Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
11 de abril del 2004


Acto quinto, escena III

Ricardo III


William Shakespeare
Transcripción para La Insignia: C.B.


Acto quinto
Escena III

(Campo de Bosworth)

Entran el Rey Ricardo, con Fuerzas, el Duque de Norfolk, el Conde de Surrey y otros.

Ricardo: Plantad aquí nuestras tiendas, aquí, en el campo de Bosworth. Lord Surrey, ¿por qué tenéis esa cara tan triste?

Surrey: Mi corazón está diez veces más ligero que mi cara.

Ricardo: Lord Norfolk.

Norfolk: Aquí estoy, mi augusto señor.

Ricardo: Norfolk, tenemos que andar con golpes; ¿eh, no es verdad?

Norfolk: Tenemos que darlos y recibirlos, mi afectuoso señor.

Ricardo: ¡Poned mi tienda! Esta noche dormiré aquí. (Los soldados empiezan a montar la tienda del Rey). Pero ¿dónde mañana? Bueno, lo mismo da. ¿Quién ha contado el número de los traidores?

Norfolk: Seis o siete mil, todo lo más, son sus fuerzas.

Ricardo: Vaya, nuestro ejército es el triple de esa cuenta: además, el nombre del Rey es una torre de fuerza, que a ellos les falta en el bando opuesto. ¡Arriba la tienda! Vamos, vamos, caballeros, observemos las ventajas del terreno: llamad a algunos hombres de buen consejo; que no falte disciplina, no haya tardanza, pues, señores, mañana es un día atareado.

(Se van)

En el otro lado del campo, entran Richmond, Sir William Brandon, Oxford y otros. Algunos soldados montan la tienda de Richmond.

Richmond: El fatigado sol ha hecho un dorado ocaso, y, por la luminosa huella de su ardiente carro, da promesa de un buen día para mañana. Sir William Brandon, tú llevarás el estandarte. Dadme papel y tinta en mi tienda: trazaré la forma y modelo de nuestras fuerzas, limitando a cada jefe a su mando separado, y distribuyendo en justa proporción nuestra escasa tropa. Tú, lord Oxford, tú, sir William Brandon, y tú, sir Walter Herbert, quedaos conmigo. El conde de Pembroke se queda con su regimiento: buen capitán Blunt, llevadle mis buenas noches, y decidle al Conde que me venga a ver a mi tienda a las dos de la mañana; pero aún queda una cosa, buen capitán, que hacer por mí: ¿dónde está acampado lord Stanley, sabéis?

Blunt: Si no he confundido mucho sus banderas, y estoy bien seguro de que no ha sido así, sus fuerzas están a media milla al menos, al sur de las poderosas fuerzas del Rey.

Richmond: Si es posible sin peligro, mi buen Blunt, buscad buenos medios de hablar con él y dadle de mi parte esta nota de gran urgencia.

Blunt: ¡Por mi vida, señor, que lo emprenderé! Y así, Dios os dé esta noche buen descanso.

Richmond: Buenas noches, capitán Blunt. Vamos, caballeros, discutamos sobre el asunto de mañana en mi tienda: el aire es frío y crudo.

(Se retiran dentro de la tienda)

Vuelve a entrar hacía su tienda el Rey Ricardo, Norfolk, Ratcliff, Catesby y otros.

Ricardo: ¿Qué hora es?

Catesby: Es hora de cenar, señor: son las nueve.

Ricardo: No voy a cenar esta noche. Dadme tinta y papel. ¿Qué, tengo la celada más cómoda que antes? ¿Y han puesto toda mi armadura en mi tienda?

Catesby: Está, Majestad: y todas las cisas están dispuestas.

Ricardo: Buen Norfolk, vete a tu mando; pon vigilancia cuidadosa, usa centinelas de confianza.

Norfolk: Iré, señor.

Ricardo: Levántate mañana con la alondra, amable Norfolk.

Norfolk: Os lo aseguro, señor.

(Se va.)

Ricardo: ¡Catesby!

Catesby: ¿Señor?

Ricardo: Envía un mensajero real al campamento de Stanley, y dile que traiga sus fuerzas antes que salga el sol, si no quiere que su hijo George caiga en la ciega cueva de la noche eterna.
(Se va Catesby)
Llenadme un jarro de vino. Dadme una vela. Ensilla a Surrey el blanco para mañana en el campo. Procura que mis astas sean sólidas, y no demasiado pesadas. Ratcliff...

Ratcliff: ¿Señor?

