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La insignia
18 de julio del 2005


Bibliálogos: Entrevista con María Idalia Gómez y Darío Fritz

El narcotráfico mexicano


Ariel Ruiz Mondragón
La Insignia. México, julio del 2005.


Indudablemente uno de los mayores peligros no sólo para la seguridad pública del país sino para la propia seguridad nacional es el desafío del narcotráfico. Los grandes grupos delictivos que se dedican a esa actividad han dado múltiples muestras de su poderío, sustentado en la extraordinaria cantidad de recursos con que cuentan, la violencia que practican y su casi ilimitada capacidad corruptora. Es un problema que todavía está muy lejos de ser resuelto mediante políticas públicas eficaces.

Los años noventa del siglo pasado fueron el periodo que vio la explosión de los grandes cárteles de la droga mexicanos, superiores a sus antecesores. Esa terrible situación produjo una creciente preocupación por parte de sectores del Estado que pudieron percibir la formidable amenaza que se iba constituyendo en el país. Eso dio origen a valiosos esfuerzos de un grupo de hombres que, con una gran visión, se preocuparon por crear un servicio de inteligencia profesional dedicado al combate al narcotráfico. En medio de las muchas historias que registran el desprestigio bien ganado por diversas autoridades -entre las más notorias, las policías estatales y federales- por su connivencia con los narcos, el relato de los logros de ese grupo ha quedado oscurecido.

Una parte importante de la confrontación entre narcotraficantes y ese grupo se encuentra relatado en el libro de María Idalia Gómez y Darío Fritz Con la muerte en el bolsillo. Seis desaforadas historias del narcotráfico en México (México, Planeta, 2005), en el que se narran las aventuras de cinco cárteles mexicanos: el de Ciudad Juárez y su líder, Amado Carrillo; el de Tijuana, de los hermanos Arellano Félix; el del Golfo, de Juan García Ábrego y Osiel Cárdenas Guillén; los reyes de las metanfetaminas, los Amezcua, y el de Michoacán, los Valencia. En los relatos juegan un papel importante los investigadores que han perseguido a esos grupos delictivos.

Sobre su libro platicamos con los autores, charla en la que abordamos, entre otros, los siguientes temas: las razones y la relevancia del libro, las dificultades y riesgos de la investigación, el tratamiento del tráfico de drogas por parte de los medios y de las autoridades, las motivaciones de policías y narcos para abrazar sus oficios, el papel de los Estados Unidos en la definición y ejecución de la política antinarcóticos de México y las condiciones en que los policías mexicanos libran el combate.

Gómez ha trabajado en diversos diarios, entre los que se encuentran Reforma, El Economista, El Universal, Milenio Diario y El Independiente; en radio participó en programas como Detrás de la noticia y Hoy por hoy. Por su parte, Fritz ha laborado en los periódicos Siglo XXI, Reforma, La Crónica de hoy, Milenio Diario y El Independiente; actualmente participa en Diario Monitor.

Con la muerte en el bolsillo fue el trabajo ganador del primer Premio Planeta de Periodismo.


Ariel Ruiz (AR): Para empezar, ¿por qué escribir y publicar un libro como el suyo en este momento?

María Idalia Gómez (MIG): Que sea en este momento casi es fortuito, porque nosotros lo comenzamos a trabajar de manera formal hace tres años, y el contexto era otro. Si bien es cierto que las transformaciones en este tema se vienen dando en este país desde hace más tiempo, no habíamos vivido la coyuntura que ocurre hoy, con este nivel de violencia, de desgaste del Estado, de los narcotraficantes peleando, todo ello exacerbado.

Entonces, es otro contexto en el que vivimos ahora que en el que empezamos este trabajo. Pero escribir de él lo consideramos muy importante porque, después de muchas conversaciones, de estar platicando sobre el tema, siempre a nivel de café, se queda uno guardando información por reportear, más lo que va uno leyendo y le va sorprendiendo, dijimos: "Ya es tiempo de serenar esa información".

Vivimos una década de los noventa muy diferente a la de los ochenta, cuando estaban Caro Quintero y Miguel Ángel Félix Gallardo: la de los noventa es otra década, y muchos dicen que va la segunda generación de jóvenes. No; ya vamos en la tercera y casi cuarta.

Dijimos: "Reposemos la información y por qué no hacer algo, algo que pueda leer cualquier persona, incluso a la que no le interese el tema, la que crea que el narcotráfico es sangre y se asuste."

Entonces, ¿para qué hacerlo? Para saber lo que está ocurriendo en este país. Es un aspecto histórico que tenemos que recuperar, aunque tiene brazos hasta hoy.

AR: Ustedes hablan en la primera parte de sus fuentes, de que tuvieron un "garganta profunda". ¿Cuáles fueron las principales dificultades que tuvieron para hacer la investigación del libro? ¿En algún momento se sintieron en riesgo por tocar estos temas?

