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La insignia
14 de junio del 2006


Borges, 20 años

Notas para una biografía política de Borges


Horacio L. Martínez
La Insignia*. México, junio del 2006.


«Yo descreo de la política no de la ética. Nunca la política intervino en mi obra literaria, aunque no dudo que este tipo de creencias puedan engrandecer una obra. Vean, si no, a Whitman, que creyó en la democracia y así pudo escribir Leaves of Grass, o a Neruda, a quien el comunismo convirtió en un gran poeta épico… Yo nunca he pertenecido a ningún partido, ni soy el representante de ningún gobierno…Yo creo en el Individuo, descreo del Estado. Quizás yo no sea más que un pacífico y silencioso anarquista que sueña con la desaparición de los gobiernos. La idea de un máximo de Individuo y de un mínimo de Estado es lo que desearía hoy.»
-Jorge Luis Borges-

Nuestro texto estará atravesado por la preocupación entre la obra de un autor y su época. Más específicamente, de aquello que una época espera de una obra y de su autor. Como el propio Jorge Luis Borges afirmó irónicamente en "Pierre Menard, autor del Quijote", las épocas mudan lo que hallamos eterno en una obra. Pero esto no es tan claro en relación a su autor. Borges fue criticado por su actuación política. Esta actuación consistió básicamente en declaraciones y demostraciones de consentimiento con dictaduras en la Argentina y con Pinochet en Chile. Hoy en día la pertinencia de la crítica para con el comportamiento político del autor de Ficciones no fue superada ni, mucho menos, se mostró obsoleta.

Nuestra intención es la de entender mejor esas actitudes del escritor, no para procurar una coherencia absoluta entre vida y obra, sino para no dejar en manos de simplificaciones lo que es, sin duda, material delicado y que requiere atención especial.

I

Los años de 1899 y 1986 marcan la vida de Borges. En ese período acontecieron dos guerras mundiales, la Revolución Rusa, dictaduras en todo el planeta y especialmente en su país, Argentina. El compromiso político y social parecía claro, indudable y casi obligatorio de parte de aquellos que realizaban trabajos intelectuales y artísticos. El siglo XX, aquel que tuvo que digerir Auschwitz y la bomba atómica, y pensar y crear después de esos nefastos anuncios, estaba a favor de nuevos sueños. El lugar del poeta era, entonces, el de un demiurgo que trajese esperanza con el escaso material que poseía.

Borges sospechó abiertamente de la legión de "artistas comprometidos" que pronto parecieron surgir con calculada espontaneidad. Su compromiso fue, entonces, el de procurar una autenticidad ética individual, de corte anarquista. Postulamos aquí que la autenticidad en Borges pasaba por un lugar ni siempre claro ni mucho menos confortable.

II

Borges contaba siempre la ocasión en que su padre, anarquista convencido, le pidió que observara muy bien los soldados, los uniformes, los cuarteles, las banderas, las iglesias, los sacerdotes y las carnicerías, ya que todo eso iba a desaparecer un día y él podría contar a sus hijos que había visto todo aquello.

El anarquismo aprendido del padre y alimentado en las conversaciones con Macedonio Fernández marcaría a Borges fundamentalmente para un rechazo de toda tiranía de carácter personalista. De lo que se tratará es de rescatar, destacar y fomentar la individualidad por sobre los movimientos de masas que, amparados en la figura de un líder carismático, estaban multiplicándose en las décadas de los treinta y cuarenta en la Argentina y el mundo. Borges, lejos de estar fuera de los acontecimientos de su época, interpretaba y criticaba muchos de ellos en el mismo momento en que sucedían. Así, en mayo de 1937, escribió en el número 32 de la revista Sur contra el racismo de los libros de texto de las escuelas alemanas: "No sé si el mundo puede prescindir de la civilización alemana. Es bochornoso que la estén corrompiendo con enseñanzas de odio" (citado en Woodall, 1999, p. 176). En la misma revista, en 1939, escribe en su "Ensayo de imparcialidad":

"Si yo tuviera el trágico honor de ser alemán, no me resignaría a sacrificar a la mera eficacia militar la inteligencia y la probidad de mi patria; si el de ser inglés o francés, agradecería la coincidencia perfecta de la causa particular de mi patria con la causa total de la humanidad. (…) Es posible que una derrota alemana sea la ruina de Alemania; es indiscutible que su victoria sería la ruina y el envilecimiento del orbe. No me refiero al imaginario peligro de una aventura colonial sudamericana; pienso en los imitadores autóctonos, en los Uebermenschen caseros que el inexorable azar nos depararía. (…) Espero que los años nos traerán la venturosa aniquilación de Adolf Hitler, hijo atroz de Versalles" (citado en Fernández, 1998, p. 40).

