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La insignia
14 de agosto del 2001


Salvemos el espacio


Stanislaw Lem
La Jornada Semanal, suplemento de La Jornada. México, 13 de agosto.

Traducción de Agnieszka Kawecka


Una de las mejores cosas que le pueden suceder a la literatura de ciencia ficción, generalmente tan presa de una incómoda solemnidad apocalíptica y de la tentación de tomarse a sí misma demasiado en serio, es que un autor talentoso y absoluto dueño de su oficio como Stanislaw Lem le dé una sacudida de irreverencia y la refresque con un sentido del humor que, de seguro, hará mucha falta en el futuro próximo. La imaginación desbordada de Lem está aquí al servicio de un turista espacial cuyas preocupaciones ecológicas van de la mano de un conocimiento amplísimo de la flora y la fauna siderales, sitiadas por la basura intergaláctica que la indolencia humana suele acumular en todo sitio y en cualquier época.


Después de mi larga estancia en la Tierra emprendí un viaje para volver a visitar los lugares preferidos de mis antiguas excursiones: los grupos esféricos de Perseo, la constelación de Carnero y la gran nube estelar en el núcleo de la Galaxia. En todos lados encontré cambios sobre los cuales me es muy difícil escribir, ya que no han sido, precisamente, para bien. Hoy en día se habla mucho acerca de la difusión del turismo cósmico; sin duda el turismo es algo muy útil, pero todo debe tener su medida.

El desorden comienza al pasar la puerta. El cinturón de asteroides que circula entre Tierra y Marte se encuentra en un estado lamentable. Esa monumental chatarra rocosa, antes hundida en la eternidad de la noche, fue iluminada con luz eléctrica. Además, cada asteroide ha sido esculpido pedazo a pedazo, con iniciales y monogramas.

El preferido por todas las parejitas enamoradas, Eros, tiembla bajo los impactos con los que diversos seudocalígrafos forjan en su corteza un sinfín de dedicatorias. Algunos oportunistas les rentan martillos, martillos neumáticos y hasta desarmadores, y así nadie puede encontrar una roca virginal en ese lugar que antes era el más salvaje de los paraísos.

Por doquier asustan los letreros "Sentimos amor infinito en este meteorito", "He aquí la roca del asteroide, bajo ella duró nuestro amor", y otros similares con corazones atravesados por flechas, del peor gusto.

En Ceres, de la cual gustaron, no entiendo por qué, las familias numerosas, florece una verdadera plaga de fotomanía. Ahí merodean muchos fotógrafos, quienes no sólo rentan las escafandras especiales para el retrato, sino también cubren las rocas con una emulsión y por una cuota muy baja eternizan sobre ellas excursiones enteras, fijándolas con barniz. Las familias en una pose adecuada -padre, madre, abuelos, hijos- sonríen en los rocosos precipicios, lo cual, como leí en algún folleto, crea la "atmósfera familiar".

Respecto a Juno, ese pequeño y hace años hermoso planeta, prácticamente ha dejado de existir. Cualquiera que así lo desee fracciona su corteza y arroja los pedazos al vacío. No perdonan ni a los meteoritos de hierro, que destinan a anillos o broches de recuerdo, ni a los cometas; hoy hay pocos que aparecen de vez en cuando con la cola aún completa.

Creía que al salir del sistema solar podría huir del tráfico de los cosmocamiones y de los retratos familiares firmados con espeluznantes versos, ¡pero cuál!

El profesor Bruckee, del observatorio, hace poco se quejaba conmigo sobre el debilitamiento de la luz que emanan las dos estrellas de Centauro. ¡¿Y cómo su luz no ha de atenuarse si toda la zona está repleta de basura?! Alrededor del pesado planeta Sirio, atracción de ese sistema, se creó un anillo similar a los de Saturno, pero hecho de botellas de cerveza o de limonada. Cualquier cosmonauta que tome este rumbo deberá rebasar no sólo las nubes de meteoritos sino también latas, cáscaras de huevo y periódicos viejos. Inclusive hay en el camino varias zonas en las cuales resulta imposible ver las estrellas. Los astrofísicos, desde hace años, se rompen la cabeza por descubrir la causa del aumento del polvo cósmico en diferentes galaxias; pienso que el motivo es muy simple: mientras mayor grado de civilización habite la galaxia, mayor grado de basura habrá. De ahí todo ese polvo y desechos. El problema no concierne tanto a los astrofísicos sino a los barrenderos. Y aunque en otras nebulosas tampoco hayan podido resolverlo, en verdad no es ningún consuelo.

