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La insignia
18 de julio del 2006


__Especial__
España, 1936-1939
España, 1936-1939

Los evadidos del infierno fascista


Miguel Hernández
Frente del Sur. 28 de marzo de 1937.



(...) La presencia de un evadido siempre produce en nuestras filas y en nuestro sentimiento una emoción y una admiración grandes. Nadie se harta de ologiar su audacia y su consciencia. Por conscientes, son los soldados más disciplinados y seguros. Por lo que han sufrido bajo la botaza de los generales facciosos, por los crímenes que han presenciado, son los primeros en los ataques, son los que no sienten ni temen las heridas que puedan llevar sobre su carne, porque llevan varias heridas dentro de los huesos apaleados.

Me acerco a cuatro evadidos con paso emocionado. Uno de ellos es de Écija, dos de Coria del Río y el otro de Badajoz.

Al de Écija le sorprendió en su pueblo el Movimiento y se salió al campo, donde permaneció oculto cinco meses. Comía trigo crudo, lo que alcanzaba al árbol y a la tierra, cuando no podía acercarse a los cortijos a pedir por la sangrienta vigilancia de los de la Falange. Llegó el invierno y, forzado a ello, por hambre, hubo de presentarse a los fascistas, que lo obligaron a coger un fusil. Estuvo en Sevilla diez días y sólo vio italianos y alemanes.

«Y en los barrios populosos -dice- vi mujeres solas de luto y hambrientas, que se prostituían por desesperación.»

Habla de los mil doscientos mineros y las treinta mujeres de Ríotinto, fusilados en Llerena, después de ser engañados por los fascistas, que los hicieron creer que iban a tomar Sevilla. Cuenta indignado cómo, de entre las treinta mujeres, escogieron a las más jóvenes y las violentaron antes de asesinarlas. Luego explica el mal trato que reciben los soldados del ejército faccioso y del ansia de pasarse a nuestras filas de infinidad de ellos; cree que muchos no se evaden por temor al fracaso. Además, los esbirros de Queipo propagan que los rojos los fusilaríamos y que la paga que recibimos es un papel blanco sellado.


El alcalde que cobraba dos vidas

Los de Coria del Río dicen que han matado a más de mil obreros en este pueblo y que el alcalde, después de cobrar grandes cantidades de dinero con la promesa de no matar al que se las entregara, sometió a la última pena a muchos ciudadanos que no habían actuado en política jamás y que le entregaban sus ahorros ingenuamente.

El evadido de Badajoz es un muchacho de veinte años. Escapó perseguido por la caballería de los fascistas, que lo obligaron a internarse en las sierras extremeñas, donde, según su relato, hay todavía numerosos campesinos resistiéndose a entregarse al enemigo y alimentándose con hierbas, raíces y alimañas. Se le ve obsesionado por salvar a la juventud que reprime sus gritos de libertad bajo la tiranía burguesa, impedidos de todo movimiento y acción. Advierte cómo aquellos jóvenes aguardan el día de su liberación y cómo ocultan enormes listas con los nombres de los asesinos de sus compañeros. Por su boca conocemos la angustiosa situación, la gran tragedia de tantos hombres obligados a enfrentarse con sus mismos hermanos, que aguardan que se acerque nuestro ejército a los pueblos llenos de ansiedad. Pasan de noventa mil los trabajadores asesinados en la provincia de Badajoz; sólo en la capital han sido fusilados más de veinte mil. Casi todos cayeron con el puño levantado y en la boca un ¡viva! al pueblo libre. Estoy frente a los cuatro evadidos, entre una multitud de soldados extremeños, y Velasco se vuelve a ellos con los ojos disparados y grita:

-¡Quiza muchos de los asesinados son padres, hermanos vuestros! Los que quedan vivos me encomendaron que os trajera un saludo si conseguía llegar vivo hasta vosotros, y que no los olvideis. ¡Pronto! Venzamos al enemigo en Andalucía y marchemos sobre la región que nos ha criado, a matar a los asesinos de nuestras familias.

En la voz de Velasco se reflejaba la ira, su corazón emocionado y la ansiedad mortal de los trabajadores que, en los pueblos ocupados por el fascismo, siguen, encarcelados o escondidos, los movimientos de esta guerra.



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