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24 de mayo del 2001


Revista de prensa

Diógenes: el gran provocador


Babel 69, mayo del 2001.


Cierto día, a Diógenes de Sinope le dio por masturbarse en plena ágora ateniense. Quiénes le reprendieron por ello, obtuvieron por única respuesta del filósofo una queja tan amarga como escueta:

"¡Ojalá, frotándome el vientre, el hambre se extinguiera de una manera tan dócil!"

Diógenes fue el más egregio de los cínicos griegos, pero jamás buscó ni encontró la concordia con la sociedad caduca que le rodeaba. En un tiempo de escarnio, esclavitud y destierro, su talante feroz, desvergonzado y austero le hicieron ganarse el sobrenombre de perro. Pero este can no sólo ladraba, también mordía y era muy capaz de orinar sobre la túnica de sus adversarios


La libertad a cuatro patas

Describía Homero en su "Odisea" [XIII. 33], como "el largovidente Zeus le quita al hombre la mitad de su virtud el mismo día en que cae esclavo." Algo que conocía muy bien Diógenes (404 - 323 a J.C),que, habiendo nacido en Sinope -ciudad al sur del Mar Negro- tuvo que vivir exiliado en Atenas, Corinto y, ocasionalmente, en Esparta De él se cuenta que fue hecho esclavo y vendido en una de las estampas más surreales de la historia filosófica. Por todo ello, el fundador -con permiso de Antístenes (446 - 366 a J.C)- de la Escuela Cínica decidió desposeerse de todo lo material y expresar un absoluto desprecio frente hacia las leyes de la civilización. La suya había de ser una libertad erguida a cuatro patas.

Como señalaba el desaparecido Josep Ferrater Mora, la cínica "fue la filosofía de la inseguridad total, de la completa ausencia de arrimadura. El mundo dentro del cual surgía el cinismo era un mundo lleno de amenazas. De amenazas concretas. Los temas de la antigua diatriba cínica -el destierro, la esclavitud, la pérdida de la libertad- no eran meros tópicos retóricos: designaban realidades tangibles e inminentes".

Existen ciertas épocas en las cuales los hombres descubren que pueden dejar de ser hombres. Todo el esfuerzo se cifra entonces en mantenerse en pie. El cínico adoptó esta línea de conducta. Pero mantenerse en pie no quiere decir aquí conservar las posiciones sociales: significa abandonarlas y concentrarse en un difícil imperativo: ser hombre. El cínico aspiró nada menos que a ser todo un hombre". Y para ser hombre, Diógenes hubo de convertirse en perro...


El perro paradójico

Advierte Carlos García Gual, que:

"quienes comenzaron a apodar a Diógenes de Sinope "el Perro" tenían muy probablemente intención de insultarle con un epíteto tradicionalmente despectivo. Pero el paradójico Diógenes halló muy ajustado el calificativo y se enorgulleció de él. Había hecho de la desvergüenza uno de sus distintivos y el emblema del perro le debió de parecer pintiparado para expresión de su conducta."

Lo cierto es que los vocablos "can" y "cínico" poseen la misma raíz griega. Algunos mantienen que el sobrenombre se debe a que Antístenes, precursor de la Escuela y maestro de Diógenes, impartía sus lecciones en el Cinosargo, gimnasio situado en las afueras de Atenas.

De manera más concreta, un comentador de Aristóteles expone cuatro razones por las que se relaciona lo cínico con lo canino: la indiferencia en la manera de vivir, la impudicia a la hora de hablar o actuar en público, las cualidades de buen guardián para preservar los principios de su filosofía y, finalmente, la facultad de saber distinguir perfectamente los amigos de los enemigos .

Diógenes decía irónicamente de sí mismo que, en todo caso, era "un perro de los que reciben elogios, pero con el que ninguno de los que lo alaban quiere salir a cazar". Más de una vez, los jóvenes que se burlaban de él debieron huir para evitar sus mordiscos. En mitad de un banquete, algunos invitados comenzaron a tirarle huesos a la manera como suelen echarse a cualquier chucho. Diógenes se les plantó enfrente y comenzó a mearles encima como, ciertamente, lo hubiera hecho un perro.