Otro juego también digno de condenar es escupir al vacío, ya que la saliva, como cualquier líquido en general, se congela a bajas temperaturas y un choque contra ella puede conducir fácilmente a una verdadera catástrofe. Es embarazoso mencionarlo, pero las personas que suelen enfermar durante el viaje utilizan el Cosmos como una especie de escupidera, como si no supieran que las huellas de su malestar rondarán durante miles de años alrededor de las órbitas, despertando en los turistas asociaciones desagradables y un lógico rechazo.

Un problema aparte es el alcoholismo. Pasando Sirio empecé a contar los enormes letreros que anuncian la "Amarga de Marte", "La Galáctica", "La Extralunar" o "Sputnik Wyborowa"; al poco tiempo desistí, ya que perdí la cuenta. De los pilotos he escuchado que algunos cosmódromos se vieron en la penosa necesidad de cambiar su combustible a base de alcohol por uno de ácido acético, porque frecuentemente sucedía que no había con qué despegar. La policía espacial repite que es difícil reconocer de lejos a un borracho en el espacio; todos justifican su tambaleante caminar con la falta de gravedad. Sin embargo, esto no cambia el hecho de que las prácticas de algunas estaciones de servicio piden la venganza de los cielos. A mí mismo me sucedió: pedí que me llenaran el tanque de reserva de oxígeno y, después de alejarme un poco, oí una serie de gorgoteos que provenían de él. Al instante me di cuenta de que fue llenado ¡con jerez! Cuando regresé para quejarme, el gerente de la estación insistió en que al momento de solicitarle el servicio le había guiñado el ojo. Puede ser que lo hiciera porque sufro de una conjuntivitis crónica, pero eso ¿debe justificar este tipo de sucesos?

El desorden que persiste en los principales trayectos es insoportable. La enorme cantidad de accidentes no debe causar asombro, ya que la mayoría de la gente constantemente rebasa los límites de velocidad; sobre todo las mujeres, porque al viajar a velocidad luz detienen el tiempo y por lo mismo no envejecen. Muy a menudo se pueden encontrar también los típicos estorbos, los cosmocamiones, que contaminan con su gasolina obsoleta. Cuando en Palindronia exigí el libro de quejas, se me informó que el día anterior había sido deshecho por un meteorito. También suceden cosas extrañas con el suministro del oxígeno. A seis años luz antes de Beluria, uno no puede comprarlo en ninguna parte, y el efecto es que las personas que llegaron hasta ahí con fines turísticos se ven obligadas a refugiarse en los congeladores y esperar en estado de muerte reversible la llegada del siguiente transporte con el aire; sin esta medida simplemente no tendrían qué respirar. Cuando llegué ahí, en el cosmódromo no había un alma; todos hibernaban en los refrigeradores, pero eso sí, en el bar encontré desde piñas en coñac hasta cerveza Pilzner.

Las condiciones sanitarias, sobre todo en los planetas pertenecientes a la Gran Reserva Ecológica, piden justicia divina. En Voz de Mersyturiia leí un artículo cuyo autor exige la total extinción de los maravillosos animales llamados Acechador Enguillidor. Estos depredadores poseen en su labio superior una serie de verrugas luminosas que pueden formar varios diseños. Es cierto que en la última década surgió la especie cuyas verrugas se agrupan formando las letras wc. Los Acechadores escogen los alrededores de campamentos, donde en la noche, en la oscuridad, esperan con las fauces muy abiertas al turista necesitado de un lugar íntimo. ¿El autor del artículo no comprende que los Acechadores son totalmente inocentes y en vez de a ellos habrá que demandar a los responsables por la falta de instalaciones sanitarias adecuadas?

En la misma Mersyturiia, la carencia de comodidades comunitarias ha causado una serie de mutaciones genéticas de varios insectos.

