Portada de La Insignia

26 de diciembre del 2007

enviar imprimir Navegación

 

 

Cultura

Neruda, Carpentier y Cortázar: Las ceremonias del aniversario (II)

El interminable ajuste de cuentas


José Ramón García Menéndez (*)
La Insignia. España, diciembre del 2007.

 

El pleito Carpentier-Neruda (a veces pueril, con frecuencia agrio) cobró una especial virulencia con la publicación de Confieso que he vivido, libro de memorias de Neruda entre el fecundo balance vital y literario del poeta chileno y su irrefrenable gusto por el litigio contumaz con escritores latinoamericanos contemporáneos. De esta forma, mientras hace una caricatura cruel de la relación política y literaria con Pablo de Rokha, poeta y camarada que se suicidó en 1968, a quien denomina "Perico de Palothes"; Neruda califica a Vicente Huidobro como "egocéntrico impenitente" y desprecia la obra de Nicolás Guillén utilizando el equívoco con Jorge Guillén mediante la siguiente mención literal: "…Guillén (el español: el bueno)".

La práctica de la diatriba en Neruda tuvo un temprano entrenamiento en las animadas tabernas del entorno del Palacio de La Moneda. Desde estudiante y hasta su nombramiento como cónsul en Birmania, en 1927, Neruda recorría con su amigo el poeta Romeo Murga los bares de la calle Nueva York, San Pablo y Bandera, probando vino tinto de las históricas cepas chilenas de pinot con las afamadas empanadas chilenas. Con el tiempo, su displicencia con algunos colegas se atemperó, bien porque muy pronto se reconoció localmente su obra literaria (Crepusculario, Veinte poemas…), bien por su proyección cosmopolita en paralelo a sus quehaceres diplomáticos. No obstante, Neruda siempre recordó con especial nostalgia las tertulias de la calle Bandera y, en concreto, de dos amigos poetas fallecidos prematuramente por el delirio de la bohemia santiaguesa: Alberto Rojas y Alirio Oyarzún. Mientras el primer muere por una bronconeumonía fulminante en una noche de invierno por dejar su abrigo como pago en un bar; el segundo no llega a cumplir 30 años como un Rimbaud andino.

No obstante, la "guerra" entre Neruda y el poeta chileno Pablo de Rokha se convierte en un escaparate paradigmático. Excelente escritor de su tiempo, seguido por un grupo de lectores incondicionales, artesano que dominó un poderoso lenguaje poético, marxista de convicciones y militante durante años, como Neruda, en el Partido Comunista Chileno, tuvo una fijación fóbica y casi enfermiza con Neruda, hasta el punto que publicó Neruda y yo, singular colección de descalificaciones e insultos de un litigio personal y literario con un rango casi infantil. Esporádicamente Pablo Neruda brindaba también algún mensaje al bando contrario, con lo que la hoguera de las vanidades de ambos poetas se mantuvo encendida prácticamente hasta el fallecimiento de Rokha.

Para delicia de las tertulias literarias de Santiago, Valparaíso y Temuco, al interminable ajuste de cuentas entre Rokha y Neruda se sumaba Vicente Huidobro, enfrentado a su vez con los dos anteriores, y que compartía el juicio que a Juan Ramón Jiménez le merecía Neruda: "un gran mal poeta". Por su parte, Neruda ridiculizó a Huidobro por su afectación y ñoñería católica que consideraba a Zola, Anatole France o Blasco Ibáñez como escritores pornógrafos. Este peculiar triángulo (curiosamente, los tres militantes eran del PC chileno) produjo, durante décadas y en los aledaños de la Plaza de Armas, un mercado callejero, no menos peculiar, de panfletos incendiarios, dedicatorias apócrifas y carteles cuyos contenidos eran auténticos bofetones.

La escalada del contencioso Neruda-Rokha-Huidobro tuvo, sin duda, un punto álgido a propósito de los funerales del poeta Rubén Azócar. Neruda, viejo amigo de Azócar, lee en el cementerio un poema con efectuosa dedicatoria "Corona de Archipiélago para Rubén Azócar". En dicho poema, Neruda relata las vicisitudes de Azócar cuando es víctima de la inconfesable conducta de un ladrón de gallinas vestido de negro que abandona a Azócar en un hotel de provincias como rehén de una cuenta no pagada. El "ladrón de gallinas" era Pablo de Rokha y con esta anécdocta se refería Neruda a una gira literaria en el sur chileno de Rokha y Azócar. El resultado desastroso de la gira hizo huir en solitario a Rokha de Santiago sin pagar los gastos de hotel mientras que Azócar tuvo que quedarse y trabajar como friegaplatos y camarero en el establecimiento acreedor para zanjar las deudas de ambos. Días después de la difusión del poema de Neruda dedicado a la memoria de Azócar, Pablo de Rokha responde con una colección de "Sonetos Punitivos contra Casiano Basualto" dedicados con crueldad a la vida y obra del autor de las Odas elementales.

Tampoco fue menos cruel Neruda. Recordemos aquellos versos vengativos del Canto general cuando acusa a los colegas españoles que abandonaron a Miguel Hernández en los presidios del franquismo de postguerra: "Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre/en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos/de perra, silenciosos cómplices del verdugo,/que no será borrado tu martirio, y tu muerte/caerá sobre toda su luna de cobardes."

