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La insignia
12 de abril del 2004


Bibliálogos: Entrevista con Naief Yehya

La propaganda como medio bélico


Ariel Ruiz Mondragón
La Insignia. México, abril del 2004.


Quienes emprenden una guerra deben buscar explicaciones para justificarla y allegarse todo tipo de apoyos para su causa. Para lograrlo no les importa que ello se haga mediante mentiras, sofismas, engañifas, mitos y en pocas ocasiones hasta verdades, todo lo que se encargan de difundir amplia y machaconamente a través de unos medios de comunicación cuya propiedad se encuentra, además y por si fuera poco, muy concentrada. De esa manera logran forjar consensos que les permite llevar a cabo acciones militares que cuestan miles de vidas y producen daños incuantificables.

En Estados Unidos es donde se han llevado a sus extremos las estrategias de manipulación de la opinión pública, y que van desde formas muy sutiles hasta las más descaradas. Esos métodos se han ido perfeccionando, especialmente en el periodo de tiempo que va de la primera a la segunda guerra del Golfo. De esa manera los gobiernos norteamericanos han dado rienda suelta a sus ilimitadas ambiciones imperiales, importándoles nada los organismos y el derecho internacionales.

Sobre el truculento tema de cómo los Estados Unidos y sus medios justifican sus inexcusables incursiones guerreras, Naief Yehya ha publicado su libro Guerra y propaganda. Medios masivos y el mito bélico en Estados Unidos (México, Paidós, 2003), sobre el que sostuvimos una amena charla.

Yehya es ingeniero industrial dedicado a la escritura desde hace muchos años. Es colaborador habitual de periódicos y suplementos como La Jornada Semanal, El Financiero, Reforma y Milenio; ha publicado en revistas como Viceversa, Complot, Origina, ArtNexus y la Revista de la Universidad de México, entre otras, además de ser autor de varios libros.


Ariel Ruiz (AR): ¿Qué te llevó a escribir este libro acerca de la guerra y sus acompañantes propagandísticos?

Naief Yehya (NY): Originalmente lo que me interesaba era tratar de analizar y de reflexionar en torno al tema de la guerra como espectáculo, como entretenimiento, y todas las nuevas lecturas que estaba ofreciendo la primera guerra del Golfo de lo que era un conflicto bélico: cambiarle la imagen a la guerra de algo mortífero, cruel, y convertirlo en fuegos de artificio con esa fantasía de la precisión de las bombas inteligentes que nunca fallaban el blanco, y todo eso.

Me parecía que era una narrativa muy interesante que debía ser analizada. Había sido tratada un poco por autores como Paul Virilio, Baudrillard y algunos otros de esa escuela. Yo quería darle una lectura diferente. Entonces a partir de principios de los noventa fui reflexionando acerca de esto dentro del contexto de un análisis mayor que es el hombre como cyborg, el hombre y sus extensiones tecnológicas, que es algo que me ha interesado mucho.

Era para mí un poco difícil contextualizar, porque entendía que la guerra es la confrontación de dos cyborgs -soldados producto de un híbrido humano-máquina que es parte de una gran maquinaria, seres especializados en una tarea dentro de una máquina mayor biotecnológica que es el ejército, el mayor armas de destrucción que existe-.

En esa búsqueda de cómo entrarle llegó la guerra de Kosovo. En la que se perfecciona todo aquello que había empezado en la primera guerra del Golfo. Se perfecciona pero a la vez parece como un replay; tenía algo de cansado, de "bueno, ya vimos esto, ya vimos mil veces el mismo impacto".

Por allí iba mi reflexión cuando llegan los preparativos para esta nueva guerra. Llegan el régimen de Bush, el 11 de septiembre, y cambian las prioridades. En ese momento decidí que ya era momento de entrarle al tema de la guerra y de su imagen. Pero sentí que no tenía el derecho de dejarlo en imagen, sino que tenía que entrarle a un tema que es muy difícil para mí: el de la propaganda como una herramienta de manipulación de conciencias, de conformación de consensos.