En los sitios renombrados por sus bellos paisajes, a menudo se pueden ver confortables sillones, hechos de mimbre, que parecen invitar al cansado caminante. Si el viajero se desliza sin pensarlo entre los cómodos descansabrazos, de inmediato éstos se lanzarán encima de él, y así el sillón resulta ser en realidad un millón de hormigas pintas (Hormiga-silla Martirizanalgas, en latín: Multipodium Pseudostellatum Trylopii), las cuales, al colocarse una encima de otra, simulan el tejido del mimbre. Me han llegado rumores de que hay otras especies (Alga Fofa, Moczyscier Przeprzasny y Vago Brutalito) que imitan fuentes de sodas, hamacas y hasta regaderas con toallas. Pero no puedo dar crédito a esas palabras ya que, por mi parte, no he visto nada similar y los expertos en la materia permanecen mudos al respecto. Sin embargo, vale la pena advertir sobre una nueva y poco común especie de serpiente-tripié: Telescopio (Anencephalus Pseudoopticus Tripedius Klaczkinensis). Telescopio se coloca en lugares panorámicos, abriendo sus tres largas y delgadas patas de tal manera que formen un triángulo. Con la parte más ancha de su cola apunta al paisaje y con la saliva que rellena su apertura bucal imita una lente, tentando a los curiosos a asomarse; para un incauto el encuentro tiene un final muy desagradable. Otra serpiente, pero del planeta Gaurymachia, Pérfida Embustera (Serpens Vitiosus Reichenmantlii), acecha en los arbustos y extiende su cola para que el distraído transeúnte se tropiece y caiga al suelo. Pero, en primera, este reptil se alimenta exclusivamente de rubias, y en segunda, no imita nada.

El Espacio no es un jardín de niños, ni tampoco la evolución biológica es un idilio. Hay que repartir folletos similares al que vi en Derdymon, en el cual se advierte a los botánicos amateurs sobre Cruella Maravillosa (Pliximiglaquia Bombardans L.) Ésta florece con espléndidas flores, pero hay que resistirse al deseo de cortarlas porque Cruella vive en una estrecha simbiosis con Trituradora Rocosa, árbol que da frutos del tamaño de una calabaza, pero cornuda. Basta con cortar una sola flor para que en la cabeza del cándido coleccionista de especies vegetales caiga una lluvia de municiones, duras como las piedras. Posteriormente, ni Cruella ni Rocosa le hacen nada malo al difunto, satisfaciéndose con las consecuencias naturales del fallecimiento que proporcionan un estupendo abono para la tierra.

Los especímenes extraños pueden encontrarse en cualquier planeta de la Reservación. Así, las sabanas de Beluria parecen un arco iris por el abundante colorido de las flores. Entre éstas sobresale por su hermosura y aroma Rosa Púrpura (Rosa Mendatrix Tichiana, como quiso nombrarla el profesor Pingle, quien fue el primero en describirla). Esta flor, en realidad, forma parte de la cola del Wedlowiec, un depredador de Beluria.

El hambriento Wedlowiec se esconde entre la maleza desenredando su larga cola de tal manera que sólo la flor sobresale de entre el pasto. El turista, inconsciente del peligro, se acerca para olerla, y entonces el monstruo salta encima de él por atrás. Tiene los colmillos casi tan largos como los de un elefante. Así se cumple la variante cósmica del viejo refrán: ¡no hay rosa sin espinas!

Aunque ahora me voy a desviar un poco del tema, no puedo resistirme al deseo de recordar otra rareza beluriana, que es una lejana familiar de la papa: Amargura Pensante (Gentiana Sapiens Suicidalis Pruck). Sus tubérculos son dulces y muy sabrosos; su nombre proviene de ciertas características espirituales. La Amargura, por mutación, produce a veces, en vez de tubérculos harinosos, pequeños cerebritos. Esta mutación, Amargura Loca (Gentiana Mentecapta), durante su desarrollo empieza a experimentar sensaciones de angustia; ella misma se saca las raíces y huye al bosque donde se entrega a reflexiones solitarias. Muy a menudo llega a la conclusión de que no vale la pena vivir y comete suicidio al captar la amargura de la existencia.

