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La insignia
20 de enero del 2003


La deuda de América Latina:
¿Por qué es impagable? (II)


__SUPLEMENTOS__
Londres + 50

Óscar Ugarteche
La Insignia, enero del 2003.


El fin del viejo orden establecido en 1944

El mundo organizado en torno al FMI y la relación del dólar con el oro a un precio fijo, terminó en 1971, cuando se desmonetizó el oro y se volvió una mercancía cualquiera que podía ser transada en el mercado mundial. El dólar, sin respaldo alguno, se volvió la moneda de reserva. El mundo se inundó de dólares como efecto del multiplicador infinito del crédito internacional (por que no tiene encajes) y hubo un auge de créditos a partir de la década del 70. En el camino subió el precio del petróleo y todo lo demás es conocido. La llamada crisis de la deuda latinoamericana fue una depresión económica inducida desde el exterior al caer los precios de las materias primas y subir las tasas de interés internacionales. La solución macroeconómica fue estabilizar la inflación, contener la oferta monetaria en moneda nacional, reduciendo el gasto público, y asegurando el servicio de la deuda externa lo que resultó en un traslado de un promedio de 50% del ahorro interno de América Latina. Hubo países como el Perú que llegaron a pagar mas del íntegro del ahorro interno. Al ocurrir eso, las tasas de inversión de desplomaron y la depresión se instaló. Las negociaciones de deuda en este período no toman los precedentes de despues de la Segund Guerra Mundial sino que se utiliza el mecanismo más usual de la banca comercial doméstica: reprogramar los vencimentos impagos. Se le dio un trato a las naciones equivalente al trato que se le da a las amas de casa cuando tienen una hipoteca impaga. Ni siquiera se le dio a las naciones el trato que se le da a las empresas a a traves del Chapter 11 o el que se led a a los municxipios en Estados Unidos con el Chapter 9. Así, la década del 70 presagia los problemas que eclosionan en la década del 80.


La nueva historia

Cuando comienzan a caer los ingresos por exportaciones en los primeros meses de 1997 en Tailandia e Indonesia, nadie lo vio como una sorpresa. Cuando la caída de ingresos exportadores no fue acompañada de reducciones de importaciones sino de importaciones crecientes y los déficits en balanza en cuenta corriente comenzaron a abultarse, tanto los agentes internos de los países como los internacionales se inquietaron y salieron de las bolsas de valores. De allí a un desplome de las bolsas fue un paso. De eso a pasar de moneda nacional a dólares americanos, fue otro. De allí a sacar los dólares americanos a otra plaza fue un tercero. Así se contagió la crisis. Los acreedores cerraron las líneas de crédito y la virtud de 100,000 millones de dólares en líneas de corto plazo se volvió el defecto de no tenerlas y encima pagarlas. El efecto completo es de 200,000 millones de dólares negativos para el conjunto de países asiáticos incluido Corea del Sur.

El ingreso de las exportaciones debería de crecer 4,5% según el cuadro arriba. Sin embargo, las cifras resultantes del FMI son mayores para las regiones que nos interesan. América Latina crecerá 10,8%, es decir, más del doble que el resto del mundo; Africa crecerá 8,7% y Asia se recuperará en 5,5%. La inmensa interrogante de este cuadro producido por el FMI es sí las economías más desarrolladas van a exportar a tasas menores del promedio, ¿dónde estará el arrastre? ¿A quién le vamos a vender? Sería preferible pensar que estas regiones estarán en el promedio en cuyo caso la columna derecha de 1999 sería la realidad.

Ante eso el FMI hizo lo de siempre, estabilizar la inflación producida por las masivas devaluaciones, reducir los presupuestos públicos, pero que los servicios de la deuda queden intactos. Para permitir la supervivencia de los países se inyectaron decenas de miles de millones de dólares. El resultado, dice Jeffrey Sachs de la Universidad de Harvard, es que el FMI ha introducido una depresión en Asia. Parece que se nota más la depresión en Asia de fines de los 90 que en América latina de los 80. La razón puede ser que esa región expresa el 35% del comercio mundial. Es decir, una depresión en Asia resulta en una bruta caída en la demanda de materias primas que contagia el problema a otras regiones del mundo.

