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La insignia
7 de febrero del 2005


Grandes mentiras


__Especial__
Palestina
Alberto Arce
La Insignia. España, febrero del 2005.



El sionismo es la ideología político-religiosa fundada sobre la asunción de que el pueblo judío conforma una nación y, como tal nación, ejerce su derecho sobre el territorio histórico conocido como Palestina. El pueblo judío mantiene increíblemente, al menos entre sus sectores más religiosos (que no son poco relevantes a la vista del papel que juegan en el gobierno de Ariel Sharon) la creencia de que constituye el pueblo elegido por Dios para habitar la Tierra Santa en tanto el Mesías no decida hacerse hombre y liderarlo en vayamos a saber qué divina tarea. Este fanatismo religioso, junto a una cierta verdad histórica sobre el origen geográfico y primigenio de las tribus que se expandieron y emigraron por todo el planeta hasta constituir lo que hoy en día se conoce como pueblo judío, son el centro del conflicto que mantiene el tablero geoestratégico mundial en constante agitación.

Cuando nos referimos al problema de Oriente Medio y al papel que desempeña en las relaciones internacionales actuales en virtud de su disposición de gran parte de las reservas mundiales de petróleo, es menester mencionar el capitalismo que, con Bush Padre a la cabeza de los Estados Unidos, triunfó sobre el comunismo hace más de una década. Los vencedores de la guerra fría, lanzados ya en 1945 a una carrera sin línea de meta conocida hacia la dominación imperial del planeta, inmediatamente corrieron en la búsqueda de algún enemigo al que enfrentarse para poder continuar justificando sus necesidades expansivas y de control. Muchos de nosotros nos reíamos, a mediados de los 90, cuando leímos a Samuel Huntington y su teoría del "choque de civilizaciones". Pobres infelices, entonces, los que creíamos que la paz llegaría a un mundo sin superpotencias enfrentadas. La existencia de una sola hiperpotencia con capacidad de intervención planetaria podría llevar a una paz estable y no al peligroso avispero en el que estamos viviendo. Pero no fue así.

El capitalismo, liderado por los Estados Unidos, y el sionismo, ejecutado por el Estado de Israel, se enfrentan a quienes han tenido la mala suerte de habitar en la región del planeta en la que se encuentran los mayores yacimientos mundiales de petróleo, la savia necesaria para que la economía continúe destruyendo la tierra al ritmo que todos conocemos. El control del petróleo, conflicto de naturaleza eminentemente económica, aderezado y manipulado con una dosis de prejuicio religioso-cultural mediante la aplicación de un filtro de naturaleza "orientalista" que distorsione adecuadamente la realidad árabe e islámica hasta travestirla en la gran falacia del terrorismo internacional, nos lleva a la situación actual. Oriente Medio es el nuevo tablero mundial donde se dirime la supremacía con la que las potencias encararán la era post-petróleo en apenas unas decenas de años. Oriente Medio es el espejo en el que se reflejan las necesidades de los contendientes que están decidiendo la forma futura de la sociedad internacional. Oriente Medio es el lienzo donde se diseñan las mentiras que pretenden mantenernos asustados y desinformados para beneficio de Estados Unidos y su aliado, Israel.

Y resulta lamentable como, en esta época de pretendida modernidad y racionalismo laico, las religiones juegan un papel tan importante en la gran mentira que nos venden. Desde el mesianismo cristiano del que hace gala la administración estadounidense, y que enturbia el debate europeo sobre el futuro de Turquía en Europa, hasta lecturas más o menos conservadoras y violentas del Islam que ciertos líderes y grupos árabes comienzan a esgrimir para unificar a sus fieles en la lucha contra "occidente". La religión como prisma distorsionador de las relaciones internacionales nos retrae a épocas premodernas pretendidamente olvidadas. A las cruzadas, o a las guerras de religión europeas, que, en definitiva, nunca fueron más que luchas de poder entre potencias. La misma carcasa para el mismo conflicto de intereses. Lamentablemente, 400 años después poco ha cambiado.


Israel como gran mentiroso

Ciertos sectores ortodoxos del judaísmo juegan un papel fundamental en la política del Estado de Israel, una nación que se falsamente se denomina a sí misma "occidental" y "moderna", siguiendo la maniquea terminología de la división entre pueblos que azota las convulsas relaciones internacionales de este comienzo de siglo. Quien pretende considerarse "la única democracia de Oriente Medio" desarrolla una política de carácter violento, segregacionista y provocador respecto a todos sus vecinos árabes. Se constituye como Estado religioso, viola todas y cada una de las normas de las organizaciones internacionales que le afectan y agravia, con su mera existencia y comportamiento actuales, a quienes deben ser tratados con una mínima justicia para desatascar el violento conflicto que enfrenta a ciertos sectores del Islam con el mundo judeo-cristiano.

Aquí nos encontramos ante la primera paradoja: La concepción clásica de nación se refiere al conjunto de individuos que, compartiendo en un territorio concreto unas características lingüísticas, culturales e históricas determinadas, expresan su voluntad de constituirse en unidad política. Frente a esto, el pueblo judío, disperso por todo el planeta y con su pertenencia a una religión concreta como único referente común, genera el nacionalismo sionista, una mezcla de peligrosa verdad revelada y justa necesidad de supervivencia tras siglos de persecución y exterminio. Sobre la falsa afirmación de que Palestina era "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra", la organización sionista mundial organizó desde finales del siglo XIX un movimiento migratorio de judíos de todo el planeta hacia el territorio que hoy conocemos como Israel.

En este territorio habitaban previamente pueblos árabes que llevan al menos un siglo siendo desplazados, asesinados y encarcelados por Israel. Los palestinos son los grandes perdedores de esta nueva batalla. En una época de universalización de los derechos humanos, de compromiso internacional frente a los genocidios, de comprensión de que para afrontar las solución de controversias debe recurrirse a la negociación y no a la imposición, de soberanías que se diluyen en todos los aspectos, nos encontramos con el conflicto palestino-israelí. Este conflicto alimenta y constituye el mejor caldo de cultivo para que, en vez de limarse asperezas y dirigir al planeta hacia una realidad mejor que la actual, las evidentes injusticias que se cometen con los palestinos agravien al mundo árabe en su conjunto y a las sociedades islámicas en particular. De este modo, el conflicto desatado para controlar los recursos energéticos de Oriente Medio queda justificado ante la naturaleza violenta que ciertos grupos y países pueden haber adoptado frente a la existencia de una cabeza de puente de los Estados Unidos en la zona. Esa cabeza de puente es Israel. El Islam es peligroso por naturaleza, siempre según la versión de los Estados Unidos e Israel, pero la existencia de un Estado verdaderamente religioso en la zona, como es Israel, nunca aparece como factor distorsionador en las explicaciones oficiales del conflicto sobre Oriente Medio que actualmente se desarrolla. El nacionalismo religioso que fundamenta la existencia del Estado de Israel no supone ninguna amenaza mientras el nacionalismo árabe, no siempre religioso, se nos vende como el verdadero factor desequilibrador de las relaciones internacionales.


Orientalismo manipulador

Hace varias décadas, en algunos países árabes y musulmanes se desarrolló un movimiento político de carácter panarabista y laico, incluso quizás socialista. Desde el Egipto de Nasser hasta el baazismo que gobernó Irak y aún gobierna Siria, pasando por el régimen nacionalista de Mossadek en Irán o el régimen satélite de la Unión Soviética que gobernó Afganistán hasta la llegada de los talibanes. Todos estos países, incluyendo obviamente la Palestina que nunca llegó a constituirse en el Estado soberano con el que Arafat había soñado, constituían alternativas laicas a la pretendida amenaza islámica que justifica la militarización actual de Oriente Medio. Incluso la Arabia Saudita que en la actualidad aún constituye fiel guardián de los intereses estadounodenses en la zona podría haber evolucionado hacia posturas menos integristas que las que amenazan seriamente a la casa real gobernante hoy en día de no haber mediado el apoyo de EEUU.

Este peligroso e irresponsable comportamiento que nos afecta a todos, europeos incluidos, se fundamenta desde la defensa de los intereses geoestratégicos de un país que también se declara en cada ocasión que se le pone a tiro como profundamente religioso. Más aún, Bush y su gobierno se precian de ser los más religiosos de entre los últimos gobernantes estadounidenses. Los mejores aliados de este cristianismo ofensivo manipulador y fundamentalista son los sectores ortodoxos del judaísmo que expanden su influencia a partir del control sobre el pueblo palestino. Y sus responsables pretenden convencernos de que el problema radica únicamente en el mundo árabe debido a sus tendencias islámicas, que sólo pueden desembocar en terrorismo. Orientalismo en estado puro. Distorsión manipuladora con intereses espúreos de la opresión e injusticia que palestinos e iraquíes en concreto y árabes en general sufren día a día. De este modo, regímenes que manipulan la religión con intereses políticos como el estadounidense y el israelí, y que al mismo tiempo pretenden autoarrogarse una naturaleza occidental y democrática en aquellos aspectos que pretendidamente les dan superioridad frente al mundo árabe, permiten interesadamente que la mentira y el peligro aumenten.

Mientras tanto, los europeos hacemos de convidados de piedra. Las vemos pasar sin decir nada en voz demasiado alta. Incluso hemos perdido tiempo discutiendo sobre si nuestra herencia cristiana debería ser recogida en el Tratado Constitucional. Olvidémonos de la religión de una vez por todas. Apliquemos en la práctica lo que tantas veces hemos escuchado y dicho en todos los foros posibles: política y religión deben correr caminos separados. El mundo actual sufre un choque de base religiosa de consecuencias peligrosas e imprevisibles, dirigido por personas que, de un modo u otro, utilizan la religión como escudo justificador de sus intereses particulares. Parece mentira que tantas guerras aún no nos hayan enseñado. Mientras nosotros nos matamos, Dios se mantiene en silencio. Y probablemente se muere de risa, si es que existe.



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