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La insignia
23 de enero del 2006


Una lectura desde la economía política

Deuda externa y globalización financiera (I)


Pablo Dávalos
Texto perteneciente al libro Asedios a lo imposible. Políticas económicas en construcción
Editores: Alberto Acosta y Fander Falconí. Ecuador, noviembre del 2005.

Edición para Internet: La Insignia.


La deuda externa es, sin duda, uno de los fenómenos más interesantes en la dinámica del capitalismo, porque posibilita entender la conformación de varios procesos fundamentales para el capitalismo contemporáneo, tales como: la autonomización de la esfera financiera de aquello que el economista inglés David Ricardo llamara el sector real de la economía; las nuevas formas de la regulación de la acumulación capitalista con las nuevas relaciones de poder que emergen y se consolidan a nivel mundial, a partir del endeudamiento; la creciente concentración de mercados en pocas corporaciones transnacionales y holding; la vulnerabilidad de las economías nacionales frente a las decisiones de arbitraje que realizan las bancas de inversión; el nuevo rol de dirección, control e imposición de este nuevo orden mundial definido por los contenidos del "Consenso de Washington", por parte de las instituciones de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional); los ataques especulativos a países, empresas y regiones de los nuevos actores institucionales de la globalización financiera; y, finalmente, la forma por la cual el sistema en su conjunto entra en crisis periódicas; la expansión de éstas a nivel planetario y la recuperación del sistema.

Esta serie de fenómenos plantea varias interrogaciones: ¿Cuál fue el motor interno de las crisis financieras que azotaron al capitalismo en los últimos decenios del siglo anterior y qué relación tienen éstas con el endeudamiento? ¿Cuáles son los mecanismos de transmisión de esas crisis financieras? ¿Qué papel desempeñan los nuevos actores estratégicos de la globalización financiera, como las bancas de inversión, en estos mecanismos de transmisión? Y, quizá la más importante: ¿cómo logra el sistema superar estas crisis? ¿Qué mecanismos internos actúan en la lógica del sistema capitalista que le permite regular la relación entre el sector real y el sector financiero a escala mundial? ¿Por qué esa destrucción literal de la riqueza de un país que se expresa en la disminución a veces dramática de sus indicadores claves, como el Producto Interno Bruto, está acompañada al mismo tiempo de un crecimiento vertiginoso de los valores bursátiles?

Una de las primeras respuestas debe partir de aquella conceptualización original que escindió a la economía en dos sectores: el denominado sector real o productivo y el sector financiero o monetario. Esa escisión y autonomización se la debemos al marco analítico creado por la economía política clásica, y, fundamentalmente, a David Ricardo (1772-1823). En efecto, debemos a Ricardo el haber separado la moneda de la economía y de haber autonomizado la economía productiva de sus correspondientes flujos monetarios; por esto la noción de la neutralidad monetaria es una herencia que la conservamos hasta ahora. Ricardo llega a esta conclusión como una manera de fundamentar analíticamente su teoría de los beneficios, la cual se basa en su teoría de la renta diferencial, la que a su vez, nace de la noción de escasez de recursos y de rendimientos marginales decrecientes.

Es sobre esta escisión entre dos sectores de la economía, real y monetaria, y sobre el hecho de que la moneda haya sido neutralizada de tal manera que no tenga impactos para la economía real o productiva, que ahora la economía neoclásica comprende a los flujos financieros y monetarios al interior de una economía. Es esta autonomización analítica de la esfera monetaria la que permite ahora comprender a la inflación como un fenómeno exclusivamente monetario. En efecto, se asume que existe una relación directa entre la masa monetaria y la inflación, esta relación se expresa en lo que se conoce como la "ecuación de cambio", y se sustenta en el hecho de que la moneda es neutral en el corto plazo. Pero no solo esto, la economía neoclásica actual le debe a Ricardo uno de sus paradigmas fundamentales: la noción de escasez de recursos y los criterios de eficiencia para su asignación. Ricardo entabló una férrea y sostenida discusión con Malthus, a propósito de la escasez como valor analítico fundamental de la economía.

