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La insignia
20 de agosto del 2002


Amulatao, aplatanao, cubaneao


Joel del Río
La Jiribilla. Cuba, 19 de agosto.


Lo que en Cuba vino a llamarse "el cotorreo", aunado a las competencias espontáneas de breakdance, a principios de los años ochenta, tal vez fueran las primeras manifestaciones de un incipiente rap cubano, de indiscutible identidad ahora, pero que en aquellos años, incorporaba mecánicamente, a los ambientes urbanos de Cuba, los principales elementos de la cultura hip hop norteamericana. Los raperos hubieron de escalar un escabroso camino antes de que María Teresa Linares -una de las voces más autorizadas de la musicología en Cuba- los catalogara entre las fuerzas musicales predominantes para el siglo XXI cubano. Es cierto que antes de llegar a la posición actual, los raperos, hombres y mujeres, enfrentaron prejuicios del público, de otros músicos (principalmente salseros y rockeros) e incluso de ciertas instancias burocráticas que hablaban del fenómeno como de una copia mimética, pura "yanquifilia", nada aportadora para el rico panorama musical cubano. Pero los raperos lograron imponerse. Por lo menos una parte de ellos se ganaron el respeto y el derecho a la promoción, y su influencia y popularidad ha llegado al punto de que incluso en la llamada timba no es difícil apreciar influencias, en el modo de cantar, y en los arreglos, que remiten a un hip hop de onda raíz beat, es decir sería algo así como un rap amulatao, aplatanao, cubaneao.

Precisamente fue en los años noventa que vino a darse la definitiva explosión del rap entre nosotros. Alcanzó importancia en la medida en que fue adquiriendo elementos típicos de la música cubana, en un toma y daca de elementos estilísticos que muchas veces ha tenido lugar entre la música norteamericana y la cubana. (Sobran ejemplos, los más socorridos tal vez sean Chano Pozo en Nueva York, o la influencia del jazz band en el ambiente musical cubano de los años cincuenta). Lo significativo viene a ser que en la misma medida en que la mayoría de los raperos norteamericanos tomaban los caminos del comercialismo conformista, o cantaban al odio e incitaban a la violencia y la xenofobia, en Cuba el movimiento evolucionaba en sentido contrario y fue consolidándose sobre muy diferentes bases. Crítica sí hay en sus textos, lenguaje coloquial rayano en la dureza y el naturalismo, también, pero musicalmente crecieron, se fueron profesionalizando en el buen sentido, adquirieron rigor y cultura.

Definitiva fue también, para la consolidación internacional del movimiento, los viajes de un grupo de raperos cubanos (Anónimo Consejo, RCA y Obsesión) a Nueva York, donde se les prestó la mayor atención, incluso mucho mayor de la presumible si se piensa que estaban bailando en casa del trompo. Hay que recordar que Harlem y el Bronx son para el rap lo que Matanzas al danzón y Santiago de Cuba a la Vieja Trova.

El primer grupo, o al menos el que mejor consiguió la mezcla de hip hop y cubanía que ofrece el mejor rap de la Isla, fue Orishas, quienes desde Francia se constituyeron en un éxito continental primero (más de doscientas mil copias vendidas de su primer álbum A lo cubano, que fue disco de oro en España, Alemania y Francia) y luego también en Estados Unidos, donde escalaron muy alto en las listas de éxito y vendieron otras cincuenta mil copias. Sobre ellos, dijo la revista Rolling Stone: "Hasta ahora, los intentos de traducir el hip hop al español no habían tenido éxito, por falta de conceptos coherentes. Orishas finalmente han encontrado esos conceptos: rapean, de seguro, pero en el fondo siguen siendo salseros con una seria debilidad por la sinuosidad del son montuno, y por las rimas elaboradas que se encuentran en los profundos laberintos del idioma castellano". Ser elogiados por las mejores revistas especializadas del mundo (Time los clasificó entre las bandas extranjeras más influyentes en la música pop, la lado de U2, por ejemplo), no les impidió a Orisha el regreso triunfal a la isla, donde ofrecieron uno de los conciertos más exitosos de los últimos diez años.

También los Orishas -con todo y ser un fenómeno mundial que por razones de índole económica y política, como el bloqueo, no podía desplegarse desde la isla- empezaron sus carreras en los modestos y populares festivales de Alamar. Dos de sus miembros formaban parte del grupo Amenaza, primer premio en la tercera edición de ese evento. Ellos han declarado no hace tanto que "en Cuba no había samplers y demás máquinas. Así que inventábamos: se rapeaba sobre discos instrumentales, se tocaba con percusionistas. Rapear no es tan diferente de lo que se hace en la rumba o en el punto guajiro, con sus repentistas improvisando sobre un fondo".

No solo el famoso grupo cubano tiene perfectamente conceptualizado el asunto de la mezcla y las interinfluencias. Hace muy poco, los de Free Hole Negro declararon: "El rap es un estilo concreto, del que tomamos la forma de decir los textos pero no su psicología, y el hip hop es mucho más libre. Aunque tampoco nos limitamos al hip hop. La mezcla resultante de nuestro trabajo es diferente; si hubiera que nombrarla de alguna manera nos gustaría llamarle free hop. Somos un grupo que absorbe mucha energía y fusiona varios tipos de música, desde el son, la rumba, la guaracha, hasta timbres del hip hop, trip hop, rap, jazz, dub y house."

En este agosto de 2002, cuando tiene lugar el VIII Festival Nacional de Rap, se cuenta que solo en la capital existen alrededor de 500 agrupaciones de este corte, algunas tan populares al interior de la isla como Anónimo Consejo, Obsesión, Free Hole Negro y Doble Filo, además, el Festival no es, ni mucho menos, ese evento contracultural y semiclandestino que pintan algunos medios de prensa extranjeros. Lo organizan fundamentalmente la Asociación Hermanos Saíz (que concentra a la mayoría de los jóvenes artistas) y el Instituto Cubano de la Música. Este año el evento se extenderá más allá de los límites del barrio alamareño, su sede tradicional, e inundará los salones de La Tropical, la Casa de la Música Habana y La Piragua.

Sin duda alguna, dentro y fuera de la Isla, el rap se ha convertido en una expresión musical autónoma, con personalidad propia, aunque en algunas de sus principales vertientes se convierta en tributaria del complejo rítmico caribeño. El octavo Festival así lo ha corroborado.



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