Darío Fritz (DF): La mayor dificultad de una investigación de este tipo es, para darle la mayor rigurosidad posible, que te cheque todo; es decir, lo que te digan lo puedas corroborar por otro lado, y hacerlo así con cada dato, con cada información que tienes. Tienes que cruzar mucho la información de los testimonios con los expedientes, con los documentos, con lo que se ha publicado, con todo el trabajo de archivo, de hemeroteca. Creo que una parte fundamental es eso, para que tu información sea creíble, obviamente; de lo contrario, saldríamos a hablar como algunos otros autores que se van con lo primero que les cuentan o con lo que sale en la prensa diaria, y con eso se lanzan. Si queremos hacer un trabajo profesional, no podemos salir del rigor. Yo creo que eso es el elemento fundamental.

En este tipo de cosas te encuentras con mucha siembra de información, con mentiras o verdades muy a medias; entonces no es tan simple.

Con respecto a lo peligroso: en el momento que echas a andar un proyecto de este tipo, lo haces con cuidado y con los temores propios, pero no te cargas con la adrenalina de decir "quién sabe qué me espera aquí, o quién sabe si me están escuchando." Si uno se pone en toda esa parafernalia, en esa locura de qué te va a pasar, no lo podrías hacer.

Hay una película que acabamos de ver de una chava en Irlanda, Verónica Green, que se pone a investigar el narcotráfico, muy a fondo, en lo más sucio que es el consumo. Llega a lugares impensados y le termina costando la vida. Pero ella en ningún momento, incluso cuando es amenazada, se piensa echar atrás, porque es su trabajo.

Cuánta gente ha sido amenazada en este país, o muchos de los que han sido amenazados no se echan atrás.

AR: También al inicio del libro señalan las dificultades de la tarea de los periodistas respecto al narco: están atenazados, por una parte, por las versiones judiciales, y por otra parte por las versiones que difunden los propios narcos y mas amenazas de éstos. También se presenta información fragmentada por parte de periodistas que poco investigan o poco se especializan en el tema. ¿Qué cambios consideran necesarios para hacer una adecuada cobertura periodística del narcotráfico?

MIG: No depende tanto del reportero, cosa contradictoria.

AR: Destacan ustedes mucho el papel de los directivos de los medios.

MIG: De las empresas, de las autoridades, porque parecería entonces ahora que el periodista sustituye a la autoridad, y la verdad es que no es el caso. Creo que desgraciadamente las condiciones han hecho parecer eso, pero no es así. Por desgracia, las autoridades también utilizan a los medios para hacer un asunto mediático, para atacar a algún grupo, y eso tampoco es válido.

En este juego el compromiso es casi social y político. ¿Qué hace falta? Primero, que las empresas le entren a un tema que se está convirtiendo y se va a convertir en realidad de fondo: la mayor censura que se haya vivido en este país del ejercicio periodístico. Además amenaza no sólo al periodismo, sino a la sociedad entera, no sólo en violencia, sino en consumo y también en poder, lo que es muy grave.

Si pudiéramos enumerar los cambios -tampoco creo que seamos los poseedores de la verdad absoluta-, considero que a partir de la experiencia lo que sí se debe hacer es discutir el tema, abrirse al debate de lo que está ocurriendo, cuáles son los riesgos para el periodismo hoy día, identificarlos -en el caso del narcotráfico también existe el caso de los "polleros", por ejemplo, como una de las fuerzas que se están levantando y que está censurando la información, presionando a los compañeros-, y forzar a los medios, a los reporteros, por la sociedad misma, a que se comprometan en ese ejercicio; a la vez comprometer a la autoridad a que haga el trabajo que debe hacer, a que ningún homicidio quede impune, menos el de los periodistas.

Otro cambio es que nos especialicemos, que no seamos los "cubretodo" y los "todólogos", porque eso no nos da la capacidad para entender, para hilar la información, para contarla. No debemos hacer un trabajo de policías y ladrones, de suma de droga, de decomisos, de pérdidas y de ganancias, sino más de fondo: contar las historias que están ocurriendo con la gente cotidianamente, las amenazas, el cómo un campesino prefiere sembrar droga que sembrar trigo o maíz, y no casi justificándolo, sino entendiendo el contexto; es decir, como un asunto ya más trabajado.

Tomando el ejemplo de grandes periodistas como Verbitsky, quien dice que los medios impresos, al menos en este caso, tienen que explicar la realidad. Los medios están para contar lo que está ocurriendo cotidianamente; pero Verbistsky dice: "hay que explicar qué más." Kapucsinsky, Wolfe y todos ellos son unos grandes maestros, pero en México poco hemos aprendido lo que ellos hacen.

