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La insignia
8 de julio del 2005


Atentados en Londres

De vuelta a noviembre


Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia. España, 8 de julio del 2005.


A primera hora de la mañana de ayer, siete de julio, me encontraba en el servicio de urgencias del Hospital Clínico de Madrid. Cito el lugar porque los lugares pueden determinar las emociones de forma absoluta: Londres en el punto de mira, y no es lo mismo recibir la noticia en el trabajo, en casa, en un vagón de metro, que hacerlo donde el miedo, el dolor y la muerte están presentes de manera habitual y en primera persona.

Ni nuestra capacidad de sentir es ilimitada ni estamos ligados por cordón umbilical alguno al resto de la especie, pero la intervención del pensamiento altera lo que de otro modo sería un panorama bastante sombrío. La razón no es sólo un instrumento para el análisis; sobre todo es un gran multiplicador que revienta los candados de esa gran supremacista llamada naturaleza y es capaz de crear espacios únicos. Por ejemplo, la solidaridad real. La que no espera contrapartidas. La que puede hacer que personas en situaciones límite, el hombre a punto de ser operado, la madre que ha perdido un hijo, la abuela que llora desconsolada mientras repite ¿Cómo se lo voy a decir? tengan corazón, también, para las víctimas de un atentado en otro país, y en tales circunstancias, casi en otro mundo.

Esto es lo que vi ayer. Esto, lo que digo ahora:

El once de marzo del año 2004, el Hospital Clínico recibía a docenas de heridos de los atentados de Santa Eugenia, El Pozo y Atocha. Madrid volvía a ser el centro de una guerra que nadie puede merecer, y ella, seguramente, menos que nadie. Era un mensaje, dicen, uno escrito con la sangre de casi mil setecientas personas entre muertos y heridos, como décadas antes lo estuvo también aquí, entre estas mismas paredes: el Clínico, que debía inaugurarse en octubre de 1936 para festejar la finalización de la Ciudad Universitaria, fue protagonista de uno de los episodios más feroces de la defensa de Madrid frente al fascismo, planta por planta, habitación por habitación, hasta que en noviembre sólo quedaron los escombros.

Los dos mensajes dicen lo mismo. El primero en la línea temporal no pudo escribirse con letra más clara ni más dura, pero su advertencia cayó en saco roto y llegaron los peores años de la historia de la humanidad. ¿Se leyó el segundo?

Estoy ligado a Londres a través de hechos y personas que constituyen una parte muy importante de mi vida; eso me permite hablar desde emociones más permanentes que el luto de la conciencia y, desde luego, me obliga de otras muchas formas. Por eso, empezaba hablando de lugares y determinaciones, de razón, de solidaridad, y termino con los nombres de los culpables:

-Anthony Blair, George W. Bush, Ariel Sharon, testaferros de un capital que nos condenará al pozo de Al Qaeda si no reaccionamos a tiempo.
-Todos los que alientan la ofensiva contra la razón, que ha distorsionado la historia hasta el punto de que ya no se habla de ricos y pobres, sino de norte y sur, identidades nacionales, tribus, religiones, mierda para que la masquen los imbéciles y los fanáticos.

La serpiente ha vuelto al nido. Presentar respetos a los muertos y actuar después como si no pasara nada, nos llevará de vuelta a noviembre. Pero esta vez no habrá defensa.



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