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La insignia
1 de junio del 2006


__Especial__
España, 1936-1939
El fetiche del frente continuo


Manuel Tagüeña Lacorte
De Testimonio de dos guerras



(...) Cuando al amanecer del 8 de noviembre salí de la capital hacia la Sierra, vi en la calle de Ferraz a un batallón de la Primera Brigada Internacional, que iba a tomar posiciones en la Ciudad Universitaria. Pocos días después, el teniente coronel Agudo dejó el mando y quedé yo al frente de la antigua columna Rubio.

En mi batallón Octubre nº 11 no tuvo grandes repercusiones el paso de la JSU al comunismo. Lo mismo que en otras partes, fue aceptado en general, y su organización no sólo no se debilitó, sino que se fortaleció cada vez más, paralelamente al crecimiento del Partido Comunista. Algunos jóvenes socialistas, como los hermanos Leo, Luis y Carlos Menéndez, no transigieron y se alistaron en otras unidades. En mi columna no hubo ningún rozamiento ni se persiguió a nadie. Había algunos oficiales y milicianos del Partido Socialista, que siguieron en su puesto hasta el final de la guerra. La camaradería establecida no se podía romper fácilmente.

La muerte por una explosión fortuita del antiguo dirigente comunista Medrano, durante una visita al frente del norte, colocó luego a Santiago Carrillo en el puesto más destacado de la Juventud Socialista Unificada (JSU), acompañado a muy poca distancia por Fernando Claudín. Los antiguos jóvenes socialistas fueron dados de lado, Cazorla (excepto el período en que fue miembro de la Junta de Defensa de Madrid), Laín y Melchor, desempeñaron el resto de la guerra funciones secundarias.

Llegó destinado a mi columna Pedro Orgaz, organizador del Partido Comunista. Decidí eliminar las desconfianzas con que me habían rodeado algunos jóvenes comunistas. Incluso habían llegado a tratar de convencer a Carmen de que no se casara conmigo, empleando toda una serie de argumentos "políticos". En resumen, le pedí a Orgaz que gestionase mi ingreso en el Partido. Lo hizo en unas horas; para él representaba el primer éxito: enviado a buscar nuevos afiliados, empezaba por conseguir al jefe de la columna. No lo hice por conveniencia ni por cálculo. Quería luchar, vencer al enemigo, y estaba convencido de que sólo los comunistas eran capaces de aglutinar, organizar y hacer efectiva la resistencia. Mis relaciones, a pesar de todo, nunca fueron buenas con la mayoría de los antiguos dirigentes de la Juventud Comunista, pero procuraba ignorarlos y no me importaban las caras largas que ponían cuando se encontraban conmigo.

De 1936 a 1939 habría otros muchos dirigentes diferentes: abiertos, francos, humanos, con los que se podía trabajar y que inspiraban en seguida una gran confianza, porque la camaradería era para ellos un concepto con contenido real. Por ejemplo: Pedro Checa.

El invierno crudo cubrió pronto de nieve las posiciones de la Sierra, paralizando todas las acciones. No apartábamos la vista de Madrid, donde no cesaban los ataques y contraataques. Las cuatro columnas que atacaban la capital conseguían éxitos locales, pero sin resultados decisivos. La "quinta columna", como el general Mola había denominado a los simpatizantes de los rebeldes dentro de la ciudad, fue perseguida y desarticulada, sin darle oportunidad de intervenir.

El 13 de noviembre el enemigo consiguió ocupar parte de la Casa de Campo y salir del río Manzanares. Dos días después penetró en la ciudad Universitaria. Todo el mes de noviembre se combatió encarnizadamente. Los trimotores Junker 52 alemanes pasaban muchas veces por encima de nosotros a bombardear Madrid sin que hubiera ningún avión republicano o artillería antiaérea que les hiciera frente, hasta que un día el cielo se cubrió de cazas rusos, que derribaron a decenas de bombarderos enemigos que volaban confiados sin protección alguna.

En plena batalla de Madrid, cuando miles de soldados republicanos luchaban y morían, y caían tantas víctimas inocentes de la población civil a causa de los bombardeos, pasó prácticamente desapercibido el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, víctima de la violencia que él glorificó como medio al servicio de los ideales. Quien la predica contra sus contrarios, está expuesto siempre a que éstos se le adelanten.

De nuestro lado combatían las dos primeras brigadas internacionales, mandadas por Kléber y Lukács, con voluntarios del mundo entero reclutados por la Internacional Comunista. De toda nuestra zona llegaban refuerzos en hombres y material. Otras nuevas unidades republicanas se organizaban en el mismo frente, como la 1ª Brigada Mixta de Líster. De Aragón llegó la columna anarquista mandada por Durruti, que fue muerto el día 21 de noviembre, cuando junto a la Ciudad Universitaria trataba de detener una desbandada de sus milicianos. A fines de noviembre, frente a Pozuelo de Alarcón, seis autos blindados rusos con su cañón de 37 mm. pusieron fuera de combate a 25 tanques ligeros alemanes Mercedes, armados sólo con ametralladoras. Según leí mucho tiempo después en las memorias del coronel alemán Kislander, este fracaso produjo la reestructuración de toda la industria de fuerzas blindadas en Alemania.

(...) A nuestro lado luchaban las primeras brigadas mixtas. Eran unidades independientes con todas las armas: cuatro batallones de infantería, artillería, ingenieros y servicios. Debían dar flexibilidad y carácter de maniobra a nuestra guerra, pero esto nunca pudo conseguirse. Dominaba el fetiche del frente continuo que debía abarcar todos los límites de nuestra zona, sin dejar un monte, ni un valle, extendiendo un cordón de protección que no servía para mucho, pero que nos daba una sensación de falsa seguridad. Lo malo es que ese tenue cordón consumía a muchos miles de hombres armados. Y cuando nos rompían el frente, lo taponábamos; y descansábamos sólo cuando las líneas estaban restablecidas. Sólo podíamos fortificarlas intensamente hasta hacerlas inexpugnables en algunos sectores aislados, cuyos flancos siempre eran débiles. Así quedó muy pronto todo el lindero oeste de la capital, desde la Ciudad Universitaria hasta el barrio de Usera, pasando por la Casa de Campo y los Carabancheles, como prueba del fracaso de la ofensiva directa del enemigo.


Fotografías

1 y 2. Combates en la sierra.



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