AR: He leído algunas sugerencias de Jesús Blancornelas para proteger a los periodistas, como la de pasar al fuero federal los casos por asesinato de periodistas. Hay algunas iniciativas en ese sentido de la Sociedad Interamericana de Prensa; pero ustedes citan un caso, el de Colombia. ¿Cómo se han organizado los periodistas colombianos para luchar contra la violencia y contra las intimidaciones?

DF: Llegaron tarde, pero hay un papel del Estado y al parecer un compromiso de las empresas periodísticas, un compromiso social de que se sabe que eso está destruyendo el país, está resquebrajando la estructura social, y que hay que irse de lleno contra eso. Por eso han sufrido atentados no solamente los periodistas, sino edificios, la estructura, a directores; el tema es mucho más de fondo, porque realmente se ve a la prensa como un enemigo porque asume su papel social. En México eso todavía ni siquiera está sometido a discusión.

Si ves al periodismo solamente como una instancia para hacer negocios, lo mismo va a ser poner un supermercado que llenar de tinta el papel. Entonces creo que ese compromiso social de los medios debe comenzarse a discutir, de la mano de un Estado que realmente también vaya por el mismo lado. Si te vas a hacer de la vista gorda, entonces te quedas solo y en medio de dos fuegos.

Lo que nos toca a los medios es que realmente se tome esto como una función social, lo que hasta el día de hoy no se está viendo.

MIG: Nos toca contar lo que ocurre, no detener al narcotraficante.

DF: Tampoco podemos ser cómplices y solamente dar a conocer los informes oficiales y punto.

MIG: Pero mientras no existan las garantías vas a tener un héroe en cada redacción. Por lo menos comencemos a discutirlo.

AR: Para empezar, por lo general las autoridades ignoran ese problema.

MIG: Y nos echan la culpa a veces. Una vez un funcionario nos decía: "Es que los medios tienen la culpa de los zetas, porque ahora éstos hacen todo: matan y asaltan, y son los medios los que publican eso." Yo le dije: "Bueno, la primera vez que aparecieron los zetas fue porque la autoridad dijo que existían. Y la autoridad es la que dice que todo lo hacen los zetas." "Es que ustedes les hacen publicidad".

¡Qué forma tan sencilla de reducir la realidad!

AR: Ya sobre la lectura del libro, me parece que en él hacen lo que muy poca gente: es una valoración de ciertos policías, de ciertos funcionarios encargados de la lucha contra el narcotráfico. Ustedes señalan, muy especialmente en el caso de los Arellano Félix en Tijuana, que a los que llegaban encargados de perseguirlos primero les ofrecían un arreglo económico; si lo rechazaban, procedían a una intensa campaña de desprestigio, y si no se ablandaban por último seguía el plomo. La siguiente pregunta me la deberían de contestar los funcionarios que han resistido, pero ustedes deben tener alguna hipótesis: ¿Por qué tras rechazar la oferta económica y vivir constantemente amenazados, esos funcionarios han decidido hacer su trabajo?

MIG: Es una pregunta muy interesante. Porque yo creo que, en el caso de Ibarra Santés, por ejemplo, era su vocación, y eso le hizo incluso perder la dimensión de las cosas. Ese es un personaje específico, pero sí hay muchas personas que, si no hubieran actuado en su momento, con ese compromiso personal o de Estado; a veces atinándole sin querer, siendo casi traidores al Estado, pero al final siendo héroes, este país estaría peor que Colombia. Es una historia de claroscuros, no es una cosa maniquea en donde se es bueno o se es malo; no es así, tan sencillo, y es algo que debemos entender.

Ibarra Santés es un personaje que nos gustó porque hasta su muerte fue cuestionado. Creo que la historia vendrá a ver qué pasó al final, en unos cuarenta años, porque la información que se tiene hasta ahora es que era un hombre comprometido con su trabajo y que creía en lo que hacía. También se estaba vengando de unas personas que le habían matado a su gente, en un sentido de equipo y de compromiso personal y de grupo.

Esto además demuestra que hay personas que no pretenden hacer el trabajo bien, pero terminan haciéndolo, y gracias a eso hay grandes logros: decomisos, capturas y demás.

También el Estado tiene que ver, tampoco es bueno o malo, a veces es bueno y a veces es malo; el ser humano en sí mismo así es. Incluso los narcotraficantes son así: tienen esa parte bondadosa por la que le dan cosas a su estado, a su pueblo, a su familia, y quién es capaz de señalarlos por ello. Es parte de la personalidad de bondad y maldad que puede tener un ser humano.

Hay personajes que pueden llegar a los límites, y pueden caer en ellos, buenos o malos: pueden caer en corrupción o no, pueden morir como héroes. Hay otros que han sido desechados por el Estado y no han cumplido toda su función.

Entonces hay muchas historias que contar y esto apenas es un mosaico de un gran espacio.

