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La insignia
27 de mayo del 2006


A fuego lento

La planificación de la obsolescencia


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, mayo del 2006.


Uno de los principios de mercadeo de la industria cultural consiste en que "lo nuevo" deba envejecer vertiginosamente a fin de cultivar constantemente en el consumidor el culto por la novedad y el desprecio por lo que supuestamente ha quedado fuera del juego, de la moda, de "lo real". Por eso, la obsolescencia se planifica desde que un producto cultural se lanza al mercado a fin de que por sí mismo, y en razón de la campaña publicitaria del siguiente producto a lanzar, aquél se perfile, por obra y gracia de un supuesto progreso constante, como obsoleto. Es lo que ocurre con la "contracultura", que pronto se vuelve establishment y hay que inventar su contraparte constantemente.

La academia no podía escapar a esta ley hegemónica del mercado, y he ahí que los llamados "estudios culturales" han dado no sólo en estudiar las expresiones de la industria cultural que se mercadean como "alternativas", sino en ponderar su supuesta naturaleza contrahegemónica. Es el caso de los académicos que ven en Madonna o Michael Jackson a paradigmas contraculturales frente al mainstream, sin percatarse de que ni ellos ni los raperos más iconoclastas de hoy día se han formado a sí mismos (o a su rebeldía) en un espacio que no sea el del mercado; es decir, el de la planificación de la obsolescencia. Más aún, la academia "de izquierda", siempre obsesionada con solidarizarse culposamente con los supuestamente pobres, marginales, subalternos y desposeídos, ha volcado su comodona posición seudoradical hacia la solidaridad incondicional con los movimientos etnicistas sin percatarse de que el mercado académico, la cooperación internacional y los procesos globalizadores tienen ya previsto el desenlace de todas las calenturas etnicistas en la turistización de las "otredades", las identidades y las diferencias culturales, para futuro solaz del individuo dominante de siempre. En Guatemala, por ejemplo, el Ministerio de Cultura ha lanzado un "Plan de desarrollo cultural a largo plazo", en el que propone gestionar el turismo etnocultural desde ese ministerio, otorgando concesiones diversas a operadores turísticos privados.

Pero como el mercado ha logrado que los consumidores interioricen sus dictados, los académicos latinoamericanos que se autoconciben como progres o de izquierda, caen redondos en la trampa que les tiende la culpa de vivir bien en sus universidades, y se radicalizan a ultranza, aunque sea sólo en la palabra y en la indescifrable prosa del posmodernismo téorico, y andan siempre en pos de modas académicas que pronto se les vuelven obsoletas, tratando infructuosamente de hacer encajar lo que pasa en sus países dentro de los moldes de la teoría primermundista. ¿El resultado? Lo tenemos a la vista: "ismos" fundamentalistas, victimizados y esencialistas, tutelados por académicos extranjeros que ni se preocupan por traducir sus libros para que sus objetos de estudio los conozcan, aunque a menudo (literalmente) se casen con esos objetos; y también académicos vernáculos que hablan y escriben con insufrible acento extranjero.

La búsqueda de verdades más permanentes y menos trendy sería un buen camino a seguir en este mundo en el que la obsolescencia se planifica desde el nacimiento de lo supuestamente nuevo. Quienes queremos pensar la América Latina por y para ella misma (y desde ella misma) se lo debemos y nos lo debemos. El culturalismo y el contraculturalismo son una y la misma cosa: un destello que nos ciega para impedirnos ver la raíz de los problemas y vislumbrar soluciones radicales a los mismos.


(*) También publicado en A fuego lento



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