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29 de agosto del 2007

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Cultura

Sobre Francisco Umbral y Bruno Trentin

Desde la libertad


Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia. España, agosto del 2007.

 

En un mundo más racional y con más instinto para lo que importa, los grandes periódicos habrían dedicado un par de líneas al fallecimiento de Bruno Trentin; si no por reconocimiento, al menos por el deseo de fingir inteligencia o de fingir que quieren lectores inteligentes. A fin de cuentas se trataba del hombre que José Luis López Bulla definía hace unos meses, muy acertadamente, como «el sindicalista italiano más fascinante de los últimos cincuenta años».

Pero no quiero ser injusto; en este caso, el defecto de los medios tradicionales apenas oculta ignorancia y un sentido agriado del valor de las cosas y de las gentes. Más grave que su silencio fue el provincianismo general de la red hispana, por lo que tiene de síntoma. Absoluto en América, siempre encerrada en su caparazón, y relativo en España. Veinticuatro horas después de que la noticia se hiciera pública, sólo había aparecido en dos portales, que se hacían eco de la nota de pésame de Comisiones Obreras, y en La Insignia. La próxima vez que se pregunten sobre el subdesarrollo, antepongan el subdesarrollo cultural.

No me olvido del capítulo de las mezquindades. Bruno Trentin era una de esas personas que además de hablar, saben de lo que hablan; una de esas personas que además de luchar toda la vida por los derechos de los trabajadores, entendía el proceso que vivimos y buscaba y proponía alternativas reales. No es necesario estar de acuerdo con él, en todo o en parte, para agradecerlo. O más bien, no debería ser necesario; pero aquí nos topamos con el fundamentalismo de esa izquierdita de modas rancias, conceptos vacíos y vías muertas. Trentin el socialtraidor. Como el conjunto del sindicalismo italiano, el español, el alemán, cualquier sindicalismo democrático en cualquier sistema democrático. Que ciertamente cometen errores; pero en el camino correcto, desde la libertad. La misma libertad que movía, en un ámbito bien distinto, al hombre que ha fallecido este martes en Madrid.

Francisco Umbral. Muchas de las mejores líneas que se han publicado en prensa eran suyas. Prácticamente desconocido en América -volvemos al provincianismo-, su obra periodística seguirá viva y seguirá siendo ejemplo de elegancia y de exactitud hasta que el tiempo rompa su habitual matrimonio, al menos en lo relativo a la palabra escrita, con la justicia. Umbral era un maestro. No alguien que sabe poner una letra detrás de otra y tal vez tiene algo que decir, sino un genio del columnismo cuyo talento surgía en los momentos buenos y en los malos, en todos los humores, con independencia del palo que jugara y con una capacidad de trabajo tan generosa que se bastaba para despertar envidias.

Tengo aquí, a mi lado, el discurso que pronunció en diciembre del año 1999 en la Universidad Complutense; le entregaban uno de esos títulos honoríficos, doctor honoris causa, que en lo tocante a autores como él, premiados con el favor del público y del oficio, son siempre irónicos porque no añaden nada al receptor y sólo decoran a la autoridad que los emite. Creo recordar que apareció esa misma semana en el diario El Mundo con el título «Periodismo y literatura», y así lo reproduciremos nosotros. Entre referencias a los grandes, Quevedo, Voltaire, Lamartine, Larra, citaba las palabras de otro articulista excepcional, Azorín, durante una de las entrevistas que mantuvieron: «Yo soy hombre de un solo folio». Como él. Y también como él en la otra versión de la cita, que publicó en una edición diferente del mismo periódico: «Me levanto a las seis de la mañana y escribo mi artículo para ABC; un artículo corto como de un duro. Yo soy un hombre de un duro».

Umbral nunca me gustó como novelista. Pero he guardado revistas y periódicos enteros llenos de nombres y de acontecimientos, que en su momento parecían importantes, sólo porque al final del todo estaba él, madrileño como pocos, y la rarísima suerte de encontrar una metáfora, una manera de adjetivar, un giro únicos. Ahora sí cabría ese cliché de que las letras españolas están de luto. Y una lección, de su puño y letra, para quien quiera saber y sepa entender en qué consiste la empresa de una columna:

«Para hacer literatura en el periódico no basta con necesitar dinero, sino que hay que pulsar este género literario como el solo de violín del periodismo, como un soneto con sus reglas y medidas. Hay grandes escritores que nunca han sabido escribir un artículo y hay articulistas que nunca han dado la medida de otro género, como el narrador en corto, que tiene más que ver con el poeta que con el novelista.»


Madrid, 28 de agosto.

 

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