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La insignia
21 de noviembre del 2005


Ellen Johnson-Sirleaf:
La última esperanza de Liberia


Juan Carlos Galindo
AIS. España, noviembre del 2005.


"Todos los hombres le han fallado a Liberia, dejemos que lo intente una mujer". Este es el eslogan que se podía leer durante estas últimas semanas en las camisetas de los partidarios de Ellen Johnson-Sirleaf, la mujer que se ha impuesto en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Liberia, la primera que se convierte en jefe de Estado en un país africano. El reto, nacional y regional es enorme, casi inabarcable, y no parece fácil que ciertos estratos de la adocenada elite africana vayan a aceptarlo sin serios reparos.

Por un lado, el desafío regional. Primera mujer que se pone al frente de un país africano, un continente paradójico, con cientos de lugares donde predomina una estructura matriarcal que no tiene reflejo en la vida pública. Pero, también, un continente en el que las mujeres sufren los horrores del extremismo islámico, donde la pobreza y el sida tienen un rostro femenino. Es cierto que se ha caminado en la buena dirección, que la Unión Africana es, para bien o para mal, la primera institución internacional que impone la paridad obligatoria en su organigrama. No lo es menos que la elección de Johnson-Sirleaf no es sino la continuación del éxito, no menos simbólico, de Wangari Maathai, una keniata, feminista y ecologista, que recibió en 2004 el Premio Nóbel de la Paz. Logros todos ellos que no ocultan la lamentable situación de la mujer en un continente ya de por sí maltratado.

Pero, además de ser un símbolo de una lucha que se promete larga, la nueva presidenta de Liberia tiene ante sí un desafío de dimensiones considerables, una misión que cualquier observador calificaría de suicida. Más aún para una mujer de 67 años, economista educada en Harvard, respetada en la esfera internacional, con un currículum que refleja una carrera envidiable que le ha llevado al Banco Mundial o las Naciones Unidas. Pero Johnson-Sirleaf aceptó el desafío, pasó la primera vuelta por detrás de George Weah, ex futbolista, empresario y máximo favorito, y se impuso con claridad en la segunda vuelta: más del 59 % de os votos para su candidatura frente al 40 % de Weah. El ex futbolista y sus partidarios del Congreso para el Cambio Democrático denunciaron presuntas irregularidades y anunciaron movilizaciones.

La firmeza de los 15.000 cascos azules de la ONU desplazados sobre el terreno, el reconocimiento de la Unión Africana y de líderes de peso como el presidente sudafricano Thabo Mbeki o el presidente de Nigeria, Olusegun Obasanjo, y, según algunas fuentes, cierta mediación del embajador de Estados Unidos, Donal Booth, calmaron los ánimos. Las manifestaciones se redujeron a meras muestras marginales, hecho al que contribuyó la aceptación por parte de los enviados especiales de Naciones Unidas, Alan Doss, y de la Unión Europea, Max Van der Berg, de los resultados unos comicios que calificaron como "transparentes".

Todo lo transparentes que pueden ser unas elecciones en un país como Liberia, devastado por 14 años de guerra civil, un enfrentamiento que se convirtió en regional y que provocó más de 250.000 muertos, miles de mutilados, huérfanos y más de medio millón de desplazados. La guerra terminó en 2003, después de que el ex presidente Charles Taylor, señor de la guerra acusado de genocidio, partiese al exilio en Nigeria. Ahora, su sombra y la de una historia reciente ciertamente siniestra pesan sobre el futuro de este pequeño país del África Occidental.

No son los únicos lastres a los que tiene que hacer frente Johnson-Sirleaf, quien tendrá que reconstruir un país devastado, rico pero sumido en la miseria, con una estructura productiva inexistente, sin inversión extranjera directa, con decenas de miles de ex combatientes y niños soldado a la espera de una oportunidad. Las cifras son desalentadoras: más de 80 % de la población se encuentra desempleada y el porcentaje de niños escolarizados no alcanza el 15 %. Las infraestructuras están destruidas y hasta los raíles del tren, paradigma del saqueo al que ha sido sometido el país, han sido vendidos a los chatarreros chinos. Un país rico en minerales, caucho y madera, pero sometido al expolio continuo de su clase dirigente.

Johnson-Sirleaf, es de origen estadounidense, descendiente directa de los esclavos liberados en Estados Unidos hace 148 años por el presidente Monroe para formar el primer país libre de África, miembro, por tanto, de la elite que ha dirigido el país prácticamente durante toda su existencia. Un 5 % de la población que tradicionalmente ha dominado al 95 % de origen africano.

Sin embargo y, a pesar de su posición acomodada, la nueva presidenta liberiana pasó a la oposición cuando el gobierno de Willian Tolbert (del que formaba parte como ministra de Finanzas) fue sangrientamente derrocado en un golpe que se cobró la vida de 13 ministros. Ella estuvo dos veces en la cárcel y se ganó el apodo que le ha acompañado durante el resto de su vida: la dama de hierro. Después, en un error garrafal que ella misma ha reconocido, apoyó de manera entusiasta al señor de la guerra Charles Taylor cuando éste se alzó contra el poder de Samuel Doe. Poco después se desmarcó de las políticas de quien se convirtió en genocida y ahora denuncia las maniobras del ex dictador para desestabilizar desde el exterior el país.

Pero, ante todo, esta mujer es una política hábil capaz de aunar en torno a su figura el reconocimiento y el apoyo de la comunidad internacional, capaz de asumir la tarea de reconstruir, con un presupuesto inicial de 80 millones de dólares, un país que ni siquiera tiene luz eléctrica y agua potable en su capital, Monrovia.

La estabilidad y la paz son, sin embargo, los grandes retos. Y ahí la implicación de la comunidad internacional juega un papel decisivo. Estados Unidos pretende estabilizar el país para convertirlo en la punta de lanza de su presencia en la región. Pero no basta con eso. Naciones Unidas y la Unión Europea se tienen que implicar en un proyecto con una enorme carga simbólica y en el que está en juego la estabilidad de toda una región.

Decía la flamante presidenta poco después de su victoria: "Esta es la última milla de un largo camino. He sido exiliada, encarcelada y torturada. Creo que ya he pagado el precio. Creo que ahora lo merezco". Liberia y África, también.



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