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5 de julio del 2006


__Especial__
España, 1936-1939
España, 1936-1939

La primera batalla
de la segunda guerra mundial


Artur London
De Se levantaron antes del alba



Según el acuerdo que había firmado en diciembre de 1935 con el Gobierno francés, la República española podía proveerse en Francia, con carácter preferente, de armas y municiones hasta la cantidad de veinte millones de libras esterlinas. El 25 de julio de 1936, rompiendo tal acuerdo, el Gobierno francés impuso el embargo sobre las armas destinadas a España.

(...) Mientras Francia había cerrado sus fronteras, Alemania e Italia aplazaban su decisión definitiva de entrada en el Comité de No Intervención y ganaban tiempo para abastecer a los rebeldes de armas, municiones, aviones y material de guerra en general.

Después entraron a formar parte del Comité de No Intervención, firmemente decididos a no observar ninguno de sus acuerdos.

Inglaterra jugó desde el primer momento un doble papel que favorecía a los rebeldes. Los periódicos italianos ponían de relieve que en la decisión del Gobierno francés de romper el acuerdo de venta de material de guerra a la República española había influido grandemente con su intervención George Clerk, embajador de Gran Bretaña en París (...).

La Comisión Internacional del Control, que tenía su sede en Tánger, acordó, el 2 de agosto, ceder a las exigencias categóricas de Franco y a la insistencia del cónsul italiano, que era el presidente de la Comisión, y prohibir la entrada en el puerto de Tánger a los barcos de guerra españoles que se mantenían fieles al Gobierno republicano. El Gobierno británico fingió actuar esforzándose por "impedir complicaciones de orden internacional" y presionó constantemente sobre el Gobierno español obligándolo a ceder. En realidad, para los círculos gubernamentales británicos, de lo que se trataba era de que la marina gubernamental ponía en serio peligro el transporte de tropas de Franco a la Península; la zona internacional de Tánger estuvo libremente abierta para los rebeldes que llegaban de la zona española de Marruecos.

La enemistad del Gobierno británico hacia la España republicana se puso más claramente de manifiesto aún después de que el gobierno legal español promulgó los decretos del 9 y del 10 de agosto declarando el bloqueo de las costas ocupadas por los rebeldes. El Gobierno británico negó categóricamente a los organismos de la República el derecho a detener, registrar y confiscar los barcos británicos que se dirigían a los puertos rebeldes. A la marina británica le fue dada la orden de actuar en el caso de que alguno de esos hechos fuera intentado. Lo que Inglaterra reconocía en realidad era el derecho de contrabando de armas a favor de los rebeldes.

Además, era un secreto a voces que Portugal era un país vasallo de Inglaterra. Ya antes de la sublevación, era Lisboa el principal puesto de mando de los rebeldes. El general Sanjurjo, con la ayuda del Gobierno portugués, trazó en Portugal los planes del complot y los preparó.

(...) Cuando el 27 de agosto de 1936 se apoderó Franco de las minas del Rif, se creó en Sevilla una sociedad hispanoalemana que debía suministrar en pocos meses un millón de toneladas de mineral a Alemania. A los propietarios y accionistas ingleses les fueron pagadas las indemnizaciones por daños en pesetas, que no tenían valor alguno en el extranjero. El Gobierno británico se conformó rápidamente a esa realidad. Para él era más imortante impedir el surgimiento de una República popular española, que necesariamente pondría en peligro los intereses de los trusts.

En diciembre de 1936 se celebraron negociaciones secretas con el Gobierno de Burgos para tratar de la exportación de Alemania de piritas extraídas de las minas pertenecientes a sociedades inglesas. El resultado de esas negociaciones fue que parte de los dividendos les serían pagados a los accionistas inmediatamente y el resto al terminar la guerra civil. El Gobierno británico esperaba que después de la derrota de la República podría entrar en el reparto de las riquezas de España con sus competidores italianos y alemanes.