La discusión hoy es si el problema de Asia fue de tipos de cambio o de libre flujos de capitales. El problema fue que no devaluaron a tiempo o que se llenaron de créditos de corto plazo cuyos vencimientos se aglutinaron (como América Latina en 1982). El problema fue que se llenaron de inversión extranjera en bolsa y estos salieron deprimiendo el tipo de cambio y la bolsa o el problema es que no tienen encajes. Esas discusiones están en el meollo del problema macroeconómico. Sachs y Radelet (1998) dicen que si estos son los problemas, las políticas de ajuste no se adecuan e inducen una depresión económica. Es cierto, las políticas son contractivas. Pero no hoy sino siempre. Sólo que hoy el sistema está en crisis. Parecería que la teoría económica sobre la cual se sostuvo el FMI y sus funcionarios así como el BM y sus funcionarios, está en cuestión. No pudo predecir y no puede resolver mientras con preocupación se puede observar como la crisis global se expande y nos baña a todos. Lo serio del asunto es que los recursos tampoco alcanzan para nada. Si el Perú tiene una línea de crédito de 1.000 millones de dólares, en realidad su demanda es de 4.000, o de 10.000 millones, dependiendo del techo que se quiera poner: sí los encajes bancarios o las reservas íntegras.

Las instituciones creadas en Bretton Woods no tienen cabida en el mundo nuevo como están planteadas. No tienen ni los recursos ni las funciones. Parecieron siempre cobradores, garantes de los acreedores y no estabilizadores del sistema mundial. Hasta Camdessus se ha visto en la obligación de decir recientemente lo mismo que dijo el ministro de Finanzas de Canadá: que si algún país tiene graves problemas de pago de deuda, es mejor que entre en una moratoria ordenada mientras replantea su problema a la comunidad internacional, que seguir pagando la deuda hasta que se desate una crisis mayor. Interesante cambio de giro y la muerte del cisne. El FMI ha perdido su único sentido de vivir, asegurar que los deudores pagaran sus deudas. Porque no estabiliza el sistema, la deflación se ha instalado en la economía mundial, la recesión se agrava rumbo a una depresión y las pérdidas de reservas sobrepasan los límites institucionales por un factor inmenso. ¿Será el fin de la arrogancia? Es el fin de una teoría económica y de una institucionalidad creada en 1944 (2). La crisis mejicana de 1994 tomó a algunos por sorpresa, particularmente a aquellos que días antes, a inicios de diciembre de 1994, habían saludado el crecimiento mexicano y la estabilidad lograda. La prensa internacional estuvo plagada de buenos augurios para 1995 deseado por bancos de inversión, organismos multilaterales y corredores de bolsa internacionales con relación a un México nuevo, estable y enrumbado hacia la integración con Estados Unidos y Canadá tan pronto como el TLC había entrado en marcha. En octubre de 1997 hubo una gran crisis de bolsas de valores en Asia que llevó a un fenómeno casi idéntico al mexicano y que arrastró a la banca japonesa y a Corea. ¿Fue México el que no funcionó por razones políticas o de pronto hay algo que no está funcionando bien con el concepto del ajuste? ¿Qué pasó en Tailandia que nadie lo previó? En todo caso, el gallinero está alborotado en los organismos internacionales ante la posibilidad que algo no ande bien y que sea más general. De allí que de pronto haya comenzado una preocupación por los equilibrios que teóricamente debería ser resuelto por el mercado. También ha surgido una preocupación con el funcionamiento de los organismos internacionales. Tal vez es el momento de un nuevo Bretton Woods y de un regreso de la economía a su sentido con la persona. El equilibrio general no parece haber funcionado gran cosa.


(2) Los elementos de este artículo han sido publicados en la Revista Moneda del Banco Central de Reserva del Perú entre 1994 y 1998.



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