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La insignia
23 de diciembre del 2006


A fuego lento

Acto supremo de mercadeo


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, diciembre del 2006.


Acabo de ver un comercial interesante en la televisión: dos policías se mueren de aburrimiento en un recodo de la autopista que vigilan, en infructuosa espera de un auto a alta velocidad. De pronto, el locutor dice que, si quieren algo de acción, se vayan a HBO (y aparecen secuencias de violencia policíaca en la pantalla). Porque -continúa el locutor- está la vida real (y vuelven a aparecer los dos policías muertos de aburrimiento) y están las películas de HBO (y aparecen de nuevo secuencias cinematográficas de violencia).

A partir de este mensaje se podrían hacer varias inferencias. Una, que la sociedad que produce ese comercial ha llegado a un nivel tal de paz, tranquilidad y bienestar que ya no necesita de policías. Sabemos que no es cierto, y basta echar una ojeada a las estadísticas de actos delictivos en esa sociedad para comprobar que aunque algunos policías de camino puedan aburrirse, el crimen organizado y espontáneo es la regla y no la excepción.

La segunda inferencia -más "filosófica"- que podría hacerse es que la vida es esencialmente aburrida, y que sólo el cine y la televisión son emocionantes, lo cual resulta a todas luces una inversión macabra de lo real, ya que por mucho que se invite al televidente a vivir aventuras en un crucero por el Caribe o en una expedición al Himalaya, o en las incursiones en lo sobrenatural del súper arqueólogo Indiana Jones, se sabe y se asume que la "acción" televisiva requiere que su participante permanezca sentado e inmóvil todo el tiempo.

La tercera inferencia posible es que quienes articularon el discurso del comercial que nos ocupa den por sentado que el espectador tiene en cuenta -y, por ello, descarta- las posibilidades esbozadas arriba y que simplemente le divierten las imágenes y las ocurrencias absurdas que articulan los discursos de los comerciales. Y eso, el hecho de que le guste o no el absurdo del comercial, determina si éste es masivamente eficaz o no, es decir, bueno o no, sin importar que sea absurdo.

La primera inferencia es una mentira que sin embargo muchos pueden tomar como verdad. La segunda es otra mentira asumida por otros tantos como verdadera. Y la tercera, efectiva y funcional, basa su efectividad y funcionalidad en la mentalidad domada de un espectador para el que la realidad reside en la televisión y sus mensajes, y no en la vida y sus vaivenes. Y aquí hemos llegado al meollo del asunto, el cual consiste en que para que el espectador haya hecho suya la tercera posibilidad, tuvo ya que aceptar como verdades las mentiras de las otras dos, aún sabiendo que son mentiras. Parece un juego de palabras pero no lo es. La aceptación pasiva de las mentiras consumistas que vienen presentadas en forma abiertamente absurda es una actitud humana que le ha llevado décadas a la industria cultural llegar a forjar, de modo que el mercado de consumidores mundiales que se ha creado es producto de un pertinaz trabajo sobre la mente humana hasta haberla doblegado en sus más íntimas defensas y en su sentido de realidad.

Esto, a mi modo de ver, es no sólo una derrota universal de la voluntad humana sino el acto supremo de mercadeo efectuado jamás. Su resultado está a la vista, sobre todo si el lector considera esta reflexión como una tontería. El resultado es un consumidor que sonríe agradecido ante la "filosofía" de los comerciales. Haría falta un consumidor crítico, si tal cosa es aún posible. Haría mucha falta.


Lunes 30 de noviembre de 1998.



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