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La insignia
29 de abril del 2006


Globalización y neoliberalismo


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, junio de 1998.


La globalización es basicamente un conjunto de procesos económicos capitalistas que han llevado a la integración de megamercados regionales cuya dinámica implica el impulso de procesos de desnacionalización y transnacionalización de las relaciones entre el capital y el trabajo. Me explico. Al transnacionalizarse los procesos de producción de mercancías, los trabajadores de un país fabrican objetos o partes de objetos que serán ensamblados en otro país y vendidos y consumidos en otro u otros países. El intercambio comercial de estos productos transnacionalizados está sujeto a acuerdos que buscan disminuir las trabas arancelarias y otros gravámenes que las naciones-Estado han instituido (ejerciendo un criterio de soberanía que, como veremos, la transnacionalización viene a romper), por medio de los cuales imponen restricciones sobre el intercambio de algunas mercancías con el fin de proteger a la propia clase empresarial, la propia producción y los propios mercados internos, nacionales. El libre comercio quiere decir justamente la abolición de gravámenes entre los países que conforman un megamercado, y de éstos con países que forman otros bloques económicos, otros megamercados. En el caso que nos ocupa, la América Latina constituye una área de influencia de Estados Unidos, y el primer paso en el proceso de conformación del megamercado de las Américas lo constituye el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, México y Canadá, al cual se busca unir Centroamérica.

Los procesos de transnacionalización económica tienden naturalmente a quebrar las estructuras económicas, políticas e ideológicas que hasta ahora habíamos conocido como nacionales, de modo que la transnacionalización de la producción y el consumo implica a la vez la intensificación de fuertes procesos de desnacionalización económica, política y cultural. Esto, porque la nación y los imaginarios de lo nacional han sido realidades eminentemente políticas, impulsadas por grupos de individuos especializados en ejercer estas tareas, a los cuales se ha conocido como clase política, y ocurre que en un mundo en el que los procesos productivos y de consumo transnacionalizados necesitan de acuerdos transnacionales de libre comercio, no es la clase política la principalmente interesada en la conformación de megamercados sino lo es la clase empresarial. De aquí, la presión neoliberal de empequeñecer los Estados para hacer recaer el poder y el control económico de las sociedades en la clase empresarial, reduciendo a la clase política a un conglomerado meramente administrativo de una justicia y una ley que ampare precisamente los procesos de desestatización, transnacionalización y desnacionalización política, económica e ideológica. Las lealtades y las místicas de carácter nacional se van sustituyendo por las lealtades y místicas hacia las corporaciones transnacionales. Aunque el imaginario de lo nacional se fomente, ocurre que se hace como simulacro y espectáculo despojado de contenidos remitidos a la soberanía y la autonomía, por ejemplo mediante el nacionalismo deportivo (el Mundial de futbol). Además, si observamos la conformación humana de las selecciones de futbol "nacionales", veremos que las mismas están muy transnacionalizadas. Incluso si se fomenta la formación de deportistas nativos de los países en cuestión, las inversiones necesarias para el efecto obedecen a una dinámica empresarial transnacionalizada, y los efectos buscados en el consumidor obedecen a una lógica mundializadora de los imaginarios colectivos, la cual fomenta criterios propios del espectáculo (el mundo está bien y todos nos amamos) como sinónimo de lo nacional y de la convivencia internacional.

