Luis Peraza Parga: La muerte de un amigo

Nadie está preparado para la muerte de su mejor amigo. Un viaje a Marruecos, un animal que se cruza en la carretera, sueños que acaban de golpe, familias destrozadas, padres que no entienden por qué están enterrando a sus hijos, hijos que nunca nacerán a pesar del amor de sus padres, niños que quedan sin madre, amigo que queda viudo.

Nuestro encuentro en la discoteca, el reconocimiento de nuestra vecindad territorial y de almas, las escapadas al mar, al campo, la goleada a Malta, los triunfos del Real Madrid, los amores perros, los verdaderos amores, las bodas, los hijos, el reinventarse todos los días, tantos y tantos recuerdos agolpados en la mente y tratando de formar cola para salir de la manera menos atropellada posible. Bebía la vida, sorbía la vida, deglutía la vida. Genial amigo de sus amigos, siempre estaba allí para cualquiera, siempre tenía tiempo para dedicarlo a los demás antes de salir corriendo para una cita con la vida. Alegre, positivo, genial, dicharachero, siempre veía más allá de las egoístas rencillas personales. Su carisma y personalidad contagiaba a su entorno, y resultaba fácil y atractivo permanecer a su lado. Se casó con otro ser excepcional, divertida, solidaria, generosa, inteligente, lista, trabajadora. Murieron juntos. Ninguno sufrirá la pérdida del otro. Sólo sus entrañables familias y la enorme comunidad de amigos que crearon con esa generosidad de un par de almas llenas de vida, ternura y simpatía.

Los dos dejan una huella imborrable y vivirán para siempre en la memoria de los que tuvimos el privilegio de conocerlos. Dicen que nadie muere hasta que no se deja de hablar de él. Sus amigos nunca dejaremos de hablar de ellos.

Definitivamente, algo se muere en el alma cuando un amigo se va.