DF: Es lo que te decíamos anteriormente del periodismo y el compromiso social. En el libro contamos de la limpieza de malos elementos que se hizo desde que era procurador Lozano Gracia; eso lo vemos ahora en lo que está pasando en Nuevo Laredo.

Entonces hay gente que sí cree en su trabajo y cree cuando se pone una chapa en el pecho. Pero hay otros a los que eso les importa un pepino, y cuando necesitan resolver algo económico, ven la corrupción que hay alrededor y se suman.

Entonces tienes gente de tres tipos: gente que se vende totalmente, los que no, y los que están a mitad del camino, que están esperando que la institución los apoye, pero que en un momento sí se pueden pasar al otro bando. Si las instituciones están corruptas, es muy fácil que eso pase, y más con el narcotráfico, que puede comprar tantas cosas. Pero tampoco puede decirse que todos sean del mismo palo.

Son seres humanos, que es lo que intentamos decir desde el prólogo del libro, y que intentamos reflejar a lo largo de las historias, y que se pueden ir por un lado o por el otro.

AR: A mí me gustó mucho su apunte del liberalismo policíaco mexicano, que consiste en "dejar hacer, dejar pasar", lo que después de todo no les cuesta tanto a muchas autoridades.

DF: Que viene de muchos procuradores, y que va bajando a subprocuradores y otros. Pero ellos están mucho más seguros, más protegidos; ¿pero qué le dices tú a un subcomandante, a un policía en Tamaulipas, en Nuevo León, en Sinaloa? Sabe a quién tiene enfrente, cómo se mueve, quiénes son. No es tan fácil si la institución no te respalda.

AR: Las suyas también son historias de persecución y decadencia. De los capos que están en el libro, el que realmente sigue en el candelero es Osiel Cárdenas, que sigue mandando desde La Palma. En este sentido, ¿por qué estas gentes que están en su libro -el "Señor de los cielos", los Arellano, los Valencia, García Ábrego, Osiel, incluso el Chapo, que es tocado de forma tangencial- escogen esa vida? Sí es de poder, pero también es de andar a salto de mata, perseguidos por autoridades mexicanas y las norteamericanas, por las bandas rivales. No llevan una vida tranquila, ¿por qué escogen ese camino?

MIG: Al Chapo no lo tocamos hoy día en un capítulo porque es un tema en el que la información todavía no es confiable; todo lo que sale en mucho parece sembrado, en otro poco parecen guerras de información entre las autoridades y los narcotraficantes, y en otro tanto parece un intento desesperado de la autoridad por demostrar no sé qué cosas. Un ejemplo es el Chapito, de quien, ya que en el horario estelar de los noticieros, hacen el traslado del Distrito Federal a La Palma con un costo económico impresionante para la sociedad.

También eso lo están haciendo en Nuevo Laredo, porque allí no es nuevo que los policías tengan averiguaciones previas; lo saben, y lo saben desde hace tiempo. No es nuevo que las prisiones estatales estén llenas de droga y que desde allí operen -incluso allí se van a esconder algunos narcotraficantes-. Entonces, ¿por qué tardan tanto en llegar? Por lo anterior pensamos que no era oportuno tratar al Chapo; tal vez sería una segunda parte del libro, pero también en su momento, porque si te fijas, serenamos la información diez años, y los tentáculos van llegando, pero ya entendidos de manera diferente.

¿Por qué se meten a este negocio? Creo que eso le tocaría a un sociólogo y a un sicólogo. Yo te diría: por ejemplo, el personaje de Amado Carrillo, que es sumamente interesante por su inteligencia, su capacidad; si lo pusieras al frente de cualquier empresa, la más importante de este país, probablemente sería exitoso, porque se movía, se manejaba y tenía una gran visión. Hay una parte que dice: quiso hacer un laboratorio de cocaína mexicana, ya que aquí no se hace. Pues trajo a los mejores científicos y les dijo que la hicieran; no lo logró. ¿Por qué lo hizo? Para ya no tener que importar el producto y volverse independiente. Era un empresario.

Si era tan capaz, tan inteligente, ¿por qué no hizo cosas buenas? ¿Será una opción de vida, la única que tenga una persona como Osiel, que también es sumamente inteligente, es audaz, temerario? El caso de los Arellano es todavía más inexplicable, con un ambiente social más favorable porque son gente de estudios.

¿Será la única opción de vida? ¿Será el riesgo lo que les llama la atención? ¿Será el medio en el que se desenvuelven, en el que los héroes ya no son aquellos de la revolución o las revoluciones del mundo, o Superman, sino más reducidos?

DF: Pero también es cierto que la pobreza alimenta mucho eso. Generalmente los capos no vienen de un sector social favorecido -aunque los Arellano captaron a mucha gente que tenía no la vida resuelta, pero sí con familias acomodadas-.

