ni siquiera se ha parado a pensar que el tenderete de la élite argentina se sostiene precisamente por la exportación de cítricos, soja transgénica, carne, etc. Es decir, por mercados externos. Que se roban a otros.


Tocata y fuga

Al otro lado del charco, Jean Bricmont acaba de dar una gran lección sobre cómo confundir política y literatura en un texto titulado, en la traducción al español, «El choque decisivo de nuestro tiempo». Sinceramente me parece decepcionante que el coautor de «Imposturas intelectuales» cometa errores tan infantiles como limitar lo occidental a lo estadounidense y afirmar que los procesos de descolonización fueron el factor político más importante del siglo pasado. Un poco más y ni siquiera se da cuenta de que más de la mitad de occidente, la mitad americana, se independizó en el siglo XIX. Para salvar el escollo, afirmaba: «América Latina era formalmente independiente, aunque la tutela y las intervenciones militares de norteamericanos y británicos eran moneda corriente».

Formalmente independiente. ¿Es que un Estado-nación puede ser «realmente» independiente? Sólo si dicho Estado-nación es superpotencia en un mundo unipolar. Pero la afirmación no me interesa por la boutade del amigo belga, sino por el error de pensar que podemos crear un mundo nuevo, o un mundo razonablemente mejor, cambiando la narración del cuento chino de las naciones y sustituyendo los nombres de los protagonistas. Adiós, viejo mundo de la vieja y pérfida Europa. Hola, mundo nuevo de la nueva y bucólica América. Tan fácil como eso. Nosotros, que somos naturalmente mejores, seremos capaces de hacer lo que vosotros, naturalmente corruptos, no habéis sabido hacer. Patrioterismo, nacionalismo, xenofobia indisimulada. Lo que queda cuando se rompe el eje de la discusión y se mezclan en el mismo plato las naciones, los ciudadanos, la historia, todo.

En cuanto a los finlandeses, espero que nos disculpen. «No permitamos que un país de décima divida a dos naciones de primera», decían los falangistas (perdón, ambientalistas) argentinos. Quien quiera resbalar en el odioso juego de las comparaciones, debería recordar que sólo habría una medida aceptable para determinar la categoría de los países: los derechos sociales y políticos. Algo que no se consigue con peronismo y fútbol.


Cádiz, febrero del 2007.



Extractos

Panfleto (I). Contribución de Argentina y Uruguay
a la cultura de la humanidad

«Argentinos y uruguayos siempre seremos hermanos. Porque en 200 años hemos construido una historia y cultura común. Porque sabemos muchísimo de fútbol, porque tuvimos al Enzo y al Diego.»
«Porque tuvimos a Gardel y Julio Sosa.»
«Porque inventamos la murga, el candombe y el tamboril.»
«Porque compartimos la cultura del mate y el dulce de leche. Porque tenemos a Natalia Oreiro, a Pampita y a las mujeres más lindas del planeta.»

Panfleto (II). Finlandia, jódete

«¿Usted conoce un futbolista finlandés? ¿Alguna vez Finlanda ganó algo al fútbol, al truco, al básquet o a la bolita? ¿Usted conoce algún músico popular de Finlandia?»
«¿Alguna vez vio un finlandés tomando mate o comiendo dulce de leche?»
«¿Usted conoce alguna modelo, actriz o mujer bonita finlandesa?»
«¡No! Ninguno de nosotros conoce a los finlandeses por eso. Pero sí son conocidos por exportar sus pasteras contaminantes.»

Panfleto (III). Conclusión

«No permitamos que un país de décima divida a dos naciones de primera. Finlandia y Botnia son saqueadores y terroristas ambientales.»



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