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La insignia
17 de agosto del 2005


Las cárceles de las maras


Luis Peraza Parga
La Insignia. México, agosto del 2005.


Las maras son pandillas de delincuentes jóvenes (en algunos casos, ya adultos), organizadas y reforzadas a través de unos comportamientos, símbolos y estética determinada. Parece, por los escasos testimonios de integrantes arrepentidos, que los rituales de iniciación a una mara incluyen el asesinato a sangre fría. Es la manera de demostrar su pretendida hombría.

Su origen podría situarse en la desmovilización de la guerrilla de El Salvador en la década de 1990. Sin embargo, su expansión también nace en la ciudad de Los Ángeles, de cuyos barrios más simbólicos extraen sus nombres. La más conocida es la salva trucha, cuya explicación etimológica parece razonable: salva de El Salvador y trucha de inteligencia y agudeza. Su estética más conocida son los tatuajes por todo el cuerpo con referencias constantes a la pertenencia a una pandilla y los gestos, tipo rapero, que forman con las manos.

Es la nueva plaga de América y no conoce fronteras. Es el nuevo problema sin pasaporte. Es un asunto eminentemente regional. En México ya tienen sucursales en el 90 % del territorio y su reconversión a la sociedad civilizada se antoja muy complicada. Están por todos lados y les gusta establecerse en puntos limítrofes entre dos países para dedicarse al contrabando, al narcotráfico y al robo, muchas veces acompañado de muerte, de los inmigrantes que esperan una oportunidad para atravesar la frontera y que siempre van con abundante dinero en efectivo para pagar los servicios del llamado coyote o traficante de humanos.

Las leyes de mano de hierro implementadas en Honduras, El Salvador y Guatemala para combatirlas rozan y en muchos casos vulneran la debida protección de los derechos humanos. La policía y las fiscalías de los países mencionados atribuyen muchos crímenes sin resolver, incluso antes de iniciada la investigación, a esos grupos descontrolados. Sin embargo, su descontrol es más aparente que real. Detrás de ellos y usándolos para sus propios y egoístas fines pueden estar grupos de poder económico, social y político que no quieren perder los privilegios de los que siempre han gozado. Si cooptan a sus líderes, pueden trasformarse en pequeños ejércitos privados que por su irrestricta forma de actuar cometen los delitos más atroces; y si son capturados, la autoría intelectual permanece en el mayor de los anonimatos.

La situación de las cárceles en América es dantesca. Motines, tratos vejatorios a los internos, asesinatos entre los presos, incendios que queman vivos a centenares de mareros. La historia es interminable y los gobiernos se declaran incompetentes, explicita o tácitamente, para desarrollar una gestión adecuada y digna de los centros carcelarios que evite, entre otros muchos males, la sobrepoblación. Simplemente me remito a un articulo de mi autoría publicado en La Insignia: Las cárceles.

Acaban de producirse cuatro motines simultáneos en prisiones guatemaltecas, protagonizados por miembros de estos grupos, en los que resulta evidente el grado de coordinación que existe entre estas bandas, a pesar del aislamiento que supone estar purgando condena en una cárcel. Incluso han utilizado granadas y, por supuesto, armas de fuego. El resultado ha sido más de treinta presos asesinados.

Esto me lleva a la conclusión de la imperiosa necesidad de que la Organización de Estados Americanos, respaldada por la voluntad política de las treinta y cuatro naciones que la componen, asuma dos nuevos e impostergables compromisos: la gestión de las cárceles en Latinoamérica y el control regional del fenómeno de las maras.



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