Empecé a hacer esta lectura de las imágenes de esta guerra, imágenes que gritaban por una historia. Entonces tuve que empezar a reescribir la historia. Esa sería la diferencia principal de mi libro -que tiene el privilegio de ser el tercero o el cuarto que apareció acerca del tema, contando los que se publicaron en Estados Unidos-: no solamente habla de este conflicto, sino que habla de la propaganda desde la conformación de Estados Unidos como una potencia mundial; es decir, desde la guerra de Cuba, que es realmente cuando se consolida su poder hegemónico.

Esa sería la necesidad de este libro: sentía que era muy importante decir cómo nos están manejando los medios, y que esto no es una cosa nueva, como quisieron hacernos creer. Es algo que viene de lejos y que ha tenido una evolución.

AR: En una de los primeros capítulos de tu libro señalas lo siguiente: "El problema principal para entender en qué consiste la propaganda radica en la connotación negativa del término." Sin embargo, veo en tu trabajo que siempre manejas precisamente una idea negativa de la propaganda.

NY: Definitivamente. Yo creo que si bien la propaganda puede tener usos positivos -por ejemplo, si yo quiero convencer a la gente de que use condón porque sé que de no usarlo podemos tener una epidemia mayor de Sida, la educación va a tardar mucho en hacerlo. Si yo quiero educar a la gente, me voy a tardar décadas en que la gente tenga el nivel educativo necesario. En cambio, si utilizo métodos propagandísticos de manipulación, voy a obtener resultados mucho más inmediatos.

Puedo hacer que con un buen fin utilice una herramienta poco válida, poco legítima -por decirlo de alguna manera- como es la propaganda. El problema que yo le veo es que en cualquier contexto -dentro de una sociedad abierta, principalmente- viene a envenenar con mentiras el discurso entre el pueblo y los gobernantes, aunque sean mentiras piadosas.

Entonces yo la considero como algo negativo. Pero con esa frase me refería a la idea de que las clases intelectuales del mundo se creen inmunes a la propaganda. El hecho de que yo lea libros o que vea el Canal 22 de televisión me hace creer que soy inmune a ella. De alguna manera el objetivo de este libro es decir: "No, al contrario. Lo que pasa es que tú no sabes que hay muchos niveles de propaganda, que van desde el iletrado hasta el premio Nóbel. La propaganda es algo que se ha venido perfeccionando de manera tal que puedes tener hoy gente de izquierda, intelectuales de izquierda como en Estados Unidos pueden ser Paul Brennan y otros, que ahora están totalmente entregados al discurso de la guerra.

AR: Expones múltiples ejemplos de mentiras piadosas que se nos hacen pasar como "información", y que son simplemente engaños que pergeñan los publicistas. Creo que allí está uno de los problemas clave: ¿cómo podemos distinguir la propaganda de la información?

NY: Eso es muy delicado. Creo que el espectador está en una situación difícil, ya que la mayoría de las veces no tiene tiempo de estar cuestionando. El espectador ideal es aquel que debe de cuestionar absolutamente todo lo que lee y todo lo que ve, pero seamos realistas: eso no sucede mucho.

Entonces, ¿en quién recae esa responsabilidad? Pues en nosotros, en las gentes que supuestamente hacemos una labor informativa y de análisis, que no solamente nos limitamos a la nota, sino que vamos al análisis. Nosotros somos los que tenemos la responsabilidad de denunciar y de separar.

Ahora en Estados Unidos hay una moda: desde la primera guerra del Golfo empezó fuerte -aunque ya existía- lo de los video news recordings. Básicamente las secretarías emiten estos videos y los mandan a las televisoras, y como éstas son holgazanas prefieren meter eso en lugar de información. Esto ha funcionado perfectamente.

