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La insignia
5 de enero del 2004


Escenas V y VI

Luces de Bohemia


Ramón del Valle Inclán
España, 28 de octubre de 1866 - 5 de enero de 1936.

Transcripción para La Insignia: C.B./J.G.


Escena V

Zaguán en el Ministerio de la Gobernación. Estantería con legajos. Bancos al filo de la pared. Mesa con carpetas de badana mugrienta. Aire de cueva y olor frío de tabaco rancio. Guardias somnolientos. Policías de la Secreta -hongos, garrotes, cuellos de celuloide, grandes sortijas, lunares rizosos y flamencos-. Hay un viejo chabacano -bisoñé y manguitos de percalina- que escribe, y un pollo chulapón de peinado reluciente, con brisas de perfumería, que se pasea y dicta humeando un veguero. Don Serafín, le dicen sus obligados; y la voz de la calle, Serafín El Bonito.

Leve tumulto, dando voces, la cabeza desnuda, humorista y lunático, irrumpe Max Estrella. Don Latino le guía por la manga, implorante y suspirante. Detrás asoman los cascos de los guardias. Y en el corredor se agrupan, bajo la luz de una candileja, pipas, chalinas y melenas del modernismo.


Max: ¡Traigo detenida una pareja de guindillas! Estaban emborrachándose en una tasca y los hice salir a darme escolta.

Serafín El Bonito: Corrección, señor mío.

Max: No falto a ella, señor delegado.

Serafín El Bonito: Inspector.

Max: Todo es uno y lo mismo.

Serafín El Bonito: ¿Cómo se llama usted?

Max: Mi nombre es Máximo Estrella. Mi seudónimo, Mala Estrella. Tengo el honor de no ser académico.

Serafín El Bonito: Está usted pasándose. Guardias, ¿por qué viene detenido?

Un guardia: Por escándalo en la vía pública y gritos internacionales. ¡Está algo briago!

Serafín El Bonito: ¿Su profesión?

Max: Cesante.

Serafín El Bonito: ¿En qué oficina ha servido usted?

Max: En ninguna.

Serafín El Bonito: ¿No ha dicho usted que es cesante?

Max: Cesante de hombre libre y pájaro cantor. ¿No me veo vejado, vilipendiado, encarcelado, cacheado e interrogado?

Serafín El Bonito: ¿Dónde vive usted?

Max: Bastardillos. Esquina a San Cosme. Palacio.

Un guindilla: Diga usted casa de vecinos. Mi señora, cuando aún no lo era, habitó un sotabanco de esa susodicha finca.

Max: Donde yo vivo, siempre es un palacio.

El guindilla: No lo sabía.

Max: Porque tú, gusano burocrático, no sabes nada. ¡Ni soñar!

Serafín El Bonito: ¡Queda usted detenido!

Max: ¡Bueno! Latino, ¿hay algún banco donde pueda echarme a dormir?

Serafín El Bonito: Aquí no se viene a dormir.

Max: ¡Pues yo tengo sueño!

Serafín El Bonito: ¡Está usted desacatando mi autoridad! ¿Sabe usted quién soy yo?

Max: ¡Serafín El Bonito!

Serafín El Bonito: ¡Como usted repita esa gracia, de una bofetada, le doblo!

Max: ¡Ya se guardará usted del intento! ¡Soy el primer poeta de España! ¡Tengo influencia en todos los periódicos! ¡Conozco al ministro! ¡Hemos sido compañeros!

Serafín El Bonito: El señor ministro no es un golfo.

Max: Usted desconoce la historia moderna.

Serafín El Bonito: ¡En mi presencia no se ofende a Don Paco! Eso no lo tolero. ¡Sepa usted que Don Paco es mi padre!

Max: No lo creo. Permítame usted que se lo pregunte por teléfono.

Serafín El Bonito: Se lo va usted a preguntar desde el calabozo.

Son Latino: Señor inspector, ¡tenga usted alguna consideración! ¡Se trata de una gloria nacional! ¡El Víctor Hugo de España!

Serafín El Bonito: Cállese usted.

Don Latino: Perdone usted mi entrometimiento.

Serafín El Bonito: ¡Si usted quiere acompañarlo, también hay para usted alojamiento!

Don Latino: ¡Gracias, señor inspector!

Serafín El Bonito: Guardias, conduzcan ustedes ese curda al número 2.

Un guardia: ¡Camine usted!

Max: No quiero.

Serafín El Bonito: Llévenle ustedes a rastras.

Otro guardia: ¡So golfo!

Max: ¡Que me asesinan! ¡Que me asesinan!

Una voz modernista: ¡Bárbaros!

Don Latino: ¡Que es una gloria nacional!

Serafín El Bonito: Aquí no se protesta. Retírense ustedes.

Otra voz modernista: ¡Viva la Inquisición!

Serafín El Bonito: ¡Silencio o todos quedan detenidos!

Max: ¡Que me asesinan! ¡Que me asesinan!

Los guardias: ¡Borracho! ¡Golfo!

El grupo modernista: ¡Hay que visitar las redacciones!


Sale en tropel el grupo. Chalinas flotantes, pipas apagadas, románticas greñas. Se oyen estallar las bofetadas y las voces tras la puerta del calabozo.


Serafín El Bonito: ¡Creerán esos niños modernistas que aquí se reparten caramelos!

***

Escena VI

El calabozo. Sótano mal alumbrado por una candileja. En la sombra se mueve el bulto de un hombre. -Blusa, tapabocas y alpargatas.- Pasea hablando solo. Repentinamente se abre la puerta. Max Estrella, empujado y tropicando, rueda al fondo del calabozo. Se cierra de golpe la puerta.