Ricardo sostenía que el problema no está en la creación de riqueza porque partía de la suposición de que existía una dotación de recursos previamente existentes (tierra, trabajo y capital) que, por definición, tenían rendimientos decrecientes por su re l a t i va escasez. El problema real radicaba, según Ricardo, más bien en la forma en que se distribuye esta riquez a :"El producto de la tierra, escribe Ricardo, se distribuye entre tres clases de la comunidad, a saber: el propietario del terreno, el poseedor del stock o capital necesario para su cultivo y los trabajadores por cuya industria es cultiva d o... La determinación de las leyes que regulan esta distribución es el principal problema de la economía política" (Ricardo 1973: 21). Malthus razonaba de una manera exactamente inversa: lo que importa no es la distribución sino la creación de riqueza. Para Ricardo, la moneda era neutral, para Malthus la moneda tenía incidencias directas sobre la creación de la riqueza social. Un debate que tuvo una resolución brillante en la teoría general de Keynes.

Esta discusión que parecería tener pertinencia solamente para la historia del pensamiento económico, en realidad es clave para entender algunos aspectos de la teoría económica moderna y sus impasses epistemológicos. La propuesta de una economía sometida al yugo de la escasez, con una moneda esterilizada de manera previa, implica considerar al ahorro nacional como un recurso escaso; una propuesta que deja como la única posibilidad de incrementar el ahorro a la abstención en el consumo y el aumento de las tasas de interés. Esta noción de abstención y escasez está inscrita con fuego en el paradigma actual de la economía neoclásica y forma parte de las recomendaciones del FMI y del Banco Mundial y de sus políticas de ajuste macroeconómico y reforma estructural.

La economía neoclásica actual quiere remontar sus antecedentes e incluso su nacimiento epistemológico hasta Ricardo, mientras que Keynes, quien escribió una biografía sobre Malthus, expresaba al respecto lo siguiente: "... Ricardo conquistó Inglaterra de una manera tan cabal como la Santa Inquisición a España. Su teoría no fue aceptada solo por la City, los estadistas y el mundo académico, sino que la controversia se detuvo y el punto de vista contrario desapareció completamente y dejó de ser discutido" (Keynes 1992: 39). En otras palabras, el pensamiento ricardiano se convirtió en doxa y así devino en paradigma indiscutible de la economía neoclásica moderna, es decir, el pensamiento económico devino en ortodoxia y, como tal, sometía y somete al anatema o al olvido a los herejes y trasgresores como Marx, Veblen, e incluso al mismo Keynes.

Una vez convertido en ortodoxia, el pensamiento económico moderno tiene una línea de razonamiento absolutamente previsible: la moneda es neutral; por tanto, cualquier incremento en los precios (inflación) se debe a factores exógenos a la moneda. En este caso, a la irresponsabilidad de los gobiernos que emiten dinero por encima de sus responsabilidades para solventar sus problemas de déficit fiscal, y éstos tienen un déficit fiscal porque sus gastos son superiores a sus ingresos. La solución parece obvia: para detener la inflación es necesario suprimir el déficit fiscal, y para suprimir éste es necesario, al menos, igualar los ingresos fiscales con sus respectivos gastos. Esta línea de reflexión se la debemos a Ricardo. El pensamiento económico moderno glosa al pensamiento ricardiano sin innovar de manera alguna cualquiera de los supuestos epistemológicos de base estructurados ya por Ricardo. Las únicas rupturas reales a la inquisición ricardiana se las debemos a Marx y a Keynes.

Sin embargo, hay un tema en la teoría de Ricardo del cual la economía neoclásica moderna parece haberse olvidado pero que nos da algunas claves para entender procesos actuales como las crisis financieras, la deuda externa y la regulación de los mercados en el sistema capitalista. Es la fundamentación del valor-trabajo y su distinción de la riqueza social. La discusión del valor en el trabajo humano se la debemos a Adam Smith (1723-1790). Pero, la diferencia entre Smith y Ricardo se encuentra en que:

"... para el primero, el trabajo, por ser analizable en días de subsistencia, puede servir de unidad común a todas las otras mercancías;... para el segundo, la cantidad de trabajo permite fijar el valor de una cosa, no solo porque ésta sea representable en unidades de trabajo, sino en primer lugar y fundamentalmente porque el trabajo, como actividad de producción, es "la fuente de todo valor"... El valor ha dejado de ser un signo y se ha convertido en un producto" (Foucault 1981: 249).