También le gritaron "perro" mientras comía en el ágora y él profirió:

"¡Perros vosotros, que me rondáis mientras como!"

Con idéntica dignidad respondió al mismísimo Platón, que le había lanzado el mismo improperio:

" Sí, ciertamente soy un perro, pues regreso una y otra vez junto a los que me vendieron".


Todo dará la vuelta

Ya en la ancianidad, Jeníades le preguntó a Diógenes como preferiría ser enterrado cuando llegase su hora.

"Boca abajo", dijo el de Sinope, "porque en breve ha de volverse todo del revés."

El cínico se refería al creciente apogeo de los macedonios, que habían pasado de ser un pueblo humilde a convertirse en conquistadores.

Pero sus palabras reflejaban también su absoluto menosprecio frente al orden político y social.

"El ideal de una existencia sin necesidades" -escribe Eduardo Schwartz-"que en el tiempo de Diógenes podía parecer una originalidad, adquirió una terrible eficiencia cuando las guerras de los diadocos, con sus carastrofes destructoras, cayeron sobre las ciudades helénicas y nadie estuvo ya seguro de que, una buena mañana, no se encontraría en el caso de acogerse a la vida de perro, de la que antes se mofara.

La doctrina de la indestructible libertad del individuo, que una generación antes era todavía una paradoja, se convertía ahora en un consuelo... ...Crates mismo vió su patria -a la que había abandonado- desaparecer definitivamente, destruída en el año 335 a J.C; y cuando veinte años después Tebas volvió a ser reconstruída por Casandro, se negó a volver a la ciudad que un segundo Alejandro podía volver a destruir."

Antes de que todo esto ocurriera, como indica el mismo Schwartz, Diógenes ya se burlaba "de los hipócritas burgueses, que se jactaban de una libertad y una educación heredadas, y disfrutaban los goces de una civilización material muy elevada, como si la hubiesen creado ellos, porque podían pagarla".

A ellos era a quiénes aguijoneaba constantemente Diógenes, poniendo de manifiesto su mala índole, mostrándoles esclavizados por las apariencias de la civilización, que no hacían más que alejarles de la naturaleza, y patentizando la vacuidad, la falta de ingenio y lo artificioso de toda su cultura." En definitiva, el cínico escupía en la cara de las "buenas costumbres" y lo hacía literalmente.

En una ocasión, cierto prohombre adinerado le convido a un banquete en su lujosa mansión, haciendo especial hincapié en el hecho de que allí estaba prohibido escupir. Diógenes hizo unas cuantas gárgaras para aclararse la garganta y le escupió directamente a la cara, alegando que no había encontrado otro lugar más sucio donde desahogarse.

Oponía la sincera sencillez de la naturaleza a la hipocresía de la civilización, instando a cambiar los valores y voltear el signo de las convenciones. Consideraba que en la austeridad de la naturaleza se hallaba la clave de la independencia y libertad del ser humano.

Oponía "al azar el valor, a la ley la naturaleza y a la pasión el razonamiento". Y afirmaba que lo más importante lo había aprendido de los animales y de los niños: al ver un chiquillo que bebía agua con las manos, lanzó su cuenco para imitarlo y lo mismo pasó con su plato al fijarse en otro muchacho que comía usando la corteza de un pan como recipiente. En estos casos, se mostraba avergonzado y sentenciaba: "Un niño me ha aventajado en sencillez."

Fue así como acabó limitando su cobijo a una tinaja, su vestimenta a una túnica raída y su sofisticación al manejo de un bastón que le acompañara en sus prácticas peripatéticas.

Una estampa que más tarde retomarían tantos otros, desde ciertos filósofos de los albores de nuestra era, hasta algunos hippies y clochards, pasando por multitud de santones y peregrinos.


Ya no quedan hombres

Diógenes se paseaba a plena luz del día por Atenas sosteniendo una linterna.

"¿Qué es lo que haces?", le preguntaban. Y él, sin perder tiempo en detenerse, respondía:

"Busco un hombre". Hoy, como entonces, tampoco quedan hombres.

