Portada Directorio Debates Buscador Redacción Correo
La insignia
11 de mayo del 2001


Con Rosa Montero

«No hay vida que merezca la pena
si no se comparte con los demás»


César Güemes
La Jornada. México, 10 de mayo.


Rosa Montero escribe, entre otras cosas, para aprender de sus personajes. De la mano de Zarza, la protagonista de su nueva novela, El corazón del tártaro (Espasa) hizo un viaje de ida y vuelta al infierno cotidiano de la farmacodependencia y regresó con la convicción de que es posible sobrevivir. La escritora y periodista viene, por su lado, de otro largo periplo que inició con la presentación en España del volumen y ha implicado varios países de Latinoamérica acompañando las ediciones locales. La campaña publicitaria, dice, es agotadora, pero tiene al menos un lado bueno, la multiplicación de los lectores que en su caso, apenas salido a la venta su libro, rebasan la cifra de 100 mil a juzgar por los ejemplares que su reciente obra ha agotado en su natal España.


Romper las barreras del elitismo cultural

-Todo esto de los viajes y de la imposibilidad de escribir mientras se promueve una obra, ¿es parte del precio de la fama o el precio del mercado?

-Del mercado, sin duda. De los 22 años que llevo escribiendo novela sé que al principio no tenía uno que hacer nada de promoción. Pero de entonces al presente, el libro devino objeto de mercado para mal y para bien. El lado malo es el ruido terrible que impone el mercado sobre el autor, algo que para los muy jóvenes es tremendo y los puede alejar de su camino. Conozco muchos casos de personas que desean ocupar el sitio social del escritor más que escribir. Además está la presión de las ventas, que siempre es de consideración. La parte buena es que con una política agresiva de ventas se acercan los libros a muchos lectores. Digamos que se rompen las barreras del elitismo cultural. El caso es que desde hace diez años para acá, cada vez más, hay una presión que se vuelve intolerable para quien escribe, porque no basta con trabajar, sino que es preciso ser un gestor mediático de la propia obra. El ruido en los medios es ya tan grande que ni siquiera los lectores benévolos que se tiene se enterarían de que hay una novedad literaria si no se participa del ruido mismo. Y eso consume un tiempo muy valioso.

-¿A qué horas escribes, entonces?

-Eso es lo jodido, hay que escribir siempre y todo el tiempo, pero cuando me inicié en la literatura no sabía que era necesario hacer esta otra labor. Cuando me sumerjo en una campaña de promoción ya hago demasiado con mandar mis artículos de prensa, no es posible concentrarse en una nueva obra. Luego, cuando termino una novela me siento en un periodo de creatividad al 300 por ciento, y se me viene de todo a la imaginación, desde un cuento hasta la próxima novela. Sale el libro y cae sobre uno la parte promocional que puede suponer seis meses y es como si le pasara un elefante por la cabeza pisoteando neuronas: toda la creatividad se apaga. Ahora, por ejemplo, podré escribir de nuevo hasta septiembre.

-El corazón del tártaro se relaciona con los ámbitos de la dependencia de fármacos, pero nunca habla formalmente de ellos. ¿Te ganaron las historias medievales con que la acompañas?

-Intenté de todas las formas posibles no hacer una novela costumbrista sobre la adicción, ni con el lenguaje de ese mundo. De hecho, en ningún momento se escribe la palabra droga sino que me refiero a la heroína como ''la reina" y ''la blanca", que son nombres literarios, ningún adicto en España llama así a la sustancia. En cuanto a la consecuencia del consumo, el infierno de la droga no es más que uno de los abismos que trato, porque el infierno mayor de la protagonista es su infancia. No investigué nada, simplemente he intentado vivir en la piel de los personajes. Creo que un autor maduro debe tener la humildad suficiente para que sus personajes le cuenten su historia. He vivido en esa historia y me he dejado enseñar cómo se existe en el reino de ''la reina".

-¿Qué aprendiste de Zarza, por ejemplo?

-El origen de la novela, el núcleo del que nace, fue la percepción creciente de que el ser humano tiene una capacidad prodigiosa para sobrevivir. Así que la parte de la luz en la existencia es tan poderosa como la que corresponde a las tinieblas. Nos abruma el dolor, pero soy de la idea de que los gestos solidarios son mayores que las traiciones. Por eso quise hacer la historia de alguien que sobrevive al dolor. Y para eso tenía que hacer un personaje que llegara al infierno, que se traicionara a sí mismo y fuera capaz de superar esa circunstancia. Creo en esa posibilidad, pero el personaje al principio no lo tomaba muy bien. Al inicio Zarza y yo estuvimos de algún modo dándole vuelta a los dolores. Hoy pienso que conseguí una novela sobre la celebración de sobrevivir, pero el primer año, mientras tomaba notas para el libro, Zarza estuvo sin creérselo, anduve chapoteando en la derrota, y tanto que lo dejé. Unos meses más tarde, mientras estaba ya con otra historia, se me encendió la idea de cómo contar esta novela y vencer al dolor a que se enfrenta el personaje.

''De ella aprendí las condiciones sin las cuales no se puede superar el dolor. La primera, una obviedad, no rendirse, no perder la esperanza en esa capacidad del ser humano. La segunda, que se la enseña el personaje Urbano, tener en cuenta a los otros, mirarlos, no hay una vida que merezca la pena llamarse así si no se comparte con los demás. No digo una vida para los otros porque sería algo utópico y ñoño. Y la tercera enseñanza es que no hay que hacerse un nido con el propio dolor. Hay quien se queda ahí dentro y se siente justificado. Pero el dolor no justifica nada, sino que explica. Somos sujetos del azar, pero siempre tenemos libertad para elegir cómo respondemos a lo que nos pasa. A lo mejor la elección que se nos plantea es ínfima, la circunstancia puede ser extrema, pero aún así existe la elección. En ese dato minúsculo está la base de ganarse la vida. Todo eso me lo ha contado Zarza, hace tres años no lo sabíamos ni ella ni yo."


El sustrato del subconsciente

-Si no investigas para tus novelas, ¿en qué confías para alimentar la creatividad?

-En el sustrato subconsciente, que es el mismo de donde salen los sueños. Me sucede que trato de soñar despierta, de imaginar y desarrollar lo que encuentro. Eso me ayuda a escribir. Claro que no tengo ningún interés en contar asuntos de mi vida sino en aprovechar otras vidas mientras escribo. Para mí las novelas al inicio son argumentalmente disparatadas, no tienen nada que ver con mi biografía, y sin embargo seguro que están hablando de algo muy profundo y muy mío que sale a flote.

-Una de la conclusiones de Zarza luego de la existencia que le corresponde, es que la vida vale la pena de recorrerse. ¿Cuándo llegaste a ese punto?

-Desde siempre, soy vitalista a pesar de todo. Y aunque sé que hay en mí un área melancólica de la que puedo extraer también elementos para la creatividad, me acerco más al lado de la luz a fuerza de voluntad.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad
Ciencia y tecnología | Directorio | Redacción