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1 de diciembre del 2004


Estampa tercera: Escenas IV, V y VI

Mariana Pineda


Federico García Lorca. España, 1925.


Escena IV

Mariana:
Y me quedo sola mientras
que bajo la acacia en flor
del jardín mi muerte acecha.

(En voz alta y dirigiéndose al huerto.)

Pero mi vida está aquí.
Mi sangre se agita y tiembla,
como un árbol de coral,
con la marejada tierna.
Y aunque tu caballo pone
cuatro lunas en las piedras
y fuego en la verde brisa
débil de la primavera,
¡corre más! ¡Ven a buscarme!
Mira que siento muy cerca
dedos de hueso y de musgo
acariciar mi cabeza.

(Se dirige al jardín como si hablara con alguien.)

No puedes entrar. ¡No puedes!
¡Ay, Pedro! Por ti no entra;
pero sentada en la fuente
toca una blanca vihuela.

(Se sienta en un banco y apoya la cabeza sobre sus manos. En el jardín se oye una guitarra.)

Voz:
A la vera del agua,
sin que nadie la viera,
se murió mi esperanza.

Mariana:
(Repitiendo exquisitamente la canción.)
A la vera del agua,
sin que nadie la viera,
se murió mi esperanza.

(Por el foro aparecen dos Monjas, seguidas de Pedrosa. Mariana no los ve.)

Mariana:
Esta copla está diciendo
lo que saber no quisiera.
Corazón sin esperanza
¡que se lo trague la tierra!

Carmen:
Aquí está, señor Pedrosa.

Mariana:
(Asustada, levantándose y como volviendo de un sueño.)
Quién es?

Pedrosa:
¡Señora!

(Mariana queda sorprendida y deja escapar una exclamación. Las Monjas inician el mutis.)

Mariana:
(A las Monjas.)
¿Nos dejan?

Carmen:
Tenemos que trabajar...

(Se van. Hay en estos momentos una gran inquietud en la escena. Pedrosa, frío y correcto, mira intensamente a Mariana, y ésta, melancólica, pero valiente, recoge sus miradas.)


Escena V

Pedrosa viste de negro, con capa. Debe hacerse notar su aire frío.

Mariana:
Me lo dio el corazón: ¡Pedrosa!

Pedrosa:
El mismo,
que aguarda, como siempre, sus noticias.
Ya es hora. ¿No os parece?

Mariana:
Siempre es hora
de callar y vivir con alegría.

(Se sienta en un banco. En este momento, y durante todo el acto, Mariana tendrá un delirio delicadísimo, que estallará al final.)

Pedrosa:
¿Conoce la sentencia?

Mariana:
La conozco.

Pedrosa:
¿Y bien?

Mariana:
(Radiante.)
Pero yo pienso que es mentira.
Tengo el cuello muy corto para ser
ajusticiada. Ya ve. No podrían.
Además, es hermoso y blanco: nadie
querrá tocarlo.

Pedrosa:
(Completando.)
¡Mariana!

Mariana:
(Enérgica.)
Se olvida
que para que yo muera tiene toda
Granada que morir, y que saldrían
muy grandes caballeros a salvarme,
porque soy noble. Porque yo soy hija
de un capitán de navío, Caballero
de Calatrava. ¡Déjeme tranquila!

Pedrosa:
No habrá nadie en Granada que se asome
cuando usted pase con su comitiva.
Los andaluces hablan; pero luego...

Mariana:
Me dejan sola; ¿y qué? Uno vendría
para morir conmigo, y esto basta.
¡Pero vendrá para salvar mi vida!

(Sonríe y respira fuertemente, llevándose las manos al pecho.)

Pedrosa:
(En un arranque.)
Yo no quiero que mueras tú, ¡no quiero!
Ni morirás, porque darás noticias
de la conjuración. Estoy seguro.