Pero para muchos, los que son gatilleros, los que están en la calle, nacieron en la pobreza. No han tenido acceso a la educación, no han tenido una sociedad que los proteja o un Estado que trabaje sobre ellos y les dé opciones. Entonces es muy fácil caer en la delincuencia, y más que en una delincuencia como esta, que te da réditos inmediatamente.

MIG: Prefiero vivir veinte años bien a otra cosa. ¿Qué opción tengo, con ese dinero que manejan, que nunca voy a tener en la vida si me dedico a sembrar, a vender, a ser comerciante? Es una opción de vida a lo mejor, pero habría que preguntárselos.

Yo lo que sí veo, por ejemplo en los perfiles de los narcotraficantes, es que los grandes capos no quieren que sus hijos se dediquen al narco. Eso es muy interesante.

AR: Amado Carrillo tuvo a un hijo estudiando en Inglaterra.

MIG: Estuvo allá, él veía mucho por su familia por lo que nos cuentan. A lo mejor, como dice Darío, no tenía la otra opción, y cuando la tuvo se la dio a su familia.

Pero esos es una de las cosas que falta. Esta es una parte que cuenta; habrá los sociólogos, los sicólogos, los historiadores que nos expliquen más lo que está pasando y que hasta ahora tenemos muy oscuro.

AR: Otro actor fundamental que aparece una y otra vez en estas historias son los Estados Unidos. ¿Qué papel han jugado, qué tan determinante ha sido en la política mexicana antinarcóticos?

DF: Es clave, porque son la principal economía que demanda la droga en el mundo, y además se tiene frontera con ellos. Creo, también, que si no fuera por esa presión, por los acuerdos que se han tenido con ellos, hubiese sido muy difícil para el Estado mexicano enfrentar al narcotráfico. Si se le viene rebasando desde hace más de una década, peor hubiese sido sin la asistencia de los Estados Unidos. Es una asistencia que se da, por desconfianzas, en equipamiento, instrucción, tecnología.

En el libro lo contamos: se intentó con europeos y agencias de inteligencia, y no están tan especializados como los gringos. Sí hay un intento, como siempre han sido los gringos, de presionar, se tratan de exceder, tratan de hacer que México se mueva como ellos quieren -algo que han logrado en Colombia-, pero no se les ha permitido. México ha sido, en se sentido, consecuente con una política que trae desde hace años, que es cómo permitir la presencia de policías norteamericanos sin que sea una intervención. Y se ha hecho con respeto, que es muy importante.

MIG: Y también va a ser una relación tortuosa siempre, porque además ellos no quieren reconocer que hay capos allá; todos están acá, son dominicanos, colombianos, peruanos, bolivianos, pero nunca estadounidenses.

AR: Ustedes mencionan por allí una reunión binacional, en la que estuvieron el procurador Lozano Gracia y otros funcionarios, y un senador norteamericano los regañó fuertemente; pero al final, les dice que su sistema de impartición de justicia y sus policías están igual que aquí. ¿Han sido congruentes con el combate a las drogas en su propio territorio? ¿Qué ha pasado allá?

MIG: Ellos han apostado en dos vertientes: primero, al consumo, al narcomenudeo, a inhibirlo y controlarlo; la otra es la atención a los adictos y la prevención . Esa fue su gran apuesta en la década pasada, y tan fue así que lograron frenar el crecimiento del consumo. No achicaron la cantidad de los que ya consumían, pero sí frenaron su crecimiento. Pero ahora ya no, porque volvió a crecer.

Pero frenaron el consumo, lo cual era preocupante porque si ya no tenían más consumidores, más mercados, ¿dónde más iban a vender los narcotraficantes? Entonces logran frenarlo, y a los que ya eran adictos buscaron darles tratamiento.

Lo que sí es que sus sistemas son efectivos a nivel de control de violencia: si uno llama al 911, llegan las autoridades; si hay un asunto de abuso, es muy probable que se sancione, si hay una muerte, es muy probable que se resuelva. Acá es menos probable que eso ocurra.

DF: Pero también está le otro punto que es que ellos tratan de controlar la producción fuera, de modo que no les llegue, con esa cuestión de sangre tan injerencista que tienen los gobiernos gringos.

El narcotráfico es una forma de meterse en un país, como lo ha hecho en Colombia, en Bolivia, en Perú, por ejemplo. Es una forma de controlar el narcotráfico desde fuera, pero eso les permite controlar también otras cosas políticamente.

MIG: Por eso es bueno que no existan capos en Estados Unidos, que todos estén fuera o que lleguen. Además su sistema jurídico-procesal está sostenido en alfileres: tienen la mayor cantidad de presos en este mundo, una gran cantidad de proceso que no vemos. Por eso también es un riesgo para ellos tener capos internamente.

AR: Hay varias partes del libro en los que se refieren al problema del financiamiento del combate al narcotráfico, y que es un problema básico. Relatan que los policías mexicanos, los comandantes obtienen dinero de botines, de lo que consiguen en decomisas; incluso hay una mención de que también los norteamericanos les dieron equipo y dinero por fuera para que hicieran su labor. ¿Ha habido algún cambio al respecto? Porque a veces el uso del presupuesto no se puede justificar, como el pago de un informante, que no da recibos de honorarios.

MIG: En Estados Unidos está muy legislado eso. De hecho, damos una cifra de cuánto se considera que Aduanas tiene constantemente de informantes en la frontera norte para saber cuánto pasa, donde va a pasar, tener datos, etc. Allá si se legisla y se tiene muy controlado eso.

Aquí no. Recordemos cuando llegó Macedo de la Concha: se asustó, según declaró en algún momento, porque las oficinas de las delegaciones de la PGR daban pena. Es más, hubo casos en los que ni escritorios había; se los había llevado la administración anterior. Cuando investigó, le dijeron que todo eso le pertenecía al comandante saliente y a su gente. O sea, éste había equipado la oficina, como en otros casos ocurrió. Entonces, cuando lo corrieron se llevó todo porque era de él.

Claro que esto es terrible, pero sigue existiendo. Ya se han comprado edificios, se han tratado de dignificar las delegaciones, uno ve mejores oficinas. Pero el presupuesto sigue siendo insuficiente. No puede ser posible que en una ciudad como Hermosillo existan unos veinte o treinta policías. Peor aún: hay una oficina de la PGR en el Mar de Cortés -no recuerdo en qué ciudad-, que se compone por un ministerio público y tres agentes. En esa zona, según los informes de la autoridad, tiran muchos cargamentos de droga, los recogen en lanchas, los llevan a la costa y después ya los pasan a Estados Unidos, porque les queda muy cerca la frontera, ya sea que la pasen por Tijuana o Mexicali.

No sé qué van a hacer cuatro personas allí, con semejante bombardeo de droga y con una camioneta para perseguirlos. Evidentemente no van a poder. Eso es hoy día. Entonces no se ha modificado la situación.

No se ha dignificado y reconocido el trabajo policíaco, operativo, ni de las dependencias. Se está recomponiendo un poco la imagen; pero todavía no se logra. No se le ha reconocido socialmente en su salario; por ejemplo, un agente en Estados Unidos puede ganar cinco o diez veces más que uno mexicano. Pero además no sólo eso, sino que tiene garantizado seguro social; si fallece, su familia tiene acceso a casas, a beneficios permanentes de médicos, y demás, porque murió por proteger al Estado.

Acá no, puras pérdidas y penas dan la mayoría, muchos de ellos.

Hay algunos cambios que se han hecho: Jorge Madrazo trató de hacerlo y lo logró en el caso de policías antidrogas, ya que logró que se aseguraran de por vida y que tuvieran mejor salario; Macedo logró incrementar los salarios también.

Pero si nos ponemos a ver esto en retrospectiva, esto no es nuevo. El libro habla de los años noventa, pero esto ocurre desde hace mucho tiempo. Si hubiéramos empezado en los noventa a hacer esto, ¿no sería otra cosa lo que tendríamos? ¿no sería diferente esta violencia que nos asfixia, no tendríamos otro escenario en este país?

Pues es que las cosas no han cambiado mucho en este país, que se vuelve y se vuelve a repetir.

AR: Un asunto fascinante es el caso de Osiel Cárdenas en La Palma. Ese señor recupera algunos elementos de la política tradicional mexicana para su defensa: se pone al nivel de un político, practica el clientelismo, acarrea gente a mítines, practica la desinformación y la propaganda, forma organizaciones. ¿Creen que eso sea una innovación?

DF: Si tú ves desde el nacimiento del narcotráfico como tráfico ilegal, desde Juan Nepomuceno Guerra para acá, que eran agricultores, gente de campo, muchos de ellos lo siguen haciendo. Pero cada vez se va perfeccionando más, en la medida que tienes que esconder el dinero. Uno de los personajes de la vieja guardia del narcotráfico mandaba el dinero entre televisores, por ejemplo.

Pero se sabe que García Ábrego comenzó a esconder el dinero en bancos a nombre de otros, a hacer transferencias hacia paraísos fiscales, lo que se va perfeccionando más. No te extrañe que en algún momento aparezca un personaje que nada tenga que ver con la historia de violencia o con tanta violencia, cuando menos, que se maneje en las esferas del dinero y otros le hagan el trabajo sucio. No te extrañe que se llegue a un punto en el que sean personajes no sé si universitarios, pero sí con conocimientos empresariales sofisticados.

MIG: Además hay una explicación histórica: en México siempre se ha dado que el Estado es el padre que todo resuelve. Toman el papel, en microespacios como ciudades, poblados, del personaje que protege a la comunidad, y lo hace respondiendo a un asunto histórico.

