Colabora Portada Directorio Buscador Redacción Correo
La insignia
24 de enero del 2004


El arte revulsivo de Teresa Margolles

Agua de cadáver


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. EEUU, enero del 2004.


La sala está llena de vapor. Como si se tratara de una noche especialmente neblinosa de la ciudad de Lima. El vapor, producido mecánicamente por instrumentos para tal uso, se impregna en la ropa, la piel, el pelo, las manos, los zapatos. Se queda en nosotros. El agua con la cual las máquinas trabajan proviene de la morgue de México y fue utilizada para limpiar los cadáveres que recalan ahí, generalmente sin identificar, personas desechadas por una sociedad que se refocila en las muertes violentas como la mayoría de países en América Latina. Esa exposición se llamó "Vaporización" y rompió, simbólica y físicamente, con el morbo de un público esnob y ávido de experiencias límite posmodernas vinculadas a la muerte; porque en la medida que el cadáver, a través del agua, se traspasa al espectador, el producto artístico se percibe intolerable. Las exposiciones, acciones e instalaciones de la mexicana Teresa Margolles quiebran esa distancia: entre nosotros, los vivos, y los cadáveres, no hay nada. Sólo un vientre que se hincha y se retrae.

Revulsión es un término médico, se refiere a la forma de curar ciertas enfermedades internas a partir de la inducción de inflamaciones o congestiones externas, se trataría de un dolor menor para solucionar un dolor mayor. De alguna manera la producción artística de Teresa Margolles -lo que cierta crítica llama "obra de arte" y que yo prefiero formular como "producto cultural"- sirve como profilaxis de choque contra la insensibilidad ante los "restos" (que no muertos), esos seres anónimos que dejan sus músculos y huesos perderse en la indiferencia de una fosa común por falta de dinero, por ser considerados marginales, desechables, excorias de una sociedad en desgracia, por la pobreza de una familia que no puede costear la vida ni mucho menos la muerte. Margolles intenta convertir a los restos en muertos, es decir, otorgarles memoria aún cuando sea ella misma anónima. A través de estos no-objetos Margolles desenmascara el reinado de las apariencias y del espectáculo, donde los sentimientos se van desgastando aceleradamente y se reemplazan por deseos de nuevas sensaciones límite.

Teresa Margolles cuenta que cuando era niña, en Culiacán, Sinaloa, se tropezaba camino a colegio con animales muertos. Una vez vio el cuerpo de un caballo, al día siguiente igual, y al otro, nadie lo quitaba del camino. Pudo observar el proceso de deterioro del cuerpo: la hinchazón. Una tarde de ésas cogió una piedra y "con esa curiosidad de todo niño", tal vez, con esa inocente crueldad de todo niño, la tiró sobre la panza que se abrió dejando escapar decenas de pequeñas mariposas o polillas. Este fue el momento de revelación para ella y para el trabajo no-objetual que desarrolla ahora. ¿Por qué no la muerte o aquel objeto que la muerte transforma en un "resto"?, ¿cuál es el lugar de los restos en nuestras sociedades?, ¿para qué sirven sino para que los otros sigamos vivos?

Margolles comenzó estudiando fotografía en su Sinaloa natal, luego se trasladó al D.F. donde siguió la carrera de Comunicaciones y a principios de la década de los 90, junto con otros artistas plásticos, formó el colectivo SEMEFO (Servicios Médicos Forenses integrado por Margolles, Carlos López y Arturo Angulo), con quienes ha realizado muchas experiencias revulsivas, para llamarlas de alguna manera, a través del uso de materia orgánica sin vida, cadáveres, en sus presentaciones, exposiciones o videos. Una de las más llamativas consistió en una exposición de caballos disecados en poses humanas, como aquel que estaba sentado sobre una banca, con el miembro sexual erecto. El grupo se deshizo en 1998 y desde entonces Margolles trabaja con su nombre.

En Boston, en el Centro de Arte Contemporáneo de Copley, Margolles está presentando una versión de la vaporización que presentó en Mex-art Berlín en octubre de 2002. Pero esta vez se trata de una máquina que produce burbujas. "Pero aquí, a diferencia de México, las burbujas son como más gordas y no se elevan". Los muertos mexicanos pesan más (la "migra" lo sabe bien). Esta propuesta es un salto hacia lo simbólico dejando atrás su exposición directa de fragmentos de cadáveres como su famoso producto "Lengua" que colgó de una pared del Palacio de Bellas Artes de México. "Mis compañeros de la morgue" la artista trabaja en la morgue de México como técnica forense, oficio que aprendió por la necesidad de entrar en contacto con su materia prima "me comentaron un día que había un cuerpo que podría interesarme. Era el de un muchacho muy joven, un adolescente punk, adicto, con un cuerpo totalmente tatuado. Había muerto de forma violenta. Pensé que podía hacer algo para que, con esa materia, dejar una memoria de su muerte anónima. Hablé con la madre y quise pedir que me diera el pene, pero cuando iba a pronunciar la palabra pene me salió lengua. La madre, por supuesto, reaccionó indignada, algo completamente normal, mi trabajo fue convencerla para que el cuerpo de su hijo hable sobre las miles de muertes anónimas que la gente no quiere tener en cuenta. Finalmente me la dio y la llevamos a Bellas Artes que es, además, el lugar de los velorios de personajes célebres en México". Las fotos muestran una lengua con un piercing en la punta, pegada a una pared, con un cartel que dice que perteneció a un joven punk. Pegar una lengua de un asesinado en una pared de Bellas Artes es un acto político, sin duda alguna.

¿Cuál es el límite? le pregunto a Margolles durante la conversación que siguió a la presentación de algunas de las fotografías de su trabajo en el Boylston Hall de la Universidad de Harvard, donde nos encontrábamos reunidas apenas seis personas. "Trato de no ponerme límites". Pero, entonces -insisto- ¿has expuesto un cadáver completo alguna vez? "Ya no es necesario" contesta desde su look minimalista, vestida siempre de negro "por luto", con unos ojos también negros enmarcados por un cerquillo negrísimo, "ahora lo que intento es trabajar con el símbolo del cadáver y ya no con la materia, necesariamente, por eso hicimos la performance en La Habana con grasa humana rellenando los huecos de una casa que se encontraba, precisamente, al frente donde se reunían los asistentes a la Bienal". Por eso ahora las vaporizaciones, las burbujas, el video de los crematorios, el sonido del cadáver convirtiéndose en cenizas.

Pero atrás, para el escándalo del público, está la serie Autorretratos en la morgue, en uno de los cuales Margolles carga el cuerpo de una niña, entre ocho a diez años, que "ya ha sido trabajado", es decir, que ya pasó por la autopsia y por el uso de los estudiantes de medicina. No puedo dejar de sentir miedo, perturbación, dolor ante esa imagen: me pregunto, asimismo, cuál es la delgada línea que divide esa forma de acercamiento a la muerte como denuncia a la simple estimulación de nuestro morbo, qué es lo que impele a alguien a ver lo que produce esta artista, cuál es una reacción honesta, en qué medida este tipo de productos culturales no aceleran el proceso de indiferencia ante el propio cadáver. No lo sé. Veo a los estudiantes de Harvard comer nachos con salsa roja mientras Margolles habla de su trabajo. Personalmente, viniendo de una país donde ni siquiera existen los cadáveres de una guerra que dejó demasiados espacios vacíos, me siento insoportablemente mal. "¿Y cuál es la reacción de las personas?" pregunta otro asistente. "Me han dicho de todo, desde buitre hasta que comercio con la muerte". En realidad, ¿no será que los buitres somos nosotros mismos?



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto