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La insignia
1 de noviembre del 2005


Una colonia en los Balcanes


Alberto Piris
Estrella Digital. España, noviembre del 2005.


El Diccionario de la Lengua Española indica que una de las acepciones de la palabra "colonia" es: "territorio dominado y administrado por una potencia extranjera". Viene a coincidir con la idea más comúnmente extendida sobre este vocablo, en el campo de la política internacional.

La fase histórica de la descolonización se completó casi por entero en la segunda mitad del pasado siglo, con su terrible secuela de violencia y muerte, cuyas consecuencias aún sufren muchos países. Hoy apenas pueden citarse unos pocos casos de territorios colonizados en el sentido tradicional de la palabra, pero la idea básica de ser dominado por una potencia extranjera se extiende a muchos otros aspectos que nada tienen que ver con la ocupación militar del país, que en la Roma clásica hizo nacer este vocablo difundido en la mayoría de las lenguas occidentales.

Por eso hoy día puede hablarse de colonización cultural cuando las líneas principales de la cultura de un pueblo están "dominadas y administradas por una potencia extranjera", aunque ese dominio y administración tengan poco que ver con el Gobierno del país colonizador o con la aplicación de violencia explícita para imponerlos. Ese nuevo concepto de colonización se sirve de instrumentos que actúan en el ámbito de la cultura de los pueblos, como la hegemonía en los medios de comunicación que moldean la opinión pública y, en consecuencia, inciden con fuerza en lo que se considera moda, moderno, deseable o conveniente para las personas.

En este sentido puede hablarse de colonización lingüística, musical, alimentaria, informativa, literaria, etc., hoy asumidas sin apenas resistencia en muchos países. Los populares símbolos de algunas multinacionales (CocaCola, McDonalds, Nike...) son las banderas que muestran la presencia de los nuevos poderes colonizadores en el seno de la población local, como también lo son las letras de las canciones populares, y los filmes o los seriales televisados más vistos, por citar solo algunas expresiones culturales.

Dicho lo anterior, desearía ahora compartir con el lector la extrañeza que supone la existencia de otros signos coloniales bochornosos en pleno siglo XXI. Nos trasladaremos para ello a los Balcanes, donde Europa desarrolla todavía una supuesta acción estabilizadora en esas tierras tan azotadas por la guerra y regadas por la sangre de sus habitantes.

Hace diez años se firmaron los Acuerdos de Dayton, que pusieron fin a la guerra en Bosnia-Herzegovina. Hoy apenas se habla ya de ese pequeño país, pues los focos de la atención mediática se orientan en otras direcciones. No obstante, convendría recordar que desde junio de 1991 varios contingentes militares españoles han participado allí en las operaciones de pacificación y ayuda humanitaria, donde hasta el presente han sufrido una veintena de bajas. No es algo, pues, que nos sea totalmente ajeno.

Con atónita sorpresa nos enteramos de que estos días ha empezado a traducirse, del inglés a las tres lenguas locales (bosnio, croata y serbio), la Constitución que se firmó en París en diciembre de 1995. ¡Diez años ha estado el país regido por una Constitución escrita en un idioma extranjero! ¿Cabe imaginar prueba más rotunda de una condición absurdamente colonial?

Desde Banja Luka llegan comentarios calificando la situación de tragicómica y reprochando a los poderes públicos su incompetencia y dejadez. Una consecuencia de tan inconcebible anomalía es que los miembros del Tribunal Constitucional necesitan saber inglés para leer su propia Carta Magna. Las dos entidades políticas que forman Bosnia-Herzegovina (la República Serbia - Srpska - y la Federación Bosnio-Croata) suelen recurrir a sus propias traducciones "caseras", sin valor oficial, para salir del paso. Bastaría recordar las filigranas conceptuales, motivo hoy de arduas discusiones en España, desarrolladas para interpretar el sentido que la palabra "nación" tiene en nuestra Constitución, para figurarse el caos que puede suponer un texto constitucional redactado en una lengua extranjera y traducido artesanalmente a las lenguas locales.

Un profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sarajevo manifestaba: "El simple hecho de que el texto oficial de la Constitución esté en inglés muestra en qué tipo de país vivimos. Cualquier persona normal no solo se asombraría, sino que se horrorizaría al saberlo. Entre las humillaciones que este país sufre en su condición de protectorado internacional, la falta de una constitución traducida al idioma propio es la mayor".

A toda prisa se procede ahora a la traducción, a fin de que esté preparada en el décimo aniversario de la Constitución, a celebrar en poco más de un mes. Las probabilidades de alumbrar una triple chapuza aumentan con la urgencia, pues se trata de una ardua tarea que requiere la colaboración de expertos legales y políticos, así como lingüistas avezados, ya que una coma mal puesta o una palabra mal traducida pueden cambiar totalmente el significado de una frase y provocar en el futuro dificultades imprevisibles.

Una Constitución que no surja del propio pueblo que la ha de acatar, en Sarajevo o en Bagdad, es un simple papel mojado que apenas supone avance en el camino a la democracia. No es así como los países formalmente democráticos contribuirán a la evolución política de las antiguas dictaduras.



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