Ricardo: ¿Viste al melancólico lord Northumberland?

Ratcliff: Thomas, conde de Surrey, y él mismo, hacia la jora en que se acuestan las gallinas, fueron de tropa en tropa, por el ejército, animando a los soldados.

Ricardo: Entonces estoy satisfecho. Dame un jarro de vino: no tengo esa agilidad de espíritu, esa alegría de ánimo que solía tener. Déjalo ahí. ¿Están preparados el papel y la tinta?

Ratcliff: Están, señor.

Ricardo: Di a mi guardia que vigile y déjame. Ratcliff, hacia la medianoche ven a mi tienda y ayúdame a armarme. Déjame, digo.

(El Rey Ricardo se retira a su tienda y duerme. Se van Ratcliff y los otros)

Se abre la tienda de Richmond, y se le ve a él, con su Oficiales, etc.

Entra Stanley.

Stanley: ¡La fortuna y la victoria se asienten en tu yelmo!

Richmond: ¡Sea para tu persona todo lo bueno que pueda dar la noche oscura, noble padrastro! Dime, ¿cómo está nuestra querida madre?

Stanley: Yo, por procura, te traigo la bendición de tu madre, que reza continuamente por el bien de Richmond; pero dejemos eso. Las silenciosas horas se deslizan, y la tiniebla en copos se rompe a Oriente. Brevemente, pues nos lo manda la ocasión: prepara a tus tropas al comenzar la mañana, y confía tu suerte al arbitraje de los sangrientos golpes y la guerra de mortal mirada. Yo, en lo que pueda -no puedo hacer lo que querría-, engañaré el tiempo aprovechando todo lo que pueda, para ayudarte en este dudoso choque de armas; pero no puedo ponerme mucho de tu parte, no sea que, si se me ve, tu hermano, el tierno George, sea ejecutado a la vista de su padre. Adiós: la falta de tiempo y la ocasión temerosa abrevia los ceremoniosos votos de amor y el amplio intercambio de dulce conversación en que deberían demorarse amigos tanto tiempo separados: ¡Dios nos dé reposo para esos ritos del amor! Una vez más, adiós. ¡Sé valiente, y buena suerte!

Richmond: Buenos señores, acompañadle a su campamento; yo, aun con el molesto ruido, trataré de echar un sueñecito, no sea que la plomiza somnolencia me abrume mañana, cuando debería elevarme con alas de victoria. Una vez más, buenas noches, amables señores y caballeros.

(Se van los Oficiales, etc., con Stanley)
¡Ah! Tú, cuyo capitán me considero, mira a mis fuerzas con ojos graciosos; pon en sus manos tus hirientes hierros de cólera, para que caigan, con pesado golpe, sobre los usurpadores yelmos de nuestros adversarios! ¡Haznos tus ministros de castigo, para que podamos alabarte en tu victoria! A ti te encomiendo mi alma vigilante, antes de dejar caer las ventanas de mis ojos: dormido o despierto, ¡defiéndeme siempre!

(Duerme)

Entra el espectro del Príncipe Eduardo, hijo del Rey Enrique VI -entre las dos tiendas-.

Espectro: (A Ricardo) ¡Déjame posarme pesadamente mañana sobre tu alma! Recuerda cómo me apuñalaste en la flor de mi juventud en Tewksbury: ¡desespérate, por eso, y muere! (A Richmond) ¡Ten ánimo, Richmond, pues las almas agraviadas de los príncipes asesinados luchan por ti! Richmond, la progenie del rey Enrique te da fuerzas.

Entra el espectro del Rey Enrique VI.

Espectro: (A Ricardo) Cuando yo era mortal, tú traspasaste mi cuerpo ungido llenándolo de agujeros mortales; acuérdate de la Torre y de mí: ¡Enrique VI te manda que desesperes y mueras! (A Richmond)¡Virtuoso y santo, sé tú el vencedor! Enrique, que profetizó que serías Rey, te conforta en sueños: ¡vive y florece!

Entra el espectro de Clarence.

Espectro: (A Ricardo) ¡Mañana me posaré pesadamente en tu alma! ¡Yo, que fui lavado para la muerte con horrible vino, el pobre Clarence, entregado a traición a la muerte por tu culpa! Mañana en la batalla acuérdate de mí, y caiga tu espada sin filo: ¡desespera y muere! (A Richmond) Tú, retoño de la casa de Lancester, los injuriados herederos de York rezan por ti: ¡los ángeles buenos defiendan a tus tropas! ¡Vive y florece!