Mariana:
(Enérgica.)
No diré nada, como usted querría,
a pesar de tener un corazón
en el que ya no caben más heridas.
Fuerte y sorda seré a vuestros halagos.
Antes me daban miedo sus pupilas.
Ahora le estoy mirando cara a cara,

(Se acerca.)

y puedo con sus ojos que vigilan
el sitio donde guardo este secreto,
que por nada del mundo contaría.
¡Soy valiente, Pedrosa, soy valiente!

Pedrosa:
Está muy bien.

(Pausa.)

Ya sabe, con mi firma
puedo borrar la lumbre de sus ojos.
Con una pluma y un poco de tinta
puedo hacerla dormir un largo sueño.

Mariana:
(Elevada.)
¡Ojalá fuese pronto por mi dicha!

Pedrosa:
(Frío.)
Esta tarde vendrán.

Mariana:
(Aterrada y dándose cuenta.)
¿Cómo?

Pedrosa:
Esta tarde;
ya se ha ordenado que entres en capilla.

Mariana:
(Exaltada y protestando fieramente.)
¡No puede ser! ¡Cobardes! ¿Quién manda
dentro de España tales villanías?
¿Qué crimen cometí? ¿Por qué me matan?
¿Dónde está la razón de la justicia?
En la bandera de la Libertad
bordé el amor más grande de mi vida.
¿Y he de permanecer aquí encerrada?
¡Quién tuviera unas alas cristalinas
para salir volando en busca tuya!

(Pedrosa ha visto con satisfacción esta súbita desesperación de Mariana y se dirige a ella. La luz empieza a tomar el tono del crepúsculo.)

Pedrosa:
(Muy cerca de Mariana.)
Hable pronto, que el Rey la indultaría.
Mariana, ¿quiénes son los conjurados?
Yo sé que usted de todos es amiga.
Cada segundo aumenta su peligro.
Antes que se haya disipado el día
ya vendrán por la calle a recogerla.
¿Quiénes son? Y sus nombres. ¡Vamos, pronto!
Que no juega así con la justicia,
y luego será tarde.

Mariana:
(Fume.)
¡No hablaré!

Pedrosa:
(Cogiéndole las manos.)
¿Quiénes son?

Mariana:
Ahora menos lo diría.

(Con desprecio.)

Suelta, Pedrosa; vete. ¡Madre Carmen!

Pedrosa:
¡Quieres morir!

(Aparece llena de miedo, la madre Carmen, y dos Monjas cruzan al fondo.)

Carmen:
¿Qué pasa, Marianita?

Mariana:
Nada.

Carmen:
Señor, no es justo...

Pedrosa:
(Frío y autoritario, dirige una severa mirada a la Monja, a iniciando el mutis.)
Buenas tardes.

(A Mariana.)

Tendré un placer muy grande si me avisa.

Carmen:
¡Es muy buena, señor!

Pedrosa:
(Altivo.)
No os pregunté.

(Sale, seguido de sor Carmen.)


Escena VI

Mariana:
(En el banco con dramática y tierna entonación andaluza.)
Recuerdo aquella copla que decía
cruzando los olivos de Granada:
" ¡Ay, qué fragatita,
real corsaria! ¿Dónde está
tu valentía?
Que un velero bergantín
te ha puesto la puntería".

(Soñadora.)

Entre el mar y las estrellas
con qué gusto pasearía
apoyada sobre una
larga baranda de brisa.

(Con angustia.)

Pedro, coge tu caballo
o ven montado en el día.
¡Pero pronto! Que ya vienen
para quitarme la vida.
Clava las duras espuelas.

(Llorando.)

"¡Ay, qué fragatita,
real corsaria! ¿Dónde está
tu valentía?
Que un famoso bergantín
te ha puesto la puntería. "

(Vienen dos Monjas.)

Monja 1ª:
Sé fuerte, que Dios te ayuda.

Carmen:
Marianita, hija, descansa.

(Se llevan a Mariana.)



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