Debemos destacar el carácter profético de la preocupación de Borges por la multiplicación de Uebermenschen nativos. Tal profecía se vería realizada en la figura de Perón y su nefasta ascensión. Cuando, en 1946, Perón toma efectivamente el poder, Borges, que trabajaba en una biblioteca pública, fue "ascendido" a inspector de gallinas y conejos en los mercados.

Borges fue a la municipalidad para preguntar a qué se debía ese nombramiento. Él mismo cuenta la anécdota en su Autobiografía:

"Mire -dije al empleado-, me parece un poco raro que de toda la gente que trabaja en la biblioteca me hayan elegido a mí para desempeñar ese cargo." "Bueno -contestó el empleado- usted fue partidario de los aliados durante la guerra. Entonces, ¿qué pretende?" Esa afirmación era irrefutable, y al día siguiente presenté mi renuncia. Los amigos me apoyaron y organizaron una cena de desagravio. Preparé un discurso para la ocasión (…)" (Borges, 1999, p. 112).

El discurso, dada la timidez de Borges, fue leído por su amigo Pedro Henríquez Ureña el día 8 de agosto de 1946 y publicado en el número 142 de la revista Sur. En él, Borges afirmaba que "Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez (…)" Agregaba que combatir esas tristes monotonías "es uno de los muchos deberes del escritor" (citado en Woodall, 1999, p. 222).

Borges menciona aquí los muchos deberes del escritor. Pero el autor de El Aleph, dado su esteticismo wildeano, creía que el principal deber era escribir bien. El compromiso con el lector, lector menos real que ideal, lo llevaría a la búsqueda de una excelencia en la forma basada en su notable erudición.

Borges combatió anacrónicamente la dictadura de Rosas y contemporáneamente la de Perón. Pero una austeridad mal entendida como autenticidad lo llevó a no hacer pública, no tornar algo común e inteligible para otros, su actitud. Tampoco debemos olvidar su falta de actualización política para reconocer y entender el carácter atroz de las nuevas dictaduras que, en las décadas de los sesenta y setenta, asolaron Latinoamérica. Fue frente a esas dictaduras que reforzó su incapacidad política. Incapacidad política que se traduce en desconfianza frente a los compromisos colectivos.

III

La preocupación por los otros y la reciprocidad en las relaciones afectivas y morales nos abandona a veces a la hipocresía o al remordimiento, ya que no siempre somos justos. La consecuencia de esto puede ser una salida ética de corte individual, donde lo que importa es el compromiso personal con alguna convicción, más allá de sus efectos públicos. Ésta parece haber sido la opción borgeana. Sustituir la política colocando la ética en su lugar, una ética individual, casi íntima. Los resultados de esta opción, cuando se es una persona pública son, en su mayoría, desastrosos.

Hay un mito, en el pensamiento ético común, según el cual la autenticidad de una decisión justifica y valida casi cualquier comportamiento. La ética como lenguaje privado, un lenguaje solamente comprendido por el portador de la significación, fue -antes que el hecho retórico de manifestar que no fue feliz- el principal pecado de Borges.

Él privilegió la autenticidad de su decisión y la convicción personal por sobre las repercusiones públicas. Toda la condena sobre la conducta política de Borges se fundamenta en la falta de aproximación entre las convicciones del escritor y la ética del lector, menos supersticiosa que exigente.


Referencias

Borges, Jorge Luis, (1999), Autobiografía, en colaboración con Norman Thomas di Giovanni, Buenos Aires, El Ateneo.
Fernández, Teodosio (comp.), (1998), Álbum biográfico de Jorge Luis Borges, Madrid, Alianza Editorial.
Marco, Joaquín (ed.), (1982), Asedio a Jorge Luis Borges, Barcelona, Ultramar.
Woodall, James (1999), La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro, Barcelona, Gedisa.
(*) Texto tomado de Metapolítica, Núm. 47, mayo junio de 2006. Reproducido con permiso de la revista.



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