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La insignia
8 de marzo del 2005


Una ley para contrarrestar
el independentismo taiwanés


Rafael Poch-de-Feliu
La Vanguardia. España, marzo del 2005.


Pekín.- En la sesión anual de nueve días que inicia hoy, la Asamblea Nacional Popular, el parlamento chino, aprobará la llamada "Ley Antisecesión" de Taiwán. Fundamentalmente se trata de una respuesta legislativa a la "reforma constitucional" con la que el presidente de Taiwán, Chen Shui Bian, quiere borrar el histórico vínculo formal que une a la isla con China, desde que los derrotados nacionalistas se refugiaron en ella en 1949.

Con la nueva ley antisecesión, cuyo proyecto no se ha divulgado, China dispondrá de un medio legal para invadir la isla si los preceptos en ella contemplados son violados. Evidentemente, la invasión de Taiwán no depende de leyes, sino de potencia militar, de la que China carece manifiestamente, pero lo que hay que recalcar es que, sea cual sea su texto, la ley no es una iniciativa agresiva, sino una reacción, una puesta al día, frente al aventurero independentismo de Chen, que quiere que su nueva constitución independentista entre en vigor en el 2008, cuando Pekín esté empantanada por los juegos olímpicos.

Otros aspectos de contexto de esta ley de Pekín son la reciente declaración de EEUU y Japón que menciona por primera vez a Taiwán como objeto de su cooperación militar en materia de seguridad. En febrero, Washington y Tokio renovaron una declaración militar conjunta que data de 1996, incluyendo en ella, "la resolución pacífica a través del diálogo de las cuestiones concernientes al estrecho de Taiwán" entre los 12 puntos de sus objetivos comunes, así como la exigencia de, "transparencia en asuntos militares chinos".

En la misma serie se incluye el escándalo mediatico organizado en Washington alrededor de la idea del "creciente poderío militar chino", así como por el próximo levantamiento, por parte de la Unión Europea, del embargo de venta de armas a China que se impuso hace dieciséis años, en respuesta a la represión del movimiento cívico de 1989.

El ejército chino se está, efectivamente, modernizando. Su presupuesto aumenta conforme el país sale de la pobreza. El de este año será de unos 30.000 millones de dólares, según la cifra oficial facilitada ayer, lo que representa un aumento del 12,6% con respecto al año anterior. El incremento se dirigirá a salarios, jubilaciones en el marco de una reducción de efectivos de 200.000 hombres, "recursos humanos", y "modernización de la defensa", explicó ayer el portavoz de la Asamblea Nacional Popular, Jiang Enzhu.

La fiabilidad de estos números es, naturalmente, relativa. La CIA estima que hay que multiplicarlos por dos para acercarse a la realidad, pero incluso en ese caso, el presupuesto militar chino (17 veces inferior al de Estados Unidos, que asciende a 455,9 millardos de dólares) continuaría siendo inferior al de Taiwán, que alcanzó los 67.000 millones de dólares el año pasado, según la cifra oficial, tan poco fiable como la de sus compatriotas del continente.

En cualquier caso, es obvio que Pekín tiene aun un gran trecho por recorrer antes de que sus fuerzas alcancen la capacidad técnica necesaria para invadir Taiwán. El ejército taiwanés es mucho más moderno y eficaz que el chino y está arropado, técnica y operativamente, por el de Estados Unidos. La última declaración estadounidense-japonesa, aumenta aún más ese vínculo.

En los años noventa, Taiwán importó armas por valor de 20.000 millones de dólares, frente a los 5.900 millones importados por la República Popular. Ahora, Taiwan sigue gastandose fortunas en armas y está debatiendo su próximo presupuesto de compras; el gobierno quiere gastarse 18.000 millones de dólares, la oposición, con mayoría en el parlamento, reduce la cifra a la mitad.

China carece de capacidad anfibia y la modernización de su flota de submarinos apenas está comenzando. Los expertos afirman que, dentro de veinte años, quizá tenga capacidad para crear un portaviones. Sus siempre citados 600 misiles M-9 y M-11, apostados contra Taiwán, no son un arma de invasión. Su exactitud, es decir su capacidad para anular defensas del adversarios, deja muchas dudas, y, desde luego, Taiwán dispone de recursos correspondientes para golpear ciudades como Shanghai, Cantón, Chongqing o la presa de las Tres Gargantas. Que ante esta situación se presente a China como la parte militarista del conflicto y la que mantiene la iniciativa agresiva, es verdaderamente remarcable.

En cualquier caso, China, que reclama Taiwán como parte de su territorio, no tiene el menor interés en una crisis militar que hundiría su actual prosperidad y la de todo el subcontinente. Lo que Pekín quiere son instrumentos para atar corto al aventurero Chen Shui Bian.

Chen ha dicho que la futura ley antisecesión de Pekín, "cambiará unilateralmente el pacífico estatus quo vigente en el estrecho de Taiwán", su primer ministro, Frank Hsieh, afirma que, "destruirá las bases de la coexistencia", y en el Congreso estadounidense una resolución llama incluso a restablecer las relaciones diplomáticas con Taiwán, que pasaron a ser oficiosas en 1979, cuando Estados Unidos reconoció diplomáticamente a China para consolidar su tenaza contra la URSS.

"La ley va a promover el desarrollo de las relaciones y la reunificación pacífica, contribuirá la soberanía y la integridad territorial, y se opondrá y disuadirá la independencia de Taiwán", ha dicho esta semana el portavoz de la Conferencia política consultiva, Wu Jianmin.

Cada parte emite, sin duda, su propia música celestial, pero es China la que va a remolque y no al revés, como se pretende. El problema de Taiwán no existiría sin Estados Unidos. La isla es una pieza fundamental en el tablero regional y cuanto más poderosa sea China, más valor tendrá esa pieza en Washington. Esa es la lectura de fondo, tanto de la actual "crisis nuclear" con Corea del Norte, como del independentismo taiwanés.



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