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23 de diciembre del 2007

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Cultura

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Marisol García
La Insignia. Chile, diciembre del 2007.

 

Navidad. La palabra más pagana del idioma español aprieta el estómago y recarga la agenda hasta lo absurdo. Manos a la obra (o a la billetera), entonces, y a concentrarse sólo en una especialidad con la que agasajar a la parentela. La de esta servidora viene siendo desde hace un par de años el discjockeo fino, selecto y ad hoc de la Nochebuena completa. Incluso mi madre ha terminado encantada con Phil Spector.

De Henry Mancini a B.B. King, la oferta de villancicos es mucho más amplia de lo esperado, y no siempre insufrible. Internet ha sido un modo fantástico de dar con discos navideños sorprendentes, de entre los cuales el de Herb Alpert grabado en 1968 se alza este año como mi favorito. Standards nevados derretidos con los arreglos de delirio de The Tijuana Brass, y un par de regalos fuera de contexto ("Las mañanitas", "My favorite things") no menos adornados. Lounge extraterreste para hacer bailar hasta a los burros del pesebre.

No permitan que nadie, nadie, les haga digerir su cena navideña con Cecilia Echeñique, Los Grillitos de Graneros o Celine Dion de fondo. ¿Para qué, existiendo villancicos trasversales de Elvis, Sinatra o, por último, The Carpenters? Y cuando el alcohol haga su efecto en los mayores y puedan meter mano más impunemente en el equipo estereofónico del living de sus padres, tendrán a su disposición villancicos vivos y hasta tentadores para el resto del año. Grabaciones navideñas también tienen Sufjan Stevens, James Brown, Rufus Wainwright, Sergio Mendes, Julie London, Sumo y hasta mi reciente descubrimiento del primer dueto entre Boy George y Antony Hegarty para el mejor villancico de todos.

¡Felicidades! (Transantiago is over if you want it)

 

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