Años después, Neruda gozó de un revitalizado espíritu pugilístico , cercano a los setenta años de edad, que vuelca en sus memorias, hasta el punto de dedicarle media página a "un cierto ambiguo uruguayo de apellido gallego…(que) publica…panfletos en que me descuartiza…ese poetiso (sic) uruguayo con sus fantásticas incriminaciones". . Neruda se refería al crítico uruguayo Ricardo Paseyro, que sostenía una increíble historia conspirativa en torno al asesinato de Trotsky en México, acusando a David Alfaro Siqueiros y a Pablo Neruda como los autores intelectuales del meticuloso plan, instigado por Stalin, para asesinar al líder comunista. Neruda, en este sentido, responsabilizó a Paseyro como propagador de esa calumnia en Europa. Creía que había influido negativamente en la Academia sueca, que lo había postergado en la concesión del Premio Nobel de Literatura, a favor de Sastre y de Seferis, durante dos años en los que el poeta chileno era no sólo favorito sino que la Chascona fue preparada inútilmente para recibir a los medios informativos y autoridades locales en una insoportable lección de modestia para el renombrado vate de Temuco. Por su parte, Paseyro sentía una especial fobia literaria hacia Neruda, pues no podía asimilar algunas de las imágenes y metáforas del chileno. ¿Cómo entender, se cuestionaba el crítico uruguayo, el verso "jueves, yo soy tu novio" si no es más que un "nerudismo" diletante?

Sin embargo, en las memorias de Neruda no encontramos mención alguna a la constelación literaria de Uruguay formada por Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, y Angel Rama, entre otros. Como tampoco menciona a otro de los grandes escritores de América Latina, con una densa obra novelística y poética, como Lezama Lima. En este sentido, en la visión panorámica de grandes trazos y amplios directorios nominales que forman la memoria histórica de Neruda destacan la ausencia de escritores que, sin duda, son parte esencial de la historia literaria del continente en el siglo XX. A mi juicio, esta consideración es, en buena parte, producto de la asimetría entre las dos mitades de la obra, a favor de la primera parte.

Quizás, siguiendo la máxima de Rimbaud ("mi superioridad consiste en que no tengo corazón"), Neruda mostró una prepotencia "natural" consciente de la envergadura de su estatura literaria y física, y de la popularidad que alimentaba constantemente a través de frecuentes gestos de generosidad personal y literaria. Los pugilatos en el seno del gremio literario le permitieron, con acérrimos enemigos y apasionados defensores, estar en el primer plano de la actualidad. Por eso no sorprende que, con especial saña, Neruda también ninguneó a Carpentier y en menor grado a Cortázar, con los que coincide -destino azaroso- en el ritual de los aniversarios de 2004.

Con Carpentier, el pulso fue dilatado en el tiempo y especialmente sensible en términos políticos. Al final de la guerra civil española, Neruda se establece por unos meses en París en un apartamento compartido con Rafael Alberti y María Teresa León en el Quai de L´Horloge, muy cerca de la plaza Dauphine donde, en palabras de Neruda, "vivía el escritor francés (sic) Alejo Carpentier, uno de los hombres más neutrales que he conocido. No se atrevía a opinar sobre nada, ni siquiera sobre los nazis que ya se le echaban encima a Paris como lobos hambrientos". El juicio de Neruda -tan generoso con los colegas de la generación del 27- fue más que duro, sumamente injusto e injustificable. Sin embargo, y a pesar de las menciones ofensivas en Confieso que he vivido, Carpentier profesaba una sincera admiración por la poética apasionada del chileno y se refería a inolvidables veladas en el Madrid bullicioso de la II República en las que Federico García Lorca le hablaba de "oscuras fuerzas telúricas" y "Pablo Neruda me leía poemas cuyos versos me hacían asistir a la mineralización de un personaje".

Pero, además, Carpentier y Neruda compartieron asistencia y participación en el I Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura (Paris, 1935) y en el II Congreso de Escritores Antifascistas (Valencia, 1937). En este sentido, Neruda conocía directamente la apuesta de Carpentier no sólo por su respaldo crítico a valores emergentes en las artes plásticas (Picasso, Miró) o en la música (Satie) sino, también, por su compromiso de denuncia y movilización ante el avance del fascismo en España y, después, en toda Europa, así como el rechazo a las crueles tiranías americanas (Somoza, Trujillo, Batista) a las que, tiempo después y de forma genial, superpuso las herramientas cartesianas para alumbrar el "Recurso del método".

También es cierto que la actitud sobria y medida de Alejo Carpentier, tan afín a las vanguardias modernistas de la Europa de entreguerras y tan alejado, en apariencia, de los alardes sensuales del Caribe, contrastaba con la vitalidad del poeta que, desde su Temuco natal, siente la llamada cosmopolita con el apellido de Jan Neruda, poeta checo, y la insuperable inspiración exótica de la geografía del Índico. Sin duda, el triunfo de la Revolución en Cuba y sus responsabilidades políticas, especialmente en labores diplomáticas, influyó en Alejo Carpentier para que adoptara una posición más fría y distante hacia sus antiguos colegas de Madrid y París. La administración del poder, en términos de Canetti y en un evidente contexto de cerco de Cuba ante el acoso de EEUU, provocó pasividad de los gestores más conscientes y agresividad en los más desconfiados; y en todos ellos, una progresiva tendencia al escepticismo histórico o, en los términos de camaradas literarios desconcertados ante el final de la "primavera de Praga", al marxismo inteligente.


Fotografía: Mientras Carpentier se asentaba en Europa como diplomático/escritor al tanto de las nuevas vanguardias, llega a Cuba Hemingway: atraído por el sol, los daikiris y la pesca que le inspirará El viejo y el mar, escrito en este rincón de su casa de la Marina.

(*) Universidad de Santiago de Compostela (España). Correo electrónico: Iberoam[arroba]usc.es

 

Portada | Mapa del sitio | La Insignia | Colaboraciones | Proyecto | Buscador | RSS | Correo | Enlaces