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11 de agosto del 2007

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Cultura

La educación y la búsqueda de sentido


Fernando Del Mastro Puccio
Ideele / La Insignia. Perú, agosto del 2007.

 

"Hay gentes tan llenas de sentido común, que no les queda el más pequeño rincón para el sentido propio".
-Miguel de Unamuno-

Hace unos días el doctor Luis Pásara escribió sobre un tema de gran relevancia: "(…) los estudiantes cada vez parecen tener menos interés por aprender". Esto respondería a dos factores. En primer lugar, un predominio de la imagen y la tecnología en la vida del niño que lo acostumbra a tener una actitud pasiva, lo cual desalienta el razonamiento y la curiosidad intelectual. En segundo lugar, la falta de utilidad de la educación para lograr un puesto de trabajo ya sea porque los alumnos tiene contactos (y deja de ser necesaria la educación) o porque contar con una buena educación es, hoy en día, perfectamente compatible con el desempleo.

Comparto la posición del doctor Pásara, pero creo que existe otro importante factor por el cual el interés y el gusto por aprender han disminuido, un factor que no es externo al sistema educativo. Y es que no podemos perder de vista que, en muchos casos, el sistema mismo, limitado a la mera transmisión de conocimiento o enfocado exclusivamente en la rentabilidad futura, ha claudicado en la tarea de impulsar adecuadamente uno de sus fines fundamentales: incentivar, sobre la base del conocimiento, del debate y de la experiencia misma, la búsqueda del propio sentido de vida por parte del alumno.

¿Por qué el haber claudicado en esta tarea ha derivado en la falta de interés de los alumnos por aprender? Porque difícilmente exista tarea más desafiante que la de buscar el propio sentido de vida, tarea que nos coloca ante preguntas existenciales, dirige nuestra mirada crítica de nuestro conciente a nuestro inconciente y nos impulsa hacia la búsqueda de ideales propios; tarea que, en suma, nos aleja del "hombre mediocre" de José Ingenieros, "(…) sombra proyectada por la sociedad, por esencia imitativo y perfectamente adaptado para vivir en rebaño", y nos acerca al "hombre rebelde" de Albert Camus, quien desafía la incertidumbre, al reinventar su mundo como un novelista reinventa la realidad.

No sería, entonces, aventurado afirmar que el momento en que la educación deja de ser un espacio para asumir este desafío coincide con el momento en que los estudiantes pierden el interés por aprender. Y no es para menos: lejos de ser colocados como agentes activos en la tarea de moldear la propia identidad, se les otorgó un lugar pasivo en el que hasta el día de hoy se ve obligados a retener información carente de significado.

En este contexto, creo que es justamente la reconducción de la educación hacia el fin mencionado lo que logrará captar el interés de los alumnos por aprender, toda vez que el desafío del que habla Camus nos genera cuestionamientos cuyas respuestas no están ni en la tecnología ni en la garantía de un futuro asegurado económicamente.

Dicho esto, es preciso preguntarnos, ¿cómo lograr reconducir los fines de la educación? Sin duda se requiere la confluencia de muchos factores. Me limitaré a mencionar solo algunas pautas concretas que han sido esbozadas por algunos autores desde el amplio ámbito de la psicología del desarrollo y la teoría constructivista de la educación.

En primer lugar, creo que es necesario evitar que la enseñanza sea vertical. Durante los primeros años de educación, es necesario que se implemente el modelo educativo democrático propuesto, entre otros, por Paulo Freile. Esto supone que se discutan, en la medida de lo posible, la idoneidad de las reglas del colegio con los niños, que se les planteen dilemas morales básicos, que se promueva la discusión y el debate respecto de temas que les afectan en su propia experiencia, que se llegue al conocimiento sobre la base de preguntas, y que la regla general no sea imponer las decisiones de los maestros sino explicarlas y discutirlas. Esto permitirá que el niño forme un carácter crítico y que se acostumbre a que lo bueno y lo malo no provenga de fuerzas externas sino que dependa, en gran medida, de él mismo.

En segundo lugar, y ya en niveles más avanzados de educación, es necesario promover directamente el tema del sentido de la vida y de las preguntas existenciales propias de la condición humana, no solo como un aprendizaje crítico de posiciones doctrinales sino también sobre la base de métodos innovadores que, tomando dichos conocimientos, busquen el debate, el conocimiento de la realidad, la evaluación y definición de nuestras verdaderas motivaciones y el diálogo intersubjetivo entre personas que tienen distintas experiencias y diversos modos de pensar.

Intentar lograr una enseñanza de estas características sería un buen esfuerzo por fomentar la libertad de conciencia en su nivel formativo y, sin duda, un medio para que los alumnos aumenten sus deseos de aprender, ya que se trata de un aprendizaje en el que ellos toman un rol activo en la búsqueda de respuestas.

Objetarán lo dicho aquellos comunitaristas que consideren los factores culturales como determinantes del carácter, por considerar que esta falta de interés en aprender es parte de la cultura post moderna o por considerar que las minorías culturales tienen derecho a seguir sus creencias sin necesidad de que sean cuestionadas. Habría que responder citando la pregunta que se formula la filósofa Martha Nussbaum, a propósito del caso de una mujer de Rajastán, en la India: "¿Por qué dejar que "la cultura" sea definida por sus suegros, y no por su propio aprendizaje, o por sus necesidades o elecciones? Las culturas reales contienen pluralidad y conflicto, tradición y subversión".

En esa medida, la educación debe ser un ámbito que si bien reproduzca en cierta medida la cultura (lo cual es inevitable y positivo) mantenga también la capacidad para fomentar que los alumnos puedan cuestionarla o repensarla, al prepararlos para que puedan asumir la libertad que los define como seres humanos.

Considero, entonces, que la educación debe buscar que los alumnos sean, en términos de Nietzsche, "(…) curiosos hasta el vicio, investigadores hasta la crueldad, dotados de dedos para hacer lo inasible, de dientes y estómagos para digerir lo indigerible, dispuestos a todo oficio que exija perspicacia y sentidos agudos, prontos a toda osadía, gracias a la sobreabundancia de voluntad libre".

 

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