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La insignia
18 de octubre del 2006


La noble dictadura del empresariado


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, octubre del 2006.


Con la rotunda seguridad de quien no duda de sus convicciones porque se las han inculcado como dogmas, y ostentando además una evidente ignorancia de otras posibilidades cognoscitivas que pudieran ampliarle su horizonte político y económico, los repetidores neoliberales se desgañitan afirmando que no existe, no ha existido ni existirá otra posibilidad de crear riqueza sino la de atraer inversiones mediante privilegios para las corporaciones y los monopolios foráneos y locales, a fin de que el chato empresariado vernáculo se entregue a la noble cuanto riesgosa tarea de asociarse minoritariamente a las transnacionales para luego derramar, con lujo de espíritu caritativo nacionalista y sacrificado, empleo y más empleo sobre las agachadas cabezas de las depauperadas masas de ignorantes que conforman su mercado.

El argumento les sirve para descalificar la posibilidad de que el Estado se encargue de proveer servicios fundamentales a la población que ha sido sistemáticamente excluida de las ventajas de la ciudadanía por las políticas oligárquicas y monopolistas de la atrasada elite cuya dominación defienden. Una población que los neoliberales califican de manipulable cuando se trata de etiquetar de "populismo" cualquier esfuerzo por incluirlas de manera central y estratégica (y no como beneficiarias postergadas de un lento y cruel goteo de migajas desprendidas de la mesa oligárquica) mediante un proyecto económico de país que, a partir de un interés nacional interclasista, posibilite el despegue de una economía crónicamente deprimida por la repetida práctica histórica de saqueo (y no de crecimiento económico capitalista) que las atrasadas oligarquías han perpetrado desde su conformación colonial y republicana, y de cuyo interés estratégico el neoliberalismo es la actual vanguardia "intelectual".

A contrapelo de la evidencia histórica que arrojan los casos de los Estados Unidos de Reagan, el México de Salinas y la Argentina de Ménem, para sólo mencionar los casos más sonoros, los repetidores neoliberales machacan a diario su diatriba contra lo que califican de "populismo" ante su incapacidad para nombrar el actual brote de izquierdas en América Latina, cuyo único denominador común hasta la fecha es ser el resultado inequívoco del descontento ciudadano ante la incapacidad del neoliberalismo de sacar adelante sus economías, y también ante los descalabros sociales que el descrito manejo elitista económico ha producido en esos países.

Al igual que en Estados Unidos, también en México y en Ecuador se ha recurrido al fraude electoral para impedir la llegada al poder de partidos que contradicen las políticas neoliberales. El pánico de las oligarquías y de sus vanguardias "académicas" es tal, que han recurrido a empresas de diseño industrial para que les pongan en práctica campañas conductistas que hagan de la noche a la mañana a las masas amar a sus clases dominantes y desarrollar "actitudes positivas" a contrapelo de los descalabros que produce su peculiar manera de producir y acumular riqueza. Una manera que, lejos de promover el principio liberal de la igualdad de oportunidades para la expansión del empresariado por la vía de la pequeña y mediana empresa, se basa en las prácticas monopolistas que impiden que el capitalismo crezca y que haya cada vez más ricos y más empresarios que estimulen el acceso de las grandes masas al empleo y al consumo.

Esto se llama atraso capitalista, y su esencia es conservadora, aunque sus exegetas de clase media se perciban como "libertarios" en su retórica de no más de cien palabras y tres o cuatro ideas, que buscan sustituir el poder político por la administración de empresas y la acción estatal por la gestión gerencial. Es decir, un totalitarismo de empresarios. Una dictadura oligárquica "de mercado" que busca la masificación que Orwell anunció en la mirada escrutadora del Big Brother, que vigila, oprime y "protege" a una masa mentalizada como la que conviene al interés oligárquico y al seguidismo neoliberal.



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