En todo este asunto de la transnacionalización y la desnacionalización debemos tener en cuenta que los procesos actuales que estamos describiendo y que constituyen el corazón de los procesos de globalización, se diferencian de lo que hasta los años sesenta fue la internacionalización capitalista, pues en ésta, el proceso se limitaba a la exportación de capitales, la construcción de enclaves productivos mediante la explotación de mano de obra y materia prima, a cambio de bienes suntuarios importados. Ahora, el proceso productivo así como los consumos se han transnacionalizado para formar megamercados, y en eso radica la diferencia entre la internacionalización de capitales y su transnacionalización o globalización. La mitología que acompaña a estos procesos de fortalecimiento capitalista están remitidos a una supuesta unidad mundial, a una supuesta democratización de los consumos, a una supuesta igualdad humana por el hecho de que todos podemos ahora consumir las mismas cosas sin movernos de nuestro país e incluso de nuestra casa. Así, en la tiendecita de la esquina, los niños pueden adquirir helados Wall's o jugos de frutas Jumex, y los adultos café Folger's o Nescafé, y en la televisión un televidente de una zona marginal latinoamericana puede ver exactamente el mismo noticiero que mira un corredor de bolsa en Wall Street, al mismo tiempo. Sin embargo, este consumo igualitario no anula las diferencias de clase de ambos consumidores ni mucho menos las desigualdades entre los países que globalizan y los que padecen la globalización.

El neoliberalismo, que busca sustituir a la clase política por la clase empresarial, arrebatándole al Estado su función reguladora de ciertas actividades económicas así como su potestad de subsidiar empresas y brindar servicios básicos a la sociedad como la salud, la vivienda, los planes de jubilación y las vías de comunicación, entre otros, equipara la globalización con la necesidad de empequeñecer el Estado y ensanchar el empresariado. Como la globalización es algo inevitable y resulta absurdo pronunciarse en contra de ella, lo que procede hacer -si uno insiste en mantener una posición política identificada con el interés popular- es buscar maneras de globalizarse sin perder el espacio del Estado como ente regulador de una parte importante de la actividad económica y social. ¿Por qué? Pues porque el Estado es el único espacio por el cual vale la pena que los sectores populares luchen y articulen un proyecto nacional-popular de nación. Si el Estado es reducido a una mera entidad administrativa, legalizadora y policial, de los negocios de la clase empresarial neoliberal, ¿para qué un proyecto político popular si el poder no radicaría ya en el Estado sino en este empresariado, el cual sólo en su retórica ideológica permite que su elite se ensanche? Llegados a este punto vale la pena preguntarse: ¿es que la vía neoliberal es la única posible para globalizarnos? El caso de Estados Unidos pareciera contestar con un rotundo no a la interrogante, sobre todo si observamos la lucha del Partido Demócrata por mantener un Estado fuerte, capaz de ocuparse de amplios conglomerados marginados de los derechos y beneficios básicos populares como la salud, el transporte y el trabajo.

En efecto, ante la inevitabilidad de los procesos globalizadores, lo que procede es plantear una permanente negociación entre Estado y empresariado de modo que el primero permanezca siendo lo suficientemente fuerte como para regular una parte significativa de la vida económica y social. Esto implica erradicar del Estado su justamente señalado carácter corrupto e ineficiente. La depuración del Estado, la erradicación de la corrupción y la impunidad son un requisito indispensable para anular el argumento neoliberal de que el Estado debe minimizarse porque históricamente ha demostrado ser ineficiente como administrador y corrupto como ente político. Entonces, la lucha por un Estado fuerte es la lucha por la depuración del Estado. Lo mismo ocurre con instituciones estatales como las universidades públicas: la lucha por su mantención y sobrevivencia como espacios de desarrollo cultural y académico de los sectores populares es la lucha por su depuración, por la eliminación de la corrupción y la impunidad académicas y administrativas.