Para el hombre, Amargura es inofensiva, al contrario de otra especie de Beluria: Rabiosa. Gracias a su natural adaptación, se adecuó al ambiente creado por los niños insoportables. Este tipo de niños suele correr sin parar, empujar o patear lo que sea, rompiendo con gran gusto los huevos de Agudo-Aguijón Trasero; Rabiosa produce frutos perfectamente iguales a esos huevos. El infante, al pensar que tiene un huevo frente a él, da rienda suelta a sus impulsos destructivos y lo patea, rompiéndolo; debido a esto, las sustancias aprisionadas en el seudohuevo se liberan y penetran en su organismo. El infante contagiado se transforma en un sujeto aparentemente normal, pero con el tiempo sufre una desviación incurable: adicción al juego de cartas, alcoholismo y libertinaje establecen la siguiente etapa después de la cual sigue el deceso o una gran carrera. A veces me he encontrado con la opinión de que hay que exterminar a la Rabiosa. Quienes lo dicen de seguro no han pesando en que, más bien, hay que educar a los niños para que no pateen cualquier objeto en un planeta extraño.

Mi naturaleza es optimista y trato de mantener, con todas mis fuerzas, la buena opinión sobre el ser humano, pero en verdad no siempre es una tarea fácil. En Protosteneza vive un pequeño pajarito, símil de nuestro papagayo, pero en vez de hablar aquél escribe. Por desgracia, la mayoría de las veces escribe obscenidades sobre las bardas, mismas que le enseñan los turistas terrícolas. Algunas personas lo enfurecen a propósito al señalarle sus errores ortográficos. En ese momento el pajarito comienza a devorar todo lo que encuentra a su paso. La gente pone frente a su pico jengibre, pasas, pimienta y crotoaullador -una especie de hierba que al atardecer emite un prolongado grito, hierba de cocina utilizada a veces en vez del despertador. Cuando el pajarito muere de tanto comer, lo rostizan. Se llama Escribano Remedador (Graphomanus Spasmaticus Essenbachii). Actualmente esta inusual especie se encuentra en peligro de extinción, porque cualquier visitante de Protosteneza se afila los dientes para consumirlo.

Y otra vez, algunas personas consideran que si nosotros comemos a las criaturas de otros planetas, todo está bien, pero si sucede lo contrario todos gritan, piden ayuda, exigen expediciones de castigo, etcétera. Cualquier denuncia que se haga sobre la perfidia y la embustería de la flora y la fauna cósmicas, es un absurdo antropomorfo. Si el Engañador Farsante, cuya apariencia asemeja un tronco podrido, se coloca sobre sus patas traseras en una posición adecuada para imitar una señal de los caminos montañosos, provocando que los turistas pierdan el rumbo y cuando caen a los precipicios, baja para alimentarse; si como digo, lo hace, es sólo porque la vigilancia no cuida las señales en los caminos de la Reservación; después la pintura se deslava, se pudren y en ese estado, las señales se parecen a aquel animal. Cualquier otro haría lo mismo en su lugar.

Las renombradas fatamorganas de Stredogen existen gracias a los bajos instintos del ser humano. Antes, en este planeta crecían sólo papas y los Calurosos eran difícil de encontrar. Actualmente la multiplicación de estos últimos ha sido exorbitante. Arriba de ellos se extiende el aire, previamente calentado, el cual se dobla produciendo espejismos de bares, que han llevado a la perdición a más de un terrícola. Dicen que toda la culpa es de los Calurosos. ¿Y por qué las fatamorganas producidas por éstos no simulan escuelas, bibliotecas o colegios autodidactas? ¿Por qué siempre muestran lugares de consumo de alcohol? Sin duda, ya que las mutaciones son objetivas, los Calurosos creaban diversos espejismos, pero aquellos que producían instituciones educativas o bibliotecas murieron de hambre. Sobrevivió únicamente la especie bares (Thermomendax Spirituosus Halucinogenes de la familia Antropófagos). El maravilloso fenómeno de adaptación natural que le permite a los Calurosos la rítmica expulsión del aire caliente, del cual surgen los espejismos, es el juicio de nuestros propios vicios. La selección de la especie Calurosos-bares la provocó el mismo hombre o más bien su decepcionante naturaleza.

