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La insignia
20 de marzo del 2005


La Insignia cumple cinco años

Palabras


Jesús Gómez Gutiérrez*
La Insignia. España, 20 de marzo.


Portada de La Insignia
El año 2005 será importante para La Insignia: hoy, 20 de marzo, nuestro diario cumple cinco años; en septiembre, llegará a la edición número 2000. Son datos mayores, hechos de los que provocarían parada y fonda con análisis sobre lo logrado si no creyéramos que hay algo particularmente absurdo, en un ámbito tan dado a la autocomplacencia como el periodismo, en felicitarse por lo que se puede, se debe y a veces se quiere hacer.

Creo que la mejor síntesis de la creación y el desarrollo de este proyecto es ésta: caminamos. Un periódico, al igual que un relato, no necesita explicación; se escribe, se hace, se lee, se juzga, gusta, disgusta, deja indiferente, tal vez influye en el lector e indiscutiblemente en el autor o en los autores, pero lo esencial es que sea un buen periódico, un buen relato, y sólo después entran el resto de las consideraciones. Ahora bien, nuestra negativa a alejarnos del simple acto de caminar, de dar un paso tras otro y hacer un diario como se vive (como se escribe), no implica que no seamos perfectamente conscientes de la relevancia cultural y social de este medio y de la responsabilidad derivada. Lo somos. Razón de más para no perder el tiempo con aniversarios sobre la historia que contamos desde marzo del año 2000 y hasta el punto y final de mañana o de cualquier otro día. Se pasa una página, empieza otra.

Los aspectos más interesantes del diario son paradójicamente los únicos de los que no podríamos hablar aunque quisiéramos. Como toda obra, La Insignia tiene vida propia y circunstancias y efectos de los que a veces tenemos noticia y a veces no. Se puede medir el número de lectores, la posición de un medio e incluso su grado de credibilidad y de influencia, pero es imposible saber, salvo que los protagonistas lo indiquen, si alguien se ha decidido a escribir al leer determinado texto; si se provocaron sonrisas, complicidades (los insultos sí: esos llegan siempre); qué respuestas ha producido el debate sobre un artículo en una universidad; si alguien ha cambiado de opinión y por qué; si un día, en la vida de alguien, ha mejorado. Es decir, los aniversarios que merecen la pena se encuentran lejos de nuestro alcance por desconocimiento o porque quedan, cómo no, entre los autores de la obra y los que la reescriben e interpretan.

Nosotros sólo podemos hablar del trabajo y de las intenciones, para las que el castellano tiene un magnífico refrán. Podemos decir: cinco años día a día, voluntad, muchas horas robadas a nuestras propias ocupaciones y tantas dificultades para pagar las facturas y asegurar el mantenimiento del proyecto como para encontrar la paciencia y el sentido del humor necesarios. Hay quien afirma que el secreto consiste en mantener las distancias; es posible que sea cierto en medios de otro tipo, pero aquí consiste en romperlas y en aguantar el cuerpo a cuerpo. La realidad lo exige, obliga: no es una opción que se puede rechazar, no hay elección, no se puede hacer La Insignia desde cómodos márgenes de seguridad cuando su condición y único compromiso es la palabra, un material que suele castigar a quien juega con red y a quien se preocupa más por la narración de sí mismo que por el relato.

Desde el principio, ésta ha sido una publicación extravagante en la primera acepción del término, «fuera del orden o común modo de obrar»; por tanto, no debe sorprender que no reciba aplausos, o que provoque cierta incomodidad y no pocos recelos, en dicho orden: es una consecuencia lógica. Al fin y al cabo, todos sabemos que la gran mayoría de los proyectos periodísticos alcanzan las cifras que indicaba al principio (especialmente en la izquierda), y que además lo hacen con carácterísticas muy parecidas a las nuestras. Son medios diarios, internacionales, bilingües, sin esclavitudes, sin padrinos ocultos, con una independencia a prueba de dudas, sin ánimo de lucro, sin subsidios, sin trampas, sin presupuesto, sin salarios económicos o profesionales, decididos a supeditar cualquier consideración al compromiso con el idioma y -en el colmo de la normalidad- más presencia de la que querrían: cientos de miles de lectores al mes que leen decenas de miles de textos y acceden a varios millones de páginas en el mismo periodo. Publicaciones como La Insignia las hay a patadas, son legión en un panorama cada vez más libre y más serio.

A cinco años de aquel 20 de marzo, caminamos. Se pasa una página, empieza otra. Sin embargo, La Insignia es lo mismo: lectores capaces de reconocer e interpretar el hoy, la próxima noticia, en un framento de Wilde, Lorca y João Cabral de Melo Neto sin renunciar en modo alguno a la información general; un disparo a la clásica compartimentación del conocimiento en disciplinas estancas y a la tentación habitual de esconderse en ámbitos minoritarios cuando los mayoritarios son difíciles de alcanzar; un gesto compartido por escritores, traductores, economistas y algún periodista que no conseguirá convencernos de que su disciplina es más respetable que la novela rosa. Sobre lo demás, ustedes saben tanto como nosotros. Un día, cinco años, miles de ediciones: palabras.


Madrid, 20 de marzo.


(*) Editor de La Insignia.



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