(...) Los Estados Unidos, que no formaban parte del Comité de No Intervención, seguían una política de "neutralidad" que de hecho confirmaba el bloqueo de la República. El entonces embajador de EE.UU. en España, Bowers, escribió a este respecto:

"El Comité de No Intervención y nuestro embargo representan una contribución importante para la victoria del Eje sobre la democracia española."

Desde el principio hasta el fin de la guerra, Estados Unidos abasteció de combustible al ejército y a la retaguardia de los rebeldes. Estos no habrían podido moverse sin tal ayuda, que representó una de las mayores contribuciones a la victoria del fascismo en España. Del suministro se encargó la Standard Oil.

(...) A finales de agosto, en el Comité de No Intervención estaba representada toda Europa. El Comité, presidido por lord Plynmouth, se reunió por primera vez el 9 de septiembre en Londres. Y negó al Gobierno legal español la posibilidad de adquirir armas en el extranjero, como le autorizaba el derecho internacional (...).


La primera batalla de la segunda guerra mundial

(...) Esta enumeración no da más que una débil idea de lo que fue, desde el principio de la guerra, la intervención de las naciones fascistas contra la República española. Primeramente encubierta, incluso negada por múltiples afirmaciones oficiales, la intervención es tan sumamente flagrante que Alemania e Italia no solamente lo reconocen, sino que de ello se enorgullecen:

Roma fascista, 2 de diciembre de 1936:

"La farsa de la No-intervención ha terminado. Para nosotros no había comenzado nunca [...]. El fascismo está de nuevo en línea: lucha y vencerá [...]. Combatimos en España, que es actualmente el sector más activo de nuestra guerra, la cual dura desde hace 15 años [...]. Hoy es Franco el jefe de una revolución que es, en toda su extensión, hermana de nuestra revolución, y nosotros estamos, idealmente, espiritualmente y materialmente con las armas en la mano, en formación de combate con él y con sus legionarios... Combatimos y venceremos en España como hemos combatido y vencido en todos los frentes a los que el Duce nos llamó a combatir [...] Son inútiles las ilusiones: ya no es posible ningún compromiso."

Mussolini (en el periódico Popolo d'Italia), 18 de junio de 1937:

"En la batalla de marzo ha habido centenares de fascistas muertos y dos mil heridos. El fascismo, que ha acostumbrado a los italianos a vivir una vida de valentía y de verdad, no ha ocultado las bajas, ha publicado los nombres de los muertos, recomendándolos al reconocimiento de la nación y a la exaltación vindicativa de los "camisas negras". Dónde, cuándo, cómo, no es posible decirlo hoy, pero una cosa es cierta como un dogma de fe, de nuestra fe: los muertos de Guadalajara serán vengados."

Goebbels, 27 de junio de 1937:

"Alemania ya no es el tierno cordero que fue desde 1918 hasta 1933. La voz de los cañones de los navíos de guerra alemanes es prueba de ello. Ante los ejercicios de tiro de la camarilla roja de Valencia, Alemania no puede remitirse a las negociaciones que se dilatan en esos comités y subcomités."

Mussolini (en Popolo d'Italia):

"En esta gran lucha que ha puesto frente a frente a dos tipos de civilización y dos concepciones del mundo, la Italia fascista no ha permanecido neutral: ha combatido y la victoria será también suya."

Hitler, discurso de Wurtzburg:

"Necesitamos un gobierno nacionalista en España a fin de podernos procurar el mineral español."

El 26 de agosto de 1937, el general Franco enviaba al Duce el siguiente telegrama:

"En el momento en que las valerosas tropas legionarias entran en Santander en nombre de la civilización occidental contra la barbarie asiática, obteniendo una de las más brillantes y resonantes victorias de esta guerra, tengo la satisfacción de testimoniar a V.E. el orgullo que siento de tenerlas bajo mis órdenes, así como mi sincera admiración por el ardor con el que han realizado un avance tan rápido."

