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La insignia
12 de diciembre del 2006


Nosotros, los «anormales»


Viviana Fanés (*)
La Insignia. Argentina, diciembre del 2006.


«Todo está dicho, pero como nadie escucha, siempre hay que volver a empezar.»
-Andrè Guide-


A veces me pregunto -más de lo que quisiera-, ¿en que extraña vuelta de la evolución se mutaron los valores, el respeto y la valoración de la dignidad propia y del otro? Así, nos sorprendemos tratando de explicar una ética canalla, que nada sabe ni quiere saber acerca de un acto digno. Así, se termina por llamar "victima" a todos aquellos que, consecuentes con los valores que forjaron y dieron sentido a su vida, enferman en el intento de no ceder frente a quienes impunemente arrasan con su dignidad. Sin vacilar les diría que es más grave aún cuando observamos que se puede historiar lo infame. Sabemos que no es un fenómeno nuevo.

Todos los que resistimos a entrar en esa lógica canalla; todos los que hemos decidido sostener un bagaje de valores y ser consecuentes con ellos, nos convertimos en una especie de legión de anormales. Ahora bien, lo que no tiene nombre es un modo de vida que se va perfeccionando sutilmente hacia el marco de lo impune. "El fin justifica los medios" y aquel que se interponga en el camino, enfermara, será rotulado de victima, expulsado de su trabajo, marginado y degradado. He leído muchas definiciones de mobbing; pero creo que si tuviera que elegir una manera de ilustrarlo, apelaría a la imagen del proceso por el cual finalmente se consigue burlar la ley y extraer la libra de carne sin derramar una sóla gota de sangre.

No encuentro mejor metáfora para explicar el proceso de devastación subjetiva que comienza con el acoso moral, continua con el maltrato terapéutico y el deshumanizante proceso legal que acusa falta de pruebas , invierte causa y efectos , en nombre de no se sabe quienes. No hay que ser demasiado perspicaz para saber que de sentarse jurisprudencia en estos temas, toda una legión de "anormales" recuperaría derechos legítimos y lejos de ser victimas, serian los protagonistas de un proceso que no conlleva otra intencionalidad que la justicia social.

No todo se puede explicar. Sobre todo, en tiempos donde la palabra se torna un vacío y se hace socia del silencio en su cara más letal, una aliada de la ética canalla que va tomando posición dentro de la sociedad. Mi intención no es criticar las instituciones, el sistema, la legislación, las mutuas, etc. No porque piense que no son criticables, sino porque esas instituciones están sostenidas, dirigidas y regladas por hombres y mujeres de esta sociedad. Que viven de ejercer esas funciones. Pero curiosamente, cuando ese ejercicio debe asumir las responsabilidades que le competen, ¡no están! Lisa y llanamente traicionan los más básicos preceptos de sus funciones.

Digo que faltan a la cita. Y faltan en el más amplio sentido de la palabra; nos sobran deslumbrantes ejemplos de incapacidades en aquellos que ocupando lugares de poder enmascaran su cobardía acusando "las falencias del sistema". Aquel que se atreva a defender su calidad de vida, debe saber que le espera un largo proceso kafkiano. Acudirá a "la justicia" para abogar por sus derechos, presentará sus pruebas que nunca serán suficientes. Sin olvidar el bastardeo que padecerá los métodos de evaluación tanto psiquiátricos como psicológicos, que supuestamente le otorgaran la prueba que enfermó por las pésimas condiciones de trabajo, la competencia desleal y el abuso de poder.Pero después de mucho andar, verificara que el maltrato terapéutico lo condenan a confrontarse con una supuesta incapacidad.

A esas alturas ya nadie recuerda cual fue el desencadenante, desaparecen los responsables y la reivindicación de los derechos van a parar al retrete. Por incompetencia, falta de información, falta de escucha, de ética profesional y porque no, de errores en el criterio diagnóstico, que lejos de arrojar luz a la tarea, la taponan y la desvirtúan hacia un abismo de etiquetas incomprensibles tanto para aquel que deberá llevarlas sobre sus espaldas, como para el que deberá tenerlas en cuenta para sentar jurisprudencia.

Las postergaciones, la falta de merito, la falta de compromiso profesional, el falso testimonio, la falta de prueba. Como si no la tuvieran ante los ojos. Son la justificación perfecta.

Me gustaría plantear unas preguntas:

1 ¿Con qué intencionalidad progresa el eterno aplazamiento judicial?
2 ¿Donde van a parar los largos discursos científicos cuando un afectado acude a una consulta?

3 ¿A que llaman los expertos "partir de la prevención" cuando no se reconoce el fenómeno que pretenden prevenir?

¿Qué se va a prevenir? Mientras tanto, el tiempo sigue haciendo estragos con los que esperan justicia, tratamiento, atención, escucha, restitución de su vida, reconocimiento de su labor, restauración de su imagen frente a su familia y la sociedad. No sólo para seguir viviendo dignamente -que no es poco- ,sino para poder seguir transmitiendo el deseo de un proyecto de vida a los que asoman, siendo esta la mejor herencia que les podemos dejar, el derecho a la calidad de vida, el amor por los valores, el respeto por uno mismo y por el otro . Cuestiones que no deben confundirse con el "deber ser".

Es curioso. Los que llegan a mi consulta abatidos, acorralados por un sinfín de incertidumbres sembradas por la imposible negociación entre la corrupción y el estado de derecho, se confiesan asombrados "seres anacrónicos", buscando una solución para no renunciar a los pilares que sostienen su ser. Les cuesta mucho reconocer que no han visto que se les empujo a "morir temprano" porque aún son jóvenes y útiles para quedar fuera de mercado. O simplemente porque le asiste el derecho a vivir de otra manera. Y por eso se sienten "anormales".

Es así, como aquella etiqueta que un día aparece en sus vidas declarándolos "inestables emocionalmente" (léase depresión, angustia, fobia, etc.) se convierte en el último bastión de la defensa y acuden a la consulta, porque no se resignan a tratar de vivir con eso. Este último bastión no es ni más ni menos la oportunidad de resolver el dilema al que fueron confrontados, la creación de una situación estructurada hacia una salida destinada a la pura pérdida.

La posibilidad de tratamiento, mas allá del rótulo diagnóstico, abrirá las puertas de bajar el nivel del dilema externo al conflicto interno allí, donde la negociación es posible, sin ceder la dignidad. Sabiendo que la instalación de la situación dilemática ha actuado como factor sorpresa, provocando una ruptura psíquica, del mismo modo que Freud describe en "Más allá del principio del placer", allá por 1920. Tales efectos de esta guerra fría son los que hoy se encuentran dentro de la clasificación mundialmente reconocida en el DSM IV, como efecto de estrés post-traumático.

Existe una salida del dolor psíquico y de la marca canalla de la época; esa salida es la ética. Mientras tanto, habrá que convivir con la desidia de quienes no es rentable lo digno. Habrá que convivir con los que juran su compromiso con la justicia antes de confesar que son perjuros.


(*) Viviana Fanés es psicóloga clínica, psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la UBA (Argentina).



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