Me indignó la carta a la redacción de Eco de Stredogen. Un lector de esta revista exigía la total extinción de los Calurosos y también de los encantadores Silenciosos Empapadores, magnificentes árboles que son el adorno de cualquier parque. Cuando se hace una incisión en su corteza, de ésta brota un jugo venenoso y cegador. Silencioso Empapador es el último árbol de Stredogen que no está esculpido de arriba abajo con monogramas o iniciales.. ¿y ahora debemos renunciar a su existencia? Al parecer el mismo fin le espera a otros invaluables ejemplares como Vengador Sincamino, Ahogador Ebulliciente, Rozkes Escondido o Aullador Eléctrico, el cual, para salvarse y proteger a sus crías del estruendoso escándalo producido por radios y grabadoras, creó, gracias a la selección, una especie cuyo sonido tapa las audiciones demasiado escandalosas, sobre todo ¡música jazz! Los órganos eléctricos del Aullador emiten frecuencias en forma súper heterodina, así que esta extraordinaria creación de la naturaleza debería encontrarse, lo más pronto posible, bajo protección.

Por lo que respecta a la Olorosa Repulsiva, concuerdo en que el olor que produce es inigualable. El doctor Hopkins de la Universidad de Milwaukee descubrió que las especies más enérgicas logran crear hasta cinco mil pestes (medida del olor) por segundo. Pero hasta un niño pequeño sabe que las Olorosas se comportan de este modo sólo si son fotografiadas. La vista de una cámara apuntándoles provoca en ellas un reflejo llamado lentebajocola, con el cual la Naturaleza trata de proteger a esas inocentes criaturitas de los insistentes mirones. Es cierto que la Olorosa, siendo un poco miope, a veces confunde la cámara con cigarreras, encendedores, relojes y hasta medallas e insignias, pero en parte esto sucede porque algunos turistas utilizan cámaras miniatura y en tales casos es muy fácil equivocarse. Por lo que respecta a que la Olorosa haya aumentado, en estos últimos años, su alcance y su capacidad a ocho mil megapestes por hectárea, hay que aclarar que fue provocado por el creciente uso de telescopios.

No quiero dar la impresión de que considero a todos los animales y vegetales cósmicos como intocables. De seguro Mordelia Animosa, Tryblas Rompehuesos, Tragador Degustador, Traserita Abridora, Cadavérica Aturdida o Devoralotodo no son particularmente simpáticos. Igualmente todas las hiedras de la familia autárquica a la cual pertenecen Gauleirterium Flagellans, Syphonophiles Pruritualis, es decir Mofador Wyprzasek Brzeszczozgrzebny o Desmadroso Gritador y Arroyita Mimadora (Lingula Stranguloides Erdmenglerbeyera). Pero si reflexionamos y tratamos de ser objetivos, ¿por qué el hombre es quien puede cortar las flores y secarlas, mientras que a la planta que arranca y hace polvo las orejas se le considera como algo antinatura? Si el Repetidor Rebuznante (Echolaliun Impudicum Achwamps) se multiplicó a gran escala en Adeonoksjia, es por culpa del hombre, porque esta especie toma su energía vital de los sonidos; antes, para esto le servían los truenos, y hasta la fecha le gusta oír los sonidos de la tormenta, pero actualmente prefiere tomar su alimento de los turistas que se sienten obligados a gritarle las más vulgares maldiciones. Les hace gracia, dicen, la vista de esta criatura floreciendo bajo una serie de las peores palabrejas. Es verdad que el Repetidor crece rápidamente, pero por las vibraciones del sonido y no por el contenido de esas leperadas que gritan los excitados turistas.

¿A qué conduce todo esto? En la actualidad las especies como Warlaj Azul y Atraviesasentadera Terco están extintas. Día a día desaparecen miles de otras. Gracias a las nubes de basura se acrecientan las manchas en el sol. Aún recuerdo aquellos tiempos en los que el mayor premio para un niño era la promesa de un viaje dominguero a Marte, y ahora el malcriado chiquillo no quiere desayunar si su papá no provoca la explosión de una supernova. Por esos caprichos se desperdicia la energía cósmica, se contaminan los planetas y los meteoros, se saquea el tesoro de la Reservación, dejando a cada paso en los espacios galácticos desperdicios de cáscaras, huesos de fruta, papeles. Destruimos el universo, lo convertimos en un gran basurero. Hoy es tiempo de entrar en razón y empezar a respetar las reglas. Así, considerando que cualquier demora puede ser fatal, hago un llamado para salvar al espacio.



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