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La insignia
21 de noviembre del 2001


Aura


Rocío Silva Santisteban

De Me Perturbas
Ediciones El Santo Oficio
Lima (Perú), agosto del 2001
Segunda edición.


para mi mamá


-Para matarlo tienes que emborracharlo primero- aconsejó la vieja mientras se tocaba una pequeña herida en el antebrazo.
-¿Así nomás?- preguntó ella.
-Depende de ti- dijo.
Las dos permanecieron mirándose un largo rato.
-No sé que tan sensible puedas llegar a ser- esta última acotación la hizo con evidente sorna.
-¿Y cómo lo emborracho?-
-¿Cómo?... no sé- contestó restándole importancia a la pregunta, concentrada en rasparse el pellejo de la herida -pero hazlo con pisco, es lo mejor, estoy segura que es lo mejor... evidente, ¿no?
-Evidente- repitió ella como si se tratara de un eco.
-Después hay que esperar. Esperar que empiece a tambalearse, a chocar contra las paredes, a golpearse. A perder el sentido.

Ella trató de imaginar la escena pero no pudo.

-Pero antes- continuó la vieja -se escoge un cuchillo, ni muy grande, ni muy chico. Afilado, por supuesto. Puedes untar el filo con una grasa de animal, de cualquier animal, pero si fuera posible conseguir grasa de tortuga mucho mejor; resbala con mayor suavidad y así puedes ser más certera, con menos fuerza. Ni siquiera necesitas tener buena puntería.
-¿Le meto un golpe al corazón?
-¡Estás loca! No, de ninguna manera.
-¿Entonces?- preguntó ella, desconcertada.
-Primero le tienes que cortar la lengua.
-Pero no se va a dejar- argumentó.
-Tiene que estar absolutamente borracho, ¿te das cuenta?- replicó la vieja bastante inquieta- si no nada puedes hacer, tienes que emborracharlo bien.
-¿Le saco la lengua y se la corto?
-No- volvió a contradecir la anciana trasluciendo en los ojos un sentimiento de malestar e intolerancia -debes meter el cuchillo dentro de la boca, así- e hizo un gesto de guerrero tras la presa, levantando el brazo derecho y juntando los dedos de la mano para simbolizar quizás una punta aguda de lanza o de daga cayendo sobre la otra mano que formaba, a su vez, una argolla con todas las falanges de los dedos dobladas sobre la yema del pulgar.

De pronto el cuarto, que tenía una ventana de tres cuerpos, ensombreció. Las paredes encaladas adquirieron un leve tono plomizo y la cara de la muchacha, a contraluz, brilló entre las sombras. La vieja había bajado los ojos hacia la labor -un paisaje de olas en punto de cruz- buscando el dobladillo donde, minutos antes, colocaba la aguja ensartada con hilo escarlata.

-¿Has comprendido?- preguntó levantando los ojos.
La muchacha hizo un pequeño ademán con la cara, bajando ligeramente la barbilla. Parecía que iba a pararse para salir de ese cuarto, del sopor de verano de ese cuarto. Pero no lo hizo. Se quedó inmóvil, con una pregunta en el umbral del pensamiento, una pregunta vital que no se atrevía a hacer, pero que la rondaba como un gallinazo girando en el mismo y pequeño espacio del cielo.

-¿Qué te pasa?- le dijo la anciana.
-¿Me puedo ir?- preguntó con una timidez lastimosa.
-¿Crees que ya lo sabes todo?
-No sé qué decir- le contestó, apretando mandíbula contra mandíbula, tratando de no dejarse vencer por el horror.
-Está bien lo que has dicho, muchacha. Todavía no sabes nada, casi nada... pero eres prudente y la prudencia es una virtud que en estos tiempos debemos estimar. Inclusive más que la bondad, según mi manera de ver las cosas.
-No me interesa la bondad- le contestó airosa la muchacha tras la sentencia moral que no venía al caso.
-No sé si sea bueno o malo que a tu edad no te interesa la bondad... ni la maldad, porque si no te interesa lo uno, tampoco lo otro, ¿o me equivoco?-aseveró con las palabras masticadas sin levantar los ojos de la aguja sobre el cañamazo. Sin dar resuello para esperar alguna respuesta siguió inquiriendo:
-Pero me da miedo que lo digas, no sé por qué... en realidad, me huele mal. Sí, me huele mal, es puro instinto, puro instinto, hija- y estas últimas palabras las alargó como si fueran la última línea de la última estrofa de una canción o de un bolero.
-¿Ahí termina el asunto?- ella estaba afectada, su pregunta se escuchó casi jadeante, impaciente.
-No- le susurró y el polvillo del ambiente adquirió forma bajo un haz de luz. Alzó la voz:
-Después de la lengua debes cortarle la cabeza.
-Pero...¿con la lengua no basta?- la chica estaba aún más nerviosa.
-No basta, no basta, es necesario que la cabeza sea zafada de un solo corte, con hacha.
-¡¡¿Pero por qué?!!- eso fue un grito.
-Porque por la cabeza se desangra- fue la respuesta más rotunda de la tarde.

La mujer joven se dejó vencer por el peso del paisaje: el muelle entrando al mar como una barreta en un cuerpo convulsionado, las olas destrozando y pulverizando los cientos, los miles de fragmentos de conchitas, erizos y cangrejos, el sol en pleno centro del cielo, totalmente limpio, sin nada que distraiga la mirada de su centro.

Volteó los ojos, pero al girarlos hacia la oscuridad del cuarto se fue perdiendo la esencia de la forma de las cosas; enceguecida por la luminosidad de la ventana no pudo ver ni la silla, ni a la vieja, ni a sus manos de una piel parecida a la tela, ni a la tela cruzada por hilos rojos.

-Está bien, señora- terminó cortando el incómodo silencio.
-¿Te vas?- preguntó la vieja, un poco alterada.
-Sí, creo que es hora.
-Bueno...- fue la única y lacónica respuesta.

Cuando estuvieron ambas en el umbral, la vieja puso en las manos de la muchacha un objeto envuelto en papel periódico. Le dijo:
-Que todo salga bien- y casi sin quererlo o diciéndolo un tanto avergonzada, aumentó al final y entre dientes: felices fiestas.
-Gracias, lo mismo para usted- contestó. Ella se fue alejando hacia la parte alta del pueblo, bajo una sombra estrecha que a veces la cubría y a veces la descubría. Llevaba una falda de algodón y el pelo cetrino sobre los hombros morenos. Los pescadores, al verla pasar, hacían comentarios en voz baja y sonreían mostrando las encías.

Casi al voltear la tercera cuadra volvió la cara hacia la playa esperando encontrar la silueta de la anciana. Pero el sol de las tres de la tarde la deslumbró y sólo llegó a escuchar tres palabras desde lejos: "no tengas miedo".



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