Entran los espectros de Rivers, Grey y Vaughan.

Espectro de Rivers: (A Ricardo) ¡Me posaré pesadamente en tu alma mañana, yo, Rivers, que morí en Pomfret! ¡Desespera y muere!

Espectro de Grey: (A Ricardo) ¡Acuérdate de Grey, y que tu alma desespere!

Espectro de Vaughan: (A Ricardo) Acuérdate de Vaughan, y, con temor culpable, ¡deja caer la lanza, desespera y muere!

(Los tres a Richmond)

¡Despierta y piensa que nuestros agravios están en el pecho de Ricardo y le dominarán! ¡Despierta, y gana la batalla!

Entra el espectro de Hastings.

Espectro de Hastings: (A Ricardo) ¡Sangriento y culpable, despierta culpablemente, y acaba tus días en sanguinaria batalla! ¡Acuérdate de Lord Hastings: desepera y muere! (A Richmond) ¡Tranquila alma sin agitación, despierta, despierta! ¡Ármate, lucha y vence, por el bien de la hermosa Inglaterra!

Entran los espectros de los dos Príncipes niños.

Espectros: (A Ricardo) Sueña con tus sobrinos ahogados en la Torre: ¡seremos plomo en tu pecho, Ricardo, y te abrumaremos con tu peso para la ruina, la vergüenza y la muerte! ¡Las almas de tus sobrinos te mandan desesperar y morir! (A Richmond) Duerme, Richmond, duerme en paz, y despierta con alegría: ¡los ángeles buenos te guarden del daño del jabalí! ¡Vive, y engendra una feliz raza de reyes! Los desdichados hijos de Eduardo te piden que florezcas.

Entra el espectro de la Reina Ana.

Espectro de Ana: (A Ricardo) Ricardo, tu mujer, aquella desgraciada Ana, tu mujer, que jamás durmió una hora en paz contigo, ahora llena tu sueño de agitaciones: mañana en la batalla acuérdate de mí, y caiga tu espada sin filo: ¡desespera y muere! (A Richmond)¡Tú, alma tranquila, duerme con sueño tranquilo! ¡Sueña con éxito y la feliz victoria! La mujer de tu adversario reza por ti.

Entra el espectro de Buckingham.

Espectro de Buckingham: (A Ricardo)Yo fui el primero que te ayudó a obtener la corona, y el último que sintió tu tiranía: ¡ah, en la batalla, piensa en Buckingham y muere con el terror de tu culpabilidad! ¡Sigue soñando, sigue soñando con acciones sanguinarias y con muerte! ¡Desespera, desmayando; desesperado, exhala tu aliento! (A Richmond)Morí para la esperanza antes de poder prestarte ayuda; pero anima tu corazón, y no desmayes. Dios y los ángeles buenos luchan al lado de Richmond; y Ricardo cae en la cima de todo su orgullo.

(El espectro se va.)

El Rey Ricardo despierta sobresaltado.

Ricardo: ¡Dadme otro caballo! ¡Vendad mis heridas! ¡Ten misericordia, Jesús! ¡Calla, no ha sido más que un sueño! ¡Ah, conciencia cobarde, cómo me afliges! Las luces arden como llama azul. Ahora es plena medianoche. Frías gotas miedosas cubren mi carne temblorosa. ¿Qué temo? ¿A mí mismo? No hay nadie más aquí: Ricardo quiere a Ricardo; esto es, yo soy yo. ¿Hay aquí algún asesino? No; sí, yo lo soy. Entonces, huye. ¿Qué, de mí mismo? Gran razón, ¿por qué? Para que no me vengue a mí mismo en mí mismo. Ay, me quiero a mí mismo. ¿Por qué? ¿Por algún bien que me haya hecho a mí mismo? ¡Ah no! ¡Ay, más bien me odio a mí mismo por odiosas acciones cometidas por mí mismo! Soy un rufián: pero miento, no lo soy. Loco, habla bien de ti mismo: loco, no adules. Mi conciencia tiene mil lenguas separadas, y cada lengua da una declaración diversa, y cada declaración me condena por rufián. Perjurio, perjurio, en el más alto grado; crimen, grave crimen, en el más horrendo grado; todos los diversos pecados cometidos todos ellos en todos los grados, se agolpan ante el tribunal gritando todos: "¡Culpable, culpable!" Me desesperaré. No hay criatura que me quiera: y si muero, nadie me compadecerá; no, ¿por qué me habían de compadecer, si yo mismo no encuentro en mí piedad para mí mismo?

