Mapa del sitio | Portada | Redacción | Colabora | Enlaces | Buscador | Correo |
27 de diciembre del 2004 |
Ramón Gómez de la Serna
Tengo que confesarlo porque va llegando en mi vida la hora de las grandes confesiones. Soy un terrible e impenitente clavador de clavos.
Los clavos me apasionan y tengo siempre una gran caja con compartimientos llena de clavos de todas clases y tamaños. Hasta que el recién mudado no clava sus primeros clavos los carros de mudanza podrían venir otra vez por él y llevarle con rumbo desconocido a él y sus muebles. La autoridad del dueño de su guarida consiste en clavar los clavos sin consultar y no escatimar su uso ni su abuso. A lo más preguntar a la mujer si el cuadro está demasiado bajo o demasiado alto y como última indicación si está torcido o derecho. Yo he sido un clavador de clavos interminable y como no sólo he colgado cuadros de las paredes, sino que he clavado estampas en innumerable superposición, conozco bien las leyes de la clavazón y puedo resumirlas en un decálogo que sirva de advertencia al buen clavador:
1. No penséis en los vecinos cuando claváis un clavo porque lo clavaréis torcido. |
|