Max: ¡Canallas! ¡Asalariados! ¡Cobardes!

Voz fuera: ¡Aún vas a llevar mancuerna!

Max: ¡Esbirro!


Sale de la tiniebla el bulto del hombre morador del calabozo. Bajo la luz se le ve esposado, con la cara llena de sangre.


El preso: ¡Buenas noches!

Max: ¿No estoy solo?

El preso: Así parece.

Max: ¿Quién eres, compañero?

El preso: Un paria.

Max: ¿Catalán?

El preso: De todas partes.

Max: ¡Paria!... Solamente los obreros catalanes aguijan su rebeldía con ese denigrante epíteto. Paria, en bocas como la tuya, es una espuela. Pronto llegará vuestra hora.

El preso: Tiene usted luces que no todos tienen. Barcelona alimenta una hoguera de odio, soy obrero barcelonés, y a orgullo lo tengo.

Max: ¿Eres anarquista?

El preso: Soy lo que me han hecho las leyes.

Max: Pertenecemos a la misma Iglesia.

El preso: Usted lleva chalina.

Max: ¡El dogal de la más horrible servidumbre! Me lo arrancaré, para que hablemos.

El preso: Usted no es proletario.

Max: Yo soy el dolor de un mal sueño.

El preso: Parece usted hombre de luces. Su hablar es como de otros tiempos.

Max: Yo soy un poeta ciego.

El preso: ¡No es pequeña desgracia!... En España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero.

Max: Hay que establecer la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol.

El preso: No basta. El ideal revolucionario tiene que ser la destrucción de la riqueza, como en Rusia. No es suficiente la degollación de todos los ricos. Siempre aparecerá un heredero, y aun cuando se suprima la herencia, no podrá evitarse que los despojados conspiren para recobrarla. Hay que hacer imposible el orden anterior, y eso sólo se consigue destruyendo la riqueza. Barcelona industrial tiene que hundirse para renacer de los escombros otro concepto de la propiedad y el trabajo. En Europa, el patrón de más negra entraña es el catalán, y no digo del mundo porque existen las Colonias Españolas de América. ¡Barcelona solamente se salva pereciendo!

Max: ¡Barcelona es cara a mi corazón!

El preso: ¡Yo también la recuerdo!

Max: Yo le debo los únicos goces en la lobreguez de mi ceguera. Todos los días, un patrón muerto, algunas veces, dos... Eso consuela.

El preso: No cuenta usted los obreros que caen...

Max: Los obreros se reproducen populosamente, de un modo comparable a las moscas. En cambio, los patrones, como los elefantes, como todas las bestias poderosas y prehistóricas, procrean lentamente. Saulo, hay que difundir por el mundo la religión nueva.

El preso: Mi nombre es Mateo.

Max: Yo te bautizo Saulo. Soy poeta y tengo derecho al alfabeto. Escucha para cuando seas libre, Saulo. Una buena cacería puede encarecer la piel de patrón catalán por encima del marfil de Calcuta.

El preso: En ello laboramos.

Max: Y en el último consuelo, aun cabe pensar que exterminando al proletario también se extermina al patrón.

El preso: Acabando con la ciudad, acabaremos con el judaísmo barcelonés.

Max: No me opongo. Barcelona semita sea destruida, como Cartago y Jerusalén. ¡Alea jacta est! Dame la mano.

El preso: Estoy esposado.

Max: ¿Eres joven? No puedo verte.

El preso: Soy joven. Treinta años.

Max: ¿De qué te acusan?

El preso: Es cuento largo. Soy tachado de rebelde... No quise dejar el telar por ir a la guerra y levanté un motín en la fábrica. Me denunció el patrón, cumplí condena, recorrí el mundo buscando trabajo, y ahora voy por tránsitos, reclamado de no sé qué jueces. Conozco la suerte que me espera: Cuatro tiros por intento de fuga. Bueno. Si no es más que eso...

Max: ¿Pues qué temes?

El preso: Que se diviertan dándome tormento.

Max: ¡Bárbaros!

El preso: Hay que conocerlos.

Max: Canallas. ¡Y ésos son los que protestan de la leyenda negra!

El preso: Por siete pesetas, al cruzar un lugar solitario, me sacarán la vida los que tienen a su cargo la defensa del pueblo. ¡Y a esto llaman justicia los ricos canallas!

Max: Los ricos y los pobres, la barbarie ibérica es unánime.

El preso: ¡Todos!

Max: ¡Todos! ¿Mateo, dónde está la bomba que destripe el terrón maldito de España?

El preso: Señor poeta que tanto adivina, ¿no ha visto usted una mano levantada?


Se abre la puerta del calabozo, y El llavero, con jactancia de rufo, ordena al preso maniatado que le acompañe.


El llavero: Tú, catalán, ¡disponte!

El preso: Estoy dispuesto.

El llavero: Pues andando. Gachó, vas a salir de viaje de recreo.


El esposado, con resignada entereza, se acerca al ciego y le toca el hombro con la barba. Se despide hablando a media voz.


El preso: Llegó la mía... Creo que no volveremos a vernos...

Max: ¡Es horrible!

El preso: Van a matarme... ¿Qué dirá mañana esa prensa canalla?

Max: Lo que le manden.

El preso: ¿Está usted llorando?

Max: De impotencia y de rabia. Abracémonos, hermano.


Se abrazan. El carcelero y el esposado salen. Vuelve a cerrarse la puerta. Max Estrella tantea buscando la pared, y se sienta con las piernas cruzadas, en una actitud religiosa, de meditación asiática. Exprime un gran dolor taciturno el bulto del poeta ciego. Llega de fuera tumulto de voces y galopar de caballos.



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