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La insignia
1 de febrero del 2006


España

Estatuto y sectarismo


Juan Francisco Martín Seco
Estrella Digital. España, diciembre del 2006.


Estamos inmersos en una ola de sectarismo. Espíritu de grupo, de clan, de tribu. No juzgamos las apreciaciones por sus razones intrínsecas, sino por quién las mantiene. Cerrar filas con los propios, aun cuando defiendan los mayores disparates, y no dar tregua al adversario aunque se coincida con él, al menos parcialmente, en determinados temas. No sé si ello es inherente a la política, quiero creer que no y que constituye tan sólo un vicio de nuestra actual coyuntura nacional. Lo cierto es que el espacio político español se divide en cenáculos cerrados, estancos. Se es de unos o de otros y, situado en un determinado círculo, automáticamente quedas privado de libertad de pensamiento y conciencia y condenado a profesar y defender el dogma de la respectiva iglesia.

Están presentes aún aquellos años en que muchos miembros del partido socialista tuvieron que poner patas arriba todas sus convicciones en materia económico-social para adaptar su discurso a las nuevas pautas que dimanaban de la dirección felipista. Y después vino lo de Aznar y lo de la foto de las Azores. Sin duda que dentro del PP, incluso en puestos relevantes, serían bastantes los que tomarían conciencia de la irracionalidad de la invasión, y de la aún más irracional postura española tendente a asumir un protagonismo que no nos correspondía. Seguro que serían muchos aquellos conscientes del coste electoral y político que tal actitud iba a tener para su partido. Pero ello no les hizo vacilar lo más mínimo a la hora de apoyar la postura del Gobierno e incluso de arremeter agriamente contra los que defendían posturas diferentes. ¿Cuántos son los que hoy en el PSOE están en total desacuerdo con los planteamientos nacionalistas y por tanto con todo el proceso seguido a propósito del Estatuto de Cataluña? ¿Pero cuántos son también los que se engañan a sí mismos y pretenden convencernos a todos de que al final lo pactado es lo correcto y que se ha solucionado por completo el problema? Da rubor escuchar cómo algunos se desdicen y donde dijeron digo, en realidad ahora dicen que quisieron decir diego.

El sectarismo ha trascendido la esfera estrictamente política para invadir el mundo de los medios de comunicación. Hoy, éstos se alinean con el mismo espíritu de partido, quizás mayor, que los propios políticos. Por eso resulta tan difícil criticar el Estatuto catalán sin que se le identifique a uno de inmediato con la reacción, lo cual no deja de resultar paradójico, porque nada más reaccionario que las reivindicaciones victimistas de los ricos frente a los pobres. El espíritu de clan o de partido lleva a que muchos en estos momentos acallen su mala conciencia queriendo convencerse a sí mismos de que los acuerdos logrados entre el presidente del Gobierno y CiU cambian sustancialmente el desaguisado que vino de Barcelona. La coartada es tanto más fácil de utilizar cuanto que la rabieta protagonizada por ERC puede dar a entender que no se ha cedido a las pretensiones nacionalistas. Nada más erróneo, los nacionalistas nunca pierden. Nunca pierden porque nunca aceptan un estado como definitivo. Lo ha dicho Mas, esto no es el final, tan sólo un salto, un salto cualitativamente importante que servirá para dos, cinco o diez años; transcurridos los cuales, vuelta a empezar.

Es cierto que no se ha aceptado al cien por cien el Estatuto original. Sólo faltaría. Pero no es menos cierto que lo aprobado no puede por menos que dejar un poso de desasosiego a todo aquel que lo analice sin espíritu sectario. Es el hormigueo que produce aquello que es irracional y que difícilmente encuentra justificación. Muchas son las contradicciones que surgen. Quizás la principal radica en el propio ámbito de negociación, el que se haya concertado exclusivamente entre el PSOE y los nacionalistas catalanes. Se quiera o no, el nuevo Estatuto no sólo modifica la situación de la Comunidad Autónoma de Cataluña, sino todo el Estado de las Autonomías. Lo han dicho sus propios progenitores, es un modelo que se puede extrapolar al resto. Y si es un modelo que se puede extrapolar al resto, ¿por qué no han estado todas las Comunidades presentes en la negociación? ¿por qué se reserva a éstas el papel de simples comparsas con la única posibilidad de adherirse o no a un acuerdo previamente fijado? Y no se diga que la adhesión es voluntaria, porque la aplicación a una Comunidad fuerza la extrapolación a las restantes, aun cuando el modelo en su conjunto sea perjudicial para muchas de ellas.

El segundo motivo de contradicción general es el papel asumido por el PSC, su ambigüedad. ¿Es parte del PSOE, o no lo es? Porque si lo es, en la discusión del Estatuto en el Parlamento catalán era el PSOE el que discutía y aprobaba, y no parece lógico que aprobase algo distinto de lo que después iba a defender en el Parlamento nacional. Y si no lo es, no se entiende muy bien por qué participa en la elección del secretario general del PSOE o por qué interviene y vota en los comités federales de este partido si después se reserva el derecho de hacer y defender lo que le venga en gana. Es la ambigüedad clásica de los nacionalismos. Somos soberanos y no admitimos que el resto de España se entrometa en nuestros asuntos (ámbito de decisión, que decía Maragall el pasado fin de semana en el País Vasco, metiendo de nuevo la pata); pero claro, nosotros podemos intervenir en el resto de España. De hecho, gracias a una ley electoral disparatada, los partidos nacionalistas vienen interviniendo decisivamente en el Gobierno central en mucha mayor medida de lo que les correspondería por los votos que representan. Eso sí, sólo para garantizar la gobernabilidad, según dicen.



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