AR: Se sacan diagramas, mapas, sesudas explicaciones de las armas a utilizar (tanques, aviones, misiles, etc.), se oculta la información y se le da poca importancia a las imágenes de sangre, dolor y destrucción.

NY: Exactamente. Entonces debes tener bien claro eso. Recuerdo que una noche Aaron Brown, de CNN, diciendo: "Miren allí al supuesto periodista iraquí celebrando que han derribado un helicóptero." Yo moría de la risa y pensé: ¡Pero si aquí en los Estados Unidos tenemos a cuatro cadenas celebrando la guerra pero con un descaro tremendo!

Qué increíble que puedes llegar a no darte cuenta de cómo está operando tu propio medio. Es muy difícil, pero las señales están ahí; si las sigues viendo, no es tan complicado distinguir.

Otro ejemplo que comento en el libro, el de las famosas incubadoras kuwaitíes tomadas por los soldados de Irak. Las señales de la falsedad de esa historia estaban por todos lados. Algo más grave: hoy todo el mundo se da golpes de pecho, y muchos dicen: "¡Pero cómo pudieron engañarnos con las armas de destrucción masiva!" Les preguntan eso a los especialistas. Pero si yo, que no tengo acceso a la información selecta, secreta, me di cuenta, con mi computadora y Google, de eso hace más de un año. No soy el único: somos cientos de miles los que sabíamos que era una farsa, una mentira.

Hans Blix ahora está presentando su libro Desarmando Irak. Va a todas las televisoras a decir: "¡Es que yo también creía lo de las armas!" Uno dice: ¿Pues qué, eres idiota o eres un imbécil?

Lo que pasa es que hay tantas cortinas de humo que te crean la CIA o el Pentágono que pierdes la perspectiva. Finalmente los periodistas que estamos afuera somos los que tenemos una visión distinta. En mis artículos de hace más de un año yo decía que aquello era claramente una mentira. Qué mejor ejemplo de cómo todos los días la propaganda, la manipulación y la desinformación están siendo usadas de manera apabullante.

AR: También me interesa otro tema que tocas en el libro: la relación entre propaganda y democracia. Dices que en un inicio quienes más requirieron de propaganda fueron los países democráticos; los totalitarios y dictatoriales la usaron posteriormente. Dices que la propaganda es antagónica a los valores de la democracia, pero que sin embargo es muy utilizada por los gobiernos democráticos. Considero que no solamente los gobiernos lo hacen, sino también fuerzas políticas, sociales y económicas, como partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, grupos de presión, etc. En ese sentido, entre otras cosas, ¿la democracia no implica también una competencia entre propagandas?

NY: Yo creo que sí. En términos reales estoy de acuerdo. El problema, que es muy difícil de definir, es decir: ¿en qué momento una campaña publicitaria de una institución o de un gobierno, se vuelve propagandística, que su intención sea engañar al público? Ese es uno de los laberintos intelectuales del libro. Yo hasta el momento no lo sé. Si lees a diez autores, vas a tener diez opiniones.

Por un lado tú puedes decir: "Propaganda es solamente cuando hay una estrategia masiva". Otro va a decirte: "Propaganda es desde un póster". ¿Cómo definir cuándo sí lo es y cuándo no lo es? Eso es muy difícil y en lo personal no me siento calificado para determinar donde está la barrera.

Creo que es lo que me quedó en el libro: que me parecía importante decir que existe este gran dilema. Pero por un lado, tú tienes claro que cuando se trata de una estructura, una ofensiva, pues eso es propaganda y se acabó.

AR: Un rasgo antidemocrático del mundo actual que señalas es el de las muy pocas manos en las que se concentra el dominio de los medios de información. Como dices, en Estados Unidos son cinco.

NY: Cinco grupos, y en Europa puede que se concentre todavía más.

AR: Grupos que están también metidos en la industria del entretenimiento.

NY: Y con la guerra.