Definitivamente, la vía neoliberal no es la única vía para globalizarse, para entrar en la globalización. Existe la posibilidad de entrar en ella con un Estado fuerte que proteja intereses populares. Este planteamiento debiera ser el corazón de un programa de izquierda renovada si es que esta izquierda existiera. Pero como no existe, el planteamiento político de contención de la ola neoliberal tiene que ser diferente. Me explico. Si es cierto que el ingreso en la globalización es inevitable y a estas alturas urgente y necesario para no quedarnos fuera del juego en el nuevo siglo, también lo es que la única clase que está en capacidad de negociar la modalidad local, nacional de ese ingreso es la clase empresarial, ya que es la que actualmente tiene la representación política del país. La izquierda en general no la tiene. La izquierda oficial se vendió a la derecha. Por todo, lo que procede es que el empresariado liberal (no el neoliberal), es decir el que no está por la minimización del Estado, así como las expresiones del centro político y las izquierdas en proceso de renovación, articulen un proyecto nacional-popular de país con criterios interclasistas y multisectoriales, que les permita tener influencia en las negociaciones que la clase empresarial realiza actualmente con EEUU para que pasemos a formar parte, como país y como región, del megamercado de las Américas. A simple vista parece que ya es demasiado tarde para que una fuerza política pluralista e interclasista pueda hacer algo. La evidencia indica que nos globalizaremos mediante la modalidad neoliberal. Sin embargo, la elite neoliberal es minoritaria y sin duda una alianza política tendente a mantener un equilibro entre la fuerza empresarial y la fuerza del Estado puede todavía imponerse. La condición es, primero, la gran alianza del espectro político que el neoliberalismo contribuye a conformar como su anticuerpo al rechazar como "socialistas" tanto al empresariado de derecha que acepta que el Estado regule parte de la vida económica y social, como al centro político y a todas las izquierdas; segundo, la discriminación de la izquierda oficial (por la situación de desautorización moral en que quedó al firmar los acuerdos de paz) y, tercero, el diálogo directo y las convergencias puntuales con el neoliberalismo. Esto puede constituir el gran paso para la consolidación de un sistema democrático que de verdad funcione y, con él, emitir nuestro pasaporte digno a la inevitable globalización. El problema que afrentamos es la inercia del pasado, la cual determina que el material humano con el que se tiene que trabajar presente los vicios de la clase política corrupta, y que el empresariado neoliberal todavía vea en la derecha moderada, el centro y las izquierdas actualizadas, a representantes de lo que ellos conciben como socialismo y comunismo. Su mitología de la libertad de empresa y del mercado libre tiene a los neoliberales todavía presos del dogmatismo de derecha que animó la guerra fría, y sus ideólogos y políticos aún evidencian una actitud autoritaria al querer imponer su pensamiento, su doctrina y su sistema, negando toda posibilidad de negociación. Una actitud flexible por parte de todas la fuerzas políticas que el neoliberalismo rechaza (contribuyendo con ello a su unificación anti-neoliberal) es la necesaria respuesta.

La globalización es el resultado del desarrollo del capitalismo. Su aceleramiento actual se debe al derrumbe del socialismo como economía y a la integración de los países del bloque socialista a las posibilidades del mercado globalizador. Satanizar la globalización no conduce sino al autoaislamiento. Se trataría más bien de comprenderla y de tratar de integrarse a ella de la manera más digna posible. En esta lucha se inscribe la discusión actual acerca del papel del tercer mundo en los procesos productivos mundiales. El consumo transnacionalizado no basta para considerarnos parte de la "aldea global". Falta formar parte de ella como productores, con nuestras propias reglas de juego. Falta también adoptar una política inteligente respecto de un fenómeno que forma parte indisoluble de los procesos de globalización: el narcotráfico como fuente de las narcofinanzas mundiales, las cuales han permeado todos los sistemas bancarios del orbe, instaurando en los sistemas políticos su secuela más grave: el crimen organizado, la corrupción generalizada y la impunidad como expresión de poderes "alternativos" al poder de la ley y del sistema democrático.

Este es el panorama. Falta que nos reunamos para diseñar la fuerza política y el programa funcional que nos inserte activamente en las dinámicas socioeconómicas contemporáneas, y que nos permita poner en práctica acciones que nos aseguren sobrevivir en el siglo XXI, no como objetos inconscientes sino como sujetos plenamente conscientes y lúcidos de la historia global. La "alternativa" es refugiarnos en la huraña impasibilidad de siempre, en el principismo ideológico trasnochado, en la nostalgia de la guerra fría, en la frustración, la envidia y la amargura.


Guatemala, junio de 1998.



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