Tenía razón Ernesto Santos Discépolo, "que el siglo XX es un despliegue de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue."

Pero, sin duda, tal vez se avecinan tiempos mucho peores. Y no se ven hombres por ninguna parte. Es más que probable que todo lo que se cuenta de Diógenes, el de Sinope, no sea más que una colección de anécdotas apócrifas, una recopilación de chistes dignos de encabezar cualquier antología del humor griego. Pero eso no tiene demasiada importancia.

Después de todo, en este lugar sin límites, nuestra sociedad (nuestro infierno), nunca hubo espacio para la principal virtud cínica: la sinceridad, la parresía.


1: La venta de Diógenes

Cuentan que Diógenes cayó preso y fue llevado a venta pública en el mercado de esclavos. Allí, un mercader le preguntó que sabía hacer, cuales eran sus habilidades. "Gobernar hombres", respondió el filósofo. Después ordenó al pregonero: "Pregunta a los presentes si alguno precisa comprarse un amo". Y viendo a un tal Jeníades, exclamó:

"Véndeme a éste, éste necesita un dueño."

Añade la leyenda, recogida por Menipo de Gádara, que Jeníades lo compró para encomendarle la sabia educación de sus hijos, de la cual quedó absolutamente satisfecho.


2: Diógenes y Alejandro

Cuando Alejandro Magno llegó a Corinto le informaron de la presencia de Diógenes en la ciudad. Éste se hallaba retozando plácidamente en el Craneo, junto a la tinaja que le servía de acomodo.

El monarca macedonio se personó ante él:

- Soy Alejandro, el gran rey.
- Y yo Diógenes, el perro.
- ¿Qué quieres de mí? Puedo ofrecerte lo que quieras.
- Que te apartes un poco y no me quites el sol.

A partir de entonces, el joven monarca confesaría a sus allegados:

"De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes."

Otras versiones enfrentan al cínico con otros tantos tiranos. De hecho, el encuentro entre la austera lucidez del filósofo y la insensata vanidad del poderoso se manifestó ya desde mucho antes en multitud de anécdotas y crónicas apócrifas.

Afirma Dioniso el estoico que, una vez apresado tras la batalla de Queronea, Diógenes fue conducido a presencia de Filipo, padre de Alejandro, que le preguntó quién era, a lo que el filósofo respondió:

"Un observador de tu ambición insaciable."

El rey, admirado, le devolvió la libertad.


3: Cínica pasión

Durante uno de sus instructivos paseos, el perro de Sínope vio a unas mujeres ahorcadas de un olivo, ante lo cual exclamó:

"¡Ojalá todos los árboles dieran un fruto semejante!"

Para Diógenes, el amor, como todas las pasiones, constituía una perturbación indeseable que el hombre debía controlar y acallar mediando la razón y la fuerza de voluntad..

Según sus palabras:

"el amor es la ocupación de los desocupados", dado que "los criados son esclavos de sus amos lo mismo que los débiles lo son de sus pasiones."

Sin embargo, la Escuela Cínica también cuenta con una hermosa historia de amor, la que vivieron Crates (326 a. J.C) e Hiparquia (300 a.J. C) .

Hiparquía, escribe Diógenes Laercio:

"se enamoró de Crates, tanto por sus palabras como por su conducta, al tiempo que no prestaba ninguna atención a los que la cortejaban, ni a su riqueza, ni a su nobleza, ni a su hermosura. Para ella sólo existía Crates. E incluso llegó a amenazar a sus padres con el suicidio, sino la entregaban a él. Crates entonces fue llamado por los padres para disuadir a la joven y hacía todo lo posible para ello. Al final, como no la convencía, se puso en pie y se desnudó de toda su ropa ante ella, y dijo: "Éste es el novio, ésta tu hacienda, delibera ante esta situación. Porque no vas a ser mi compañera si no te haces con estos mismos hábitos."

La joven hizo la elección y, tomando el mismo hábito que él, marchaba en compañía de su esposo y se unía con él en público y asistía a los banquetes."



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