Pero como dice Darío, eso se va sofisticando. En el caso de los Valencia, a uno de ellos le encontraron una credencial de un organismo de derechos humanos. La autoridad no pudo dar con lo que había detrás de ello, y uno busca y tampoco encuentra rastro.

Pero hay organizaciones que de repente aparecen, según dicen las autoridades, y lo hacen protestando porque no se les da de comer a los presos, y son motivadas por ellos.

Sí tienen esa cultura, pero se han ido perfeccionando y aprendiendo. Hay dos cosas fundamentales en los narcotraficantes: primero, quieren ser aceptados por una sociedad, que no los rechace ni los vea mal y mucho menos a su familia; segundo, que va aprendiendo, es muy hábil, muy inteligente en general.

Entonces va aprendiendo y va adaptándose como el mexicano sabe adaptarse a las cosas; cuando le va mal, hace lo posible porque le vaya bien y busca las maneras. El narcotraficante se ha ido adaptando y casi camaleónicamente ha ido transformando y mejorando el negocio, de tal forma que no lo persigan o lo persigan menos.

AR: Una parte importante en la lucha antinarcóticos es tener un política de medios muy clara. Aquí están ejemplificados casos muy desafortunados, que iban desde que Ibarra Santés se deslenguaba hasta las filtraciones que le hacían a Eduardo Valle cuando estaba Jorge Carpizo en la PGR. ¿Podrían delinear cómo podría ser una política más atinada de la PGR en la materia?

MIG: Es más fácil decirte que los medios debemos exigir la información, y que la PGR debe estar obligada a darla. No es posible que se quede en el aire una información como cuánto le cuesta al Estado y por lo tanto al país, que el Chapito Guzmán vaya en el segundo arraigo y además un traslado. ¿Cuánto cuesta? Y la autoridad se da el lujo de decir "no, esa es información clasificada".

Creo que en este momento, dadas las condiciones que se están dando, los medios debemos exigir información, pero también tenemos la obligación de investigar, porque la estrategia de medios de la PGR siempre ha sido generalmente desafortunada. Ellos han hecho la suma de muertos, heridos y decomisos, pero no han explicado más. En esta administración, por ejemplo, se ha dado el caso de que el "Gilillo" fue capturado; en la conferencia de prensa lo ubicaron como miembro de un cártel distinto al que pertenecía. Nadie dijo nada y la autoridad lo dijo como si fuera verdad.

Hay que encajar bien la historia para entender el mapa. Como los reporteros tampoco estamos demandando y no estamos informados, pueden decir cualquier cosa.

AR: Hay una historia que me pareció muy suave junto a las otras, con mucho ingenuidad de los personajes, con muy poca violencia, que es el caso de los Amezcua. Operaban sin violencia, de manera pacífica; iniciaron su negocio de manera legal. ¿Qué ocurrió en este caso?

MIG: Es que la organización depende del perfil de las personas. A lo mejor los Arellano no necesitaban ser tan violentos, pero su personalidad, por ejemplo la de Ramón, era sumamente, naturalmente violenta por lo que parece.

Los Amezcua no tenían competencia. Se crean en un espacio que no es ilegal, y encuentran la gallina de los huevos de oro. Genial, y además no cometieron delito durante muchos años. Después se convirtieron en delincuentes, pero no necesitaban violencia porque las metanfetaminas no son tan violentas, porque sus laboratorios son muy económicos, fáciles de instalar, se reparten rapidísimo y son más baratas. La cocaína es carísima, la heroína también, lo que genera más violencia, lo que depende de toda la cadena que lleva cada droga.

Ellos empezaron en el mercado de metanfetaminas, y después se descubren ilegales. Supongo que ya estaban en eso y decidieron no claudicar; pensaron que no iban a tocarlos porque tenían un bajo perfil, era un asunto familiar, y eso era muy inocente, en efecto. Pero eso tiene mucho que ver con la personalidad de quienes dirigen, del contexto y de la droga que manejen. La mayoría de la droga que ellos manejaban en un principio se generaba en Estados Unidos. Los precursores químicos los traían a México y los pasaban allá; tenían muy pocos laboratorios aquí, la mayoría los tenían en el sur de aquel país -por cierto, los estadounidenses nunca han dicho qué aliados tenían allá-.

Entonces en casas hacían las metanfetaminas y se distribuían. La violencia no estaba presente, y sólo pagaban por la ruta a los Arellano y no se metían en broncas.

AR: En la última historia, dedicada a los Valencia, ustedes hablan de un cambio, una mutación en el narcotráfico ¿En qué consistió ese cambio? ¿En conformar grupos más pequeños, más discretos, más rápidos en su operación?