El 27 de agosto de 1937, respondía el Duce:

"Siento particular satisfacción de que las tropas legionarias italianas hayan dado, durante diez días de duros combates, una contribución notoria a la espléndida victoria de Santander, y que tal contribución sea hoy plenamente reconocida por el telegrama de usted. De ahora en adelante, esa íntima fraternidad de armas será la garantía de la victoria fianal que librará a España y al Mediterráneo de toda amenaza abierta contra nuestra civilización."

A finales de 1937, el Gobierno español estimaba en 100.000 italianos y 10.000 alemanes la participación de las fuerzas intervencionistas germano-italianas, sin contar a los marroquíes, el Tercio y los portugueses.

En el curso de los siguientes meses, esas cifras aumentaron en proporciones muy importantes. Después de a llegada de los convoyes de los primeros meses de 1938, los rebeldes disponían de 450.000 soldados, de los cuales 237.000 eran extranjeros, repartidos como sigue:

160.000 italianos (cuatro divisiones autónomas, "Flechas negras" y aviación).
20.000 alemanes (instructores, pilotos, servicios antiaéreos, radio, espionaje).
50.000 moros (marroquíes y árabes de Ifni).
7.000 soldados del Tercio, de diferentes nacionalidades.

El resto del ejército lo constituían 213.000 españoles, de los cuales eran:

65.000 requetés.
45.000 falangistas.
103.000 reclutas.

La participación de los soldados extranjeros de la intervención había de aumentar aún, hasta alcanzar la cifra de 300.000.

(...) Dirigida por Chamberlain, la política inglesa, desde 1937 hasta la ocupación de Praga por Hitler en marzo de 1939, estuvo dominada por la idea de llegar a un acuerdo con Italia y Alemania. Para conseguirlo, sacrificaba a España, como había sacrificado ya a Austria, como habría de sacrificar más tarde a Checoslovaquia. ¡Y aún osaban presentar esa política como la única que podía "mantener la paz en Europa"!

Tal fue el espíritu con que se firmó el acuerdo anglo-italiano del 16 de abril de 1938, del que dijo Atlee que era "una abyecta capitulación de la mayor potencia del mundo ante la más débil de las dictaduras".

(...) A finales de enero de 1939, León Blum declaraba ante la Asamblea francesa, en un debate sobra la política relativa a España del Gobierno francés del que ya no era presidente del Consejo:

"Cuando decíamos No-intervención, entendíamos prohibir a todos los Estados europeos que intervengan en España para hacer prevalecer en ella determinada concepción política [...] Nosotros hemos actuado con buena fe. Durante meses y meses hemos observado los compromisos que habíamos contraído. La mejor prueba de ello es que hemos dejado que [los fascistas] tomasen Irún, en nuestra frontera, cuando unos cuantos miles de fusiles habrían podido impedirlo. Hemos agotado todos los medios para obtener la reciprocidad. Hemos tratado entonces de instituir el control internacional [...] impúdicamente violado a la faz del mundo. ¿A qué resultados ha conducido eso? A que parezca natural ver que las tropas italianas combaten en España en sus propias formaciones y a considerar que el señor Mussolini hace al señor Chamberlain y a la causa de la paz una concesión magnífica al consentir en no dejarlas allí más que hasta la victoria de Franco."

Tal confesión del que fue uno de los promotores y sostenedores de la política de No-intervención no necesita comentarios, dice bastante por sí misma.

Aún en enero de 1939, después de la caída de Barcelona, un cambio en la política de No-intervención habría podido contribuir a salvar una situación que, si era ciertamente comprometida, no era todavía desesperada, dadas la gran superficie de territorio en poder de los republicanos y las importantes fuerzas armadas concentradas en los frentes del Centro y del Sur. Pero en lugar de reconocer y corregir sus errores pasados, los gobernantes franceses e ingleses se apresuraron a reconocer al Gobierno de Franco. La disignación del mariscal Pétain como embajador extraordinario cerca de Franco era bien simbólica.


Fotografías

1. Neville Chamberlain y Adolf Hitler.
2. Goering, Chamberlain, Mussolini, Hitler y Eduard Daladier.
3. Hitler y Franco



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