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La insignia
19 de enero del 2005


El complejo arte del pronóstico económico (III)


__Sección__
Diálogos
Jürgen Schuldt (*)
La Insignia. Perú, enero del 2005.



Afortunadamente, todos nos equivocamos

A fin de evitarnos depresiones mayores y para que no se crea que sólo los economistas erramos, presentaremos aquí algunos pronósticos gruesa y graciosamente fallidos, realizados por estadistas, militares, científicos y literatos a lo largo del siglo XX (13).

En 1897 Lord Kelvin, el célebre matemático y físico escocés, afirmó que "la radio no tiene futuro". Dos años más tarde, el Comisionado de Patentes de los EEUU sentenció que "todo lo que puede ser inventado ya ha sido inventado". El 1901 el novelista británico H.G.Wells consideraba que los submarinos sólo sofocarían a sus tripulaciones y desaparecerían irremediablemente en la mar. Ese mismo año, Wilbur Wright, el pionero de la aviación estadounidense, le confesó a su hermano que el hombre no llegaría a volar sino dentro de 50 años; y, una década después, el mariscal Foch decía que "los aeroplanos son juguetes interesantes, pero sin valor militar". El ex secretario de Defensa de los EEUU afirmaba, en 1922, que Japón jamás podría atacar las posiciones estadounidenses en el Pacífico, ya que la radio "haría imposible todo tipo de sorpresas". Cuando Graham Bell ofreció en venta su empresa telefónica en 100.000 dólares al presidente de la Western Union, éste le replicó, rechazando el trato: "¿Qué uso podríamos darle a ese juguete eléctrico que es el teléfono?". Un lustro después, en pleno auge del cine mudo, un alto funcionario de la Warner Brothers se preguntaba: "¿Quién diablos quiere que los actores hablen?". En agosto de 1934, David Lloyd George (ex premier de Gran Bretaña) decía: "Créanme, Alemania es incapaz de considerar una guerra".

Ya después de la segunda guerra mundial se hicieron algunos otros algunos faux pas célebres. En 1946, el presidente de la 20th Century Fox afirmaba contundentemente que "la televisión no será capaz de mantenerse en el mercado por más de seis meses, ya que la gente no tardará en hartarse de estar sentada todas las noches ante una cajita de triplay". En 1949, la revista Mecánica Popular, proyectando el desarrollo de la tecnología computacional, escribía muy convencida "que las computadoras quizás lleguen en el futuro a pesar sólo 1,5 toneladas" y, treinta años más tarde, el presidente de la Digital Equipment Corporation, decía que "no hay motivo alguno por el cual los individuos tengan que tener una computadora en su casa". Cuando Decca Records rechazó a los Beatles en 1962, argumentó "que no les gustaba su sonido y que los grupos de guitarristas están en camino de salida". En 1963, un cirujano de Los Ángeles, entrevistado por un semanario, les decía que, "para la mayoría de personas, el uso de tabaco tiene un efecto benéfico" (por lo que fumo desde entonces, con las consecuencias que ahora ya se conocen). Finalmente, el doctor Lee De Forest, inventor del tubo de audión y padre de la radio, pronosticó el 25 de febrero de 1967 que "el hombre nunca llegará a la Luna, independientemente de todos los avances científicos futuros"; poco más de dos años después -el 16 de julio de 1969- Neil Armstrong desplegaba la bandera estadounidense en el diminuto satélite de los románticos terráqueos.

En fin, consuelo de muchos, consuelo de tontos. Pero, ya para terminar, ¿cómo explicar estos fiascos de los economistas? Existe una infinidad de hipótesis y dificultades, entre las que cabe mencionar unas pocas: el deficiente o incompleto marco teórico y del modelo macroeconómico (mental o econométrico) utilizado por el que pronostica; sus buenos o malos deseos respecto al gobierno de turno; las precarias y endebles estadísticas oficiales; los intereses que defiende cada entidad ante sus clientes; los factores exógenos y demás impredecibles, en especial, las decisiones del presidente (que no se han introducido aún como una variable endógena adicional a los modelos macroeconómicos en uso); etc. Además, resulta difícil hacer pronósticos con un gobierno que ha perdido la brújula, que ya no tiene ideas y que no concerta con los agentes económicos y políticos; y, last but not least, es muy importante el olfato que posee quien pronostica... y que, como se desprende de los resultados, y sin alusiones personales, también tiene mucho que ver con el tamaño de su nariz. Evidentemente, del lado contrario, también los pronósticos afectan -y bastante más de lo que comúnmente se cree- a la economía, con lo que aumentan las posibilidades de 'achuntarla'.

En conclusión, si bien sería uno de sus fines últimos, la ciencia económica aún no ha madurado lo suficiente como para presentar predicciones relativamente precisas, pero que siempre estarán sujetas a una serie de imponderables inmanentes a toda ciencia social. Gracias a ello nos equivocamos y ojalá que ello siga así, no sólo porque de los errores se aprende, sino principalmente porque si algún día llegáramos a hacer pronósticos exactos ello contraería gruesas molestias: de un lado, el mundo se volvería tremendamente aburrido y del otro, obviamente el más temido por nosotros, los economistas perderíamos el trabajo. Pero aún más grave sería que el "Gran Hermano" de George Orwell nos tendría en sus manos. Felizmente, el ser humano es y seguirá siendo impredecible, gracias a su ingenio y creatividad. Y ese es nuestro seguro personal para garantizar la libertad humana... por los siglos de los siglos.


Lima (Perú) y Delfos (Grecia), 14 de enero del 2004.


Notas

(*) Jürgen Schuldt es codirector de Actualidad Económica del Perú
(13) Todas ellas, anécdotas recogidas y adaptadas del semanario “Newsweek” (enero 27, 1997; p. 41).



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