DF: Supongo que te referirás a la atomización: caen las cabezas, operar sin llamar la atención, no ser confrontativos con el Estado, se reparten más el poder y la lana. Se comienza a crear pequeñas organizaciones que tienen que ver entre ellas, se reparten territorios, y así se van manejando. Así pasó en Colombia: con la caída de Escobar y de los Orejuela vino todo ese proceso. No conoces quiénes son los capos; obviamente, la autoridad tiene detectados algunos nombres, pero sí hay esa atomización.

En México también se ha comenzado a dar eso.

MIG: Incluso no podemos decir que los zetas, que el Chapo, el Mayo, sean los que dominan el mercado hoy día; son los que se ven porque se están peleando territorios. Pero muy seguramente hay muchos grupos pequeños dedicados a funciones específicas, sea el traslado, sea sembrar, sea cobrar, sea lavar el dinero, y no hacen ruido ni sabemos dónde andan, ni qué están haciendo.

Ese es el cambio que se dio. Se dieron cuenta que la violencia les ponía los focos, y que el salir su nombre era terrible. De tal suerte que los Valencia eran capaces de andar en Volkswagen, sin seguridad.

Pero hay otro perfil, que es el narcotraficante que es el violento, que está peleando territorios, peleando por sobrevivir, que esos grupos pequeños, de los que habla Darío, ahora quieren el poder, que antes eran solamente sicarios o pasadores de drogas quieren mandar. Entonces se están enfrentando.

No nos hemos dado a la tarea de reflexionar acerca de qué pasó después de los grandes capos. El parámetro es: no ha disminuido el precio de la droga, sigue pasando la misma; si baja de precio, peor porque llegó más.

AR: Creo que el libro también es la historia de la formación, en los años noventa, de un servicio de inteligencia profesionalizado, dedicado a combatir el narcotráfico. Sin embargo con el arribo de Vicente Fox llegaron los militares a la PGR, quienes se dieron a la tarea de desmantelar ese grupo. ¿Qué queda hoy de aquel servicio de inteligencia? ¿Los militares han hecho mejor ese trabajo?

DF: Creo que lo que hay que hablar es de la integración de una política contra el narcotráfico en la que el ejército cumpla su rol y los civiles cumplan el suyo. Aquí hubo una pelea de espacios, y esa inteligencia que se comenzó a armar desde el CISEN de repente se evaporó; alguna gente quedó dentro de la PGR, pocos, otros están cumpliendo esas funciones y otros se retiraron. Pero ese es el problema de no tener una política integral más allá de los sexenios.

En el ejército son hombres de Estado, ya que le responden al Estado, no a un gobierno, y los servicios de inteligencia lo mismo. Pero en esa política, en esas disputas, pues sí se pierde mucho, y es el Estado el que pierde.

Con el gobierno de Fox se le dio espacio al ejército. Para medir si ha sido todavía falta, y no creo que tenga sentido. Pero sí se podría hacer un trabajo integral en el que los servicios de inteligencia realmente cumplan esa función del Estado y no solamente para desprestigiar políticos o controlar marchas, que eso sí es muy fácil.

MIG: Mientras destruyas todo lo que se hacía, en cualquier ámbito, el saldo va a ser negativo. Es como si se volviera obsoleto, y todos los recursos, toda la gente capacitada, todo lo que se hizo, no sirviera. Eso no puede ser, y es lo que nos hemos pasado haciendo veinte años.

Ahora hay que ver qué nos espera el próximo sexenio, porque así nos vamos; fue el colmo cuando hubo cinco procuradores, que ya ni era política sexenal sino anual o mensual.

Nos falta hacer mediciones reales, porque no se puede medir la efectividad en función de los detenidos, en función de los decomisos y en función de los muertos, y así lo hacemos.

AR: ¿Qué relevancia atribuyen a su libro?

MIG: Creo que hay mucho que escribir todavía, habrá mucho que hablar y discutir, aprender de este trabajo. No es lo mismo investigarlo, trabajarlo y luego exhibirlo, porque hay muchas voces que pueden decir "falta esto y hay que agregar lo otro". Pues que se genere la discusión y más información, las ganas de aportar y hacer más trabajo, porque este es un pequeño cachito de lo que se tiene que contar.

Creo que cumplimos una función netamente periodística; ni sustituimos autoridades, ni tampoco pretendemos enfrentar y lanzar una bandera de heroicidad, aventarnos por el edificio, etc. Uno de los grandes logros de este libro es que no se califica, no se hacen juicios, se cuentan las historias y abarca un periodo pasado con ramificaciones al presente.

Además, es un libro que no escurre sangre, y cualquiera lo puede leer. Se trató a cada persona como ser humano. A mí me interesa mucho que las personas vean que no es un reportaje del narcotráfico: es una historia real del narcotráfico en este país que explica lo que ocurre hoy.

Ojalá que lo que ha hecho editorial Planeta que sea la bienvenida a más trabajos de compañeros -que hay muchos- de cualquier tema, que se lancen a contar este México.



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