AR: Por ello llegan a hacernos ver la guerra como entretenimiento. Haces un señalamiento valioso al respecto: "Sin prensa independiente hasta las sociedades más abiertas y democráticas corren el peligro de corromperse." Para ti, ¿qué características debe tener esa prensa libre e independiente?

NY: El problema es que básicamente desde Reagan para acá, han querido hacer creer que no es grave que haya monopolios. Todo el movimiento libertario estadounidense es tan diferente a cualquier otra cosa, allí está metido con los neocons, con el pensamiento de Bush y todo esto. Es esta fantasía de que los monopolios no son un problema, porque el mercado es tan sabio que se regula solo, y que el público es tan exigente que no lo va a tolerar. Eso es una pendejada; cualquiera se da cuenta de que es una idiotez.

En los años setenta había cuarenta empresas dueñas de los medios; hoy son cinco, las que además todo el tiempo están amenazando fusionarse. Si no fuera porque hay algunas reglamentaciones que lo impiden, ahorita habría una compañía que lo manejaría todo. Eso es muy grave.

Es muy delicado el tema de en manos de quién está la prensa. ¿Cómo echar marcha atrás eso en un sistema como el estadounidense cuando estos mueven los hilos de la sociedad democrática? No tengo idea, pero es importante poner un alto.

AR: Hablas de la educación, y dices incluso que tiene una función prepropagandística. ¿Mayores niveles educativos permitirían ponerle un dique a las mentiras y mitos difundidos por la propaganda?

NY: Te lo pongo muy claro: Mayores niveles educativos dentro de la idea que tenemos hoy, que es una educación superior de alto nivel, no. La educación ahora cada vez va más hacia la hiperespecialización. Entonces tú puedes tener un tipo que sepa absolutamente todo acerca de los vasos de vidrio y que sea verdaderamente una eminencia en su materia, pero va a ser un total ignorante en el resto de los asuntos.

La idea de que la educación puede per se, no. Tiene que ser otro tipo de educación, una educación humanista, la que se ha perdido en buena medida en la academia.

AR: También es inquietante que el lugar de los periodistas lo estén asumiendo los publirrelacionistas. ¿Cómo ha impactado al periodismo esta intromisión de los encargados de relaciones públicas?

NY: Cuando tú tienes, por ejemplo, a la cadena ABC, Capital City, Walt Disney, todo ese megamonstruo. ABC es el menos amolado de las tres grandes cadenas, y que tiene un poco más de conciencia de la información. Pero cuando tú tienes que los accionistas quieren su lana, sus réditos por sus acciones, la información se vuelve una parte más de esto. ¿Qué es? Pues tienes que hacer la información más vendible.

Si yo voy y cuento de desastres y de catástrofes, puede ser que me funcione, pero lo que quieren ahora es que esa información sea apetecible. Entonces la información se vuelve una parte más de una ecuación económica, de una fórmula de cómo vender mejor.

En ese sentido las megacorporaciones tienen mucho que ver en cómo se le ha cambiado la imagen a la presentación de la información. CNN es un buen ejemplo. Yo la he visto evolucionar desde su primer día al aire hasta ahora, y cómo han cambiado y reconfigurado, cómo se han hecho más apetecibles para el público medio, y no para especialistas, como originalmente era. Antes eran para verdaderos yonquis de la información, y ahora ya quieren hacer una cadena para las señoras amas de casa y para el tipo que no tenga ningún interés en el mundo.

Hay muchos periodistas en los Estados Unidos que están en pie de guerra contra esta actitud, no hay que pensar que es un monolito. La información en Estados Unidos es algo muy versátil y muy amplio, pero la tendencia es seguir convirtiendo a la prensa en algo muy light y con el dogma de noticias que puedes usar, news you can use. Así, lo que pasa en Indonesia no lo puedo usar; entonces no es noticia.

AR: Desde la primera guerra del Golfo el Pentágono impuso varias medidas restrictivas al trabajo de los periodistas que pretendieran entrar a cubrir el conflicto. Ahora los llevan con las tropas, incluso disparan, etc. Con ello se limitaban mucho sus posibilidades de movimiento independiente, de investigar y pensar por sí mismos. Además de casi tener que aceptar esa imposición, ¿no te parece que también los periodistas accedieron porque cubrir la guerra es un trabajo extremadamente riesgoso y con ello se les ofrecían algunas garantías?

NY: Sí. El trabajo de un corresponsal de guerra es una de las cosas más peligrosas en la tierra, uno de los peores trabajos en términos de seguridad. Entonces de repente se presenta la opción para miles de periodistas que no han tenido una experiencia de este tipo, y pueden hacerla con cierta seguridad -rodeados de soldados-, pues se hace accesible y lo aceptan.

La condición de los medios, aceptando esto ahora, fue mucho menos humillante que en la primera guerra del Golfo; allí sí fue la humillación total de los medios. Éstos han sido maltratados de manera ostentosa a partir de esa guerra.

Lo de los periodistas "insertados" presentaba ventajas, no todo era una estupidez: era una opción que había que tomar. Pero no era la única. Lo que fue muy claro es que todos los medios juraron que iban a ser cincuenta y cincuenta por ciento de "insertados" y "no insertados", lo que no fue cierto. Los que dejaron "no insertados" fueron los menos, muy pocos. Entre las bajas, los que murieron, fueron los "no insertados".

Esto va a ser cada vez más explotado como una herramienta para la manipulación de los medios, de control, que han sido perfeccionadas.

Inicialmente, el modelo del blackout informativo viene de la guerra de las Malvinas, donde los ingleses dijeron: "No vamos a dejar ver nada a nadie, y nosotros vamos a decir lo que pasó." Esto fue un éxito hasta Panamá, donde después de tanto atropello era imposible hacerlo. Si lo volvían a hacer, ya hubieran tenido que empezar a matar periodistas, porque éstos ya estaban hartos. Incluso hubo casos famosos de periodistas que tomaron lanchas para intentar llegar a Granada cuando la invasión norteamericana; arriesgaron la vida y se hizo toda una noticia de eso.

Ese modelo no funcionaba ya e idearon este nuevo de los "insertados", de total apertura, en el que dicen: "¿Quieres ver? Pues vas a ver absolutamente todo, pero como yo te lo voy a ir mostrando".

AR: Pese a las intenciones patrióticas de los medios norteamericanos al apoyar y hasta promover la guerra, se ve contradicha con su negativa a mostrar la sangre y el dolor provocados por sus aventuras bélicas. Incluso no pudimos ver un cuerpo destrozado cuando el derrumbe de las Torres Gemelas.

NY: No, en cuanto empezaron a verse caer los cuerpos, las cámaras dejaron de hacer acercamientos. Fue muy impactante eso que estábamos viendo caer, y preguntábamos qué era. Pues eran cuerpos. Al poco tiempo se dejaron de ver en pantalla, y una imagen de esas la pudiste ver hasta hace poco.

Me preguntaron que cómo se puede lograr que el pueblo todavía se sienta emocionado cuando ya estamos tan desensibilizados a la violencia. La idea es esta: la magia de los medios es lograr desensibilizarte al mostrarte todo y de repente volverte a crear un pudor artificial, por el cual no puedes ver una gota de sangre.

AR. O no se puede ver sangre verdadera. Dedicas un capítulo a la crítica del cine bélico norteamericano de los últimos años. Esas películas son muy realistas, unos efectos especiales extraordinarios que crean imágenes brutales.

NY: Sí, es cierto. Los primeros cuarenta minutos del soldado Ryan me la pasé oculto atrás del asiento. ¡Qué barbaridad!

AR: Para las industrias de información y de entretenimiento norteamericanas, ¿no es contradictorio mostrar imágenes bélicas violentísimas en el cine mientras se oculta el mínimo horror real de las guerras actuales?