Vuelve a entrar Ratcliff.

Ratcliff: Señor...

Ricardo: ¿Quién está ahí?

Ratcliff: Señor, soy yo. El madrugador gallo aldeano ha saludado por dos veces a la aurora; vuestros amigos se han levantado y se enhebillan las armaduras.

Ricardo: ¡Oh, Ratcliff, he soñado un sueño terrible! ¿Qué piensas, todos nuestros amigos resultarán leales?

Ratcliff: No hay duda, señor.

Ricardo: ¡Oh, Ratcliff, tengo miedo, tengo miedo! Me pareció que las almas de todos los que había asesinado venían a mi tienda, y todas amenazaban con venganza mañana sobre la cabeza de Ricardo.

Ratcliff: Vamos, mi buen señor, no tengáis miedo de sombras.

Ricardo: Por el apóstol Pablo, las sombras, esta noche, han infundido más terror en el alma de Ricardo que cuanto podría la realidad de diez mil soldados armados de acero y dirigidos por el necio de Richmond. Todavía no se acerca el día. Vamos, ven conmigo; bajo nuestras tiendas espiaré lo que dice, para saber si alguien piensa apartarse de mí.

(Se van el Rey Ricardo y Ratcliff.)

Vuelve a entrar Oxford con otros Lores, etc.

Lores: ¡Buenos días, Richmond!

Richmond: (despertando) Os pido perdón, señores y vigilantes caballeros, porque hayáis sorprendido a un retardado perezoso.

Lores: ¿Qué tal habéis dormido, señor?

Richmond: El más dulce sueño, con las visiones de más hermoso presagio que jamás han entrado en una cabeza con sopor, he tenido después de que nos separamos, señores. Me pareció como si las almas de aquellos cuyos cuerpos mató Ricardo vinieran a mi tienda y clamaran victoria; os aseguro que mi corazón está muy animado en el recuerdo de tan bello sueño. ¿Qué hora de la mañana es, señores?

Lores: Van a dar las cuatro.

Richmond: Bien, entonces es hora de armarse y dar órdenes. (Avanza hacia las tropas) Más de lo que he dicho, cariñosos compatriotas, la urgencia y el apremio del tiempo me impiden extenderme: Dios y nuestra buena causa luchan por nuestro bando; las plegarias de los bienaventurados santos y las almas ofendidad, como elevados baluartes, se elevan ante nuestros rostros. Excepto Ricardo, aquellos contra quienes peleamos prefieren que ganemos nosotros en vez de aquel a quien siguen; pues, ¿quién es el que siguen? Verdaderamente, señores, un tirano sanguinario y un homicida; elevado em sangre, y en sangre establecido; que buscó todos los medios para llegar a lo que tiene, y mató a los que fueron medios para ayudarle; una baja piedra sucia, vuelta preciosa por engarzarse en el trono de Inglaterra, donde falsamente está montado; uno que siempre ha sido enemigo de Dios, Dios, en justicia, os guardará como soldados suyos; si sudáis para derribar a un tirano, dormiréis en paz una vez muerto el tirano; si lucháis contra los enemigos de vuetsro país, la sustancia de vuestro país pagará la recompensa de vuestros esfuerzos; si lucháis para salvaguardia de vuestras esposas, vuestras esposas os darán en casa la bienvenida como vencedores; si libráis a vuestros hijos de la espada, los hijos de vuestros hijos os lo pagarán en vuestra vejez. Entonces, en nombre de Dios y de todos esos derechos, ¡avanzad vuestros estandartes, sacad vuestras deseosas espadas! Para mí, el rescate de mi osado intento será este cuerpo frío en la fría faz de la tierra; pero si prevalezco, de la ganancia de mi intento tendrá parte el menor de vosotros. ¡Toquen tambores y trompetas, con valentía y ánimo! ¡Dios y San Jorge! ¡Richmond y victoria!

(Se van.)

Vuelven a entrar el Rey Ricardo, Ratcliff, acompañantes y fuerzas.

Ricardo: ¿Qué dijo Northumberland respecto a Richmond?

Ratcliff: Qué nunca se había educado en armas.

Ricardo: Dijo la verdad. ¿Y qué dijo entonces Surrey?

Ratcliff: Sonrió y dijo: "Mejor para nuestro intento".

Ricardo: Tenía razón: así es, en efecto. (Suena un reloj) Cuenta esas horas. Dame un calendario. ¿Quién ha visto hoy el sol?

Ratcliff: Yo no, señor.