Es gracias a este proceso epistemológico que Ricardo establece taxativamente una distinción analítica entre riqueza y valor: "El valor difiere, pues, esencialmente de la riqueza, escribe Ricardo, ya que depende no de la abundancia de la producción, sino que ésta sea difícil o fácil" (Ricardo 1973: 277). Esta distinción es la que nos permite comprender la paradoja de sociedades potencialmente ricas en producción pero pobres en valor, o viceversa; es decir, la creación de valor (valorización) no es un proceso concomitante y directamente proporcional a la creación de riqueza. Pensar de esa manera puede inducir a errores de distinción analítica como el mismo Ricardo lo establece: "Muchos de los errores cometidos en economía política han nacido de ideas erróneas acerca de este punto, por haberse considerado que aumento de riqueza es lo mismo que aumento de valor" (Ibíd.: 278). Es tan importante esta distinción para Ricardo, que sobre ella fundamenta su noción de capital: "El capital es aquella parte de la riqueza de un país que se emplea con vistas a una producción futura…" (el famoso criterio de abstención y escasez), "y puede aumentarse de la misma manera que la riqueza" (con mejoras en productividad) (Íbid. pp. 283) (1).

Ahora bien, ¿por qué esta distinción analítica entre valor y riqueza de Ricardo es clave para entender las crisis financieras, la deuda externa e incluso los mecanismos de regulación del sistema capitalista en su conjunto? Es clave porque nos permite comprender dos situaciones límites de la dicotomía valor-riqueza: una sociedad con sobrevaloración y pérdida de riqueza social (especulación financiera y crisis productiva), y una sociedad con exceso de riqueza social y disminución del valor (sobreproducción y crisis bursátil). Es decir, gracias a esta dicotomía valor-riqueza podemos entender la relación que existiría entre la especulación financiera y la crisis productiva que genera; con las consecuencias en el empleo, el ingreso y, por tanto, la pobreza y la destrucción de capital en una sociedad que experimenta un proceso de fuerte especulación financiera. De hecho, esta distinción analítica y epistémica nos puede servir para comprender la regulación de los mercados en el capitalismo.

Si el argumento ricardiano es válido (de la misma manera que se acepta como válido su argumento de neutralidad monetaria), el capitalismo, entonces y a la larga, tendrá que optar entre Escila y Caribdis: o crisis productiva o crisis bursátil. Entre ambas opciones tiene que establecer sus diferencias y también sus preferencias. Las crisis bursátiles implican un proceso de sobreproducción y, como tales, están hechas para, a largo plazo, regular esa sobreproducción; mientras que las crisis productivas implican especulación de valores bursátiles, y también provocan, a la larga, regulación en los valores bursátiles.

Es relativamente fácil comprender porque la economía moderna soslayó las consecuencias de la distinción analítica entre valor y riqueza que establece Ricardo; porque la ortodoxia económica moderna no reconoce las crisis de sobreproducción. No las reconoce porque está aferrada a la deno minada "ley de los mercados" (o "Ley de Say" en honor al economista francés que la describió primero), otro de los paradigmas que sustentan a la ortodoxia actual. Esta ley de los mercados establece que dada una oferta de productos, éstos, por los mecanismos autorreguladores del mercado, encuentran una demanda exactamente proporcional a la oferta. Ricardo suscribió esta ley de mercados como uno de los mecanismos básicos del capitalismo. Esta ley prohíbe las crisis por sobreproducción o subconsumo y, si estas crisis ocurren en la realidad es por culpa de lo real y no de la teoría. Keynes, al respecto, diría que los economistas clásicos se parecen a los geómetras euclidianos en un mundo no euclidiano: "quienes al descubrir que en la realidad las líneas aparentemente paralelas se encuentran con frecuencia, las critican por no conservarse derechas" (Keynes, 1992:26).

Pero, las consecuencias de esta distinción entre valor y riqueza fueron analizadas hasta sus últimas consecuencias teóricas por uno de los economistas más anatematizados por el pensamiento ortodoxo: Carlos Marx (1818-1883). En efecto, Marx comprendió que esta distinción analítica valor- riqueza permitía responder una de las inquietudes más importantes para el capitalismo: ¿cómo se autorregulan los mercados? Marx comprendió que la "mano invisible" como "argumento" explicativo de los equilibrios de mercado, en realidad, hipostasiaban procesos fundamentales que debían ser puestos en evidencia de manera analítica. El mismo Adam Smith no pudo fundamentar los procesos de autorregulación del mercado y tuvo que acudir a la metafísica de la mano invisible para explicarlos. Pero, la recurrencia a la mano invisible no explicaba para nada la regulación del capitalismo, solamente lo encubría de un manto metafísico. Era necesario, entonces, emprender un proceso de deconstrucción analítica en el punto más avanzado de la reflexión teórica de la economía: Ricardo.


(1) Nota del E.: Las anotaciones entre paréntesis son del autor de este artículo.



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