NY: Me interesaba mucho ese contrapunto entre la sangre real y la sangre de a mentiritas. Creo yo que es parte de esta estrategia, y parte de la gran seducción y de la promesa del realismo como algo que es muy valioso. Es como los programas como Big Brother y todo eso: su único argumento ante la carencia de argumento, es que están mostrando algo realista. El realismo es algo que vende mucho por la seducción de lo impredecible. Dedico mucho espacio del libro a eso.

Pero para los norteamericanos son más importantes sus objetivos político-militares que el entretenimiento. Entonces tienen que jugar una balanza. ¿Hasta qué punto si enseño un muerto, me va a prender a la gente? Pero a lo mejor crea dudas. Y era muy importante que la gente no tuviera dudas, que la gente viera tele y estuviera convencida de que todos los que mueren son malos, y todos los atentados contra nuestros soldados son de criminales del partido Baaz, esbirros de Sadam.

AR: Tú haces una critica muy fuerte de las últimas películas como La caída del halcón negro, Rescatando al soldado Ryan, etc. Para ti, de los últimos veinte años, ¿cuáles son las grandes películas de guerra de los últimos veinte años?

NY: La delgada línea roja me parece importante, Pelotón me parece muy importante.

AR: ¿Cara de guerra, de Kubrik?

NY: No me interesa mucho; creo que es una película bienintencionada, con algunos momentos interesantes. Crímenes de guerra tampoco me pareció interesante. Son películas que rayan en lo obvio, aunque qué bueno que haya películas que denuncien la guerra. Otra importante es Apocalysis now. Cuando tienes estas películas, ya es muy difícil hacer algo que te dé algo distinto, algo relevante.

En término cinematográficos la película de Ridley Scott Black hawk down me parece muy importante, aunque como mensaje político es demagógico, racista y muy aborrecible.

Me quedaría con esas; aunque la del soldado Ryan me gustan sus primeros cuarenta y cinco minutos, que son de un gran realismo y brutalidad, y que eso debió haber sido la película porque lo demás sobra. Con la conquista de Omaha Beach debía haber acabado.

AR: En estos tiempo ya electorales en los Estados Unidos, ¿cómo afecta a la democracia estadounidense toda la guerrera propaganda patriótica difundida, llena de maniqueísmo, mentiras y prejuicios?

NY: Insertaron en la ecuación de las elecciones el programa de la guerra, algo que antes no estaba. Cuando Bush toma el poder, la guerra era un no problema; ahora es todo lo contrario. Esto es muy importante, ya que no sabemos qué va a pasar mañana con la inseguridad y el problema de las tropas. Ahora han logrado manejarlo bien; han sido exitosos en el sentido de que ellos tienen calculado que un muerto al día, no hay problema, están dispuestos a tomar ese tipo de pérdidas.

Pero, ¿qué va a pasar con la opinión pública? Va a llegar un momento en que la gente va a decir: "Ya no". Pero ponen nuevas premisas importantes Ahora el problema de Irak, que al resto del mundo le parece gravísimo, en los intereses de los votantes está en tercero o cuarto lugar. No es siquiera una gran prioridad. Me parece que la gente se siente muy segura, a pesar del 11 de septiembre, de la paranoia que se ha querido crear. Por lo menos en Nueva York a la gente no la puedes hacer creer que hay millones de terroristas.

Es más, si algo le garantizaría a Bush la reelección es que pase otra cosa, como otro ataque terrorista.

AR: En el capítulo inicial criticas la muy famosa frase de Clausewitz: "La guerra es la continuación de la política por otros medios". Después de la lectura de tu libro se me ocurrió la siguiente frase: "La propaganda es la continuación de la guerra en los medios".

NY: Me parece buenísima. No se me había ocurrido. Te la robaría si no fuera porque está grabado. Me parece una muy buena afirmación.



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