Ricardo: Entonces desdeña brillar, pues, según el libro, debía haber adornado el oriente hace una hora: será un día negro para alguno. Ratcliff...

Ratcliff: ¿Señor?

Ricardo: Hoy no se verá el sol: el cielo frunce el ceño y se ensombrece sobre nuestro ejército. Querría que no hubiese en el suelo estas lágrimas de rocío. ¡No brillará hoy! Bueno, ¿y eso qué es para mí más que para Richmond? Pues el mismo cielo que frunce el ceño sobre mí le mira tristemente a él.

Entra Norfolk.

Norfolk: Al arma, al arma, señor: el enemigo presume en el campo.

Ricardo: ¡Vamos, deprisa, deprisa! Poned la gualdrapa a mi caballo. Levantad a lord Stanley, decidle que traiga sus fuerzas; yo llevaré mis soldados a la llanura, y mis tropas se ordenarán así: mi vanguardia estará toda extendida en longitud, consistiendo por igual en de a caballo y de a pie; nuestros arqueros se pondrán en medio: John, duque de Norfolk, y Thomas, conde de Surrey, tendrán el mando de esos de a pie y de a caballo. Así dirigidos, nosotros iremos detrás con el grueso de las fuerzas, cuya potencia, a ambos lados, tendrá por alas a nuestra mejor caballería. ¡Esto, y San Jorge por añadidura! ¿Qué piensas tú, Norfolk?

Norfolk: Una buena disposición, valeroso soberano. He encontrado esto en mi tienda esta mañana. (Le da un papel)

Ricardo: (lee) "Compadre Norfolk, no seas atrevido; tu amo Dickon está más que vendido." Una cosa urdida por el enemigo. Vamos, caballeros, cada hombre a su puesto. Que nuestros gárrulos sueños no amedrenten nuestras almas; la conciencia no es más que una palabra que usan los cobardes, ideada por primera vez para asustar a los fuertes; nuestros recios brazos sean nuestra conciencia, y nuestras espadas, nuestra ley. Adelante, atacadles valientemente, mezclémonos con ellos; si no al cielo, mano a mano al infierno. (A sus soldados) ¿Qué más diré que lo que ya he expuesto? Recordad con quién os las vais a haber; una especie de vagabundos, bribones, forajidos, la hez de Bretaña, bajos aldeanos lacayunos a quienes vomita su saciado país de aventuras desesperadas y destrucción segura. Dormíais seguros, y ellos os traen inquietud; tenías tierras, y la bendición de hermosas mujeres, y ellos quieren arrebataros las unas y raptaros las otras. ¿Y quién les manda si no un mezquino, mantenido mucho tiempo en Bretaña a costa de nuestra madre, un sopas-de-leche, que en su vida sintió jamás tanto frío como con zapatos en la nieve? Volvamos a echar a azotes a estos vagabundos al otro lado del mar; arrojemos a latigazos a estos presumidos andrajosos de Francia, estos mendigos muertos de hambre, hartos de la vida que se han ahorcado a ellos mismos sólo por soñar en este hermoso logro, por falta de medios, pobres ratas; si nos han de vencer, que nos venzan hombres y no estos bastardos bretones a quienes nuestros padres vencieron en su propia tierra, y derribaron y golpearon, dejándoles, en las historias, como herederos de la ignominia. ¿Han de disfrutar ésos nuestras tierras? ¿Han de acostarse con nuestras mujeres y violar a nuestras hijas? ¡Escuchad! Oigo su tambor. (Suena un tambor lejano) ¡Luchad, caballeros de Inglaterra! ¡Luchad, atrevidos soldados! ¡Tirad, arqueros, tirad vuestras flechas a la cabeza! ¡Espolead fuerte vuestros orgullosos caballos, y cabalgas en sangre; asombrad al cielo con la rotura de vuestras lanzas!
Entra un mensajero.
¿Qué dice lord Stanley? ¿Va a traer a sus fuerzas?

Mensajero: Señor, se niega a venir.

Ricardo: ¡Cortadle la cabeza a su hijo George!

Norfolk: Señor, el enemigo ha pasado el pantano: que muera George Stanley después de la batalla.

Ricardo: Mil corazones se engrandecen en mi pecho: ¡avanzad nuestros estandartes, atacad a nuestros enemigos! ¡Nuestro antiguo grito de valor, claro San Jorge, nos anime con la furia de ardientes dragones! ¡A ellos! La victoria se posa